Perdóneme por enseñarle Sevilla, señor Obama PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Raúl Solís   
Jueves, 04 de Abril de 2019 05:21

Es una pena que no conozca la Sevilla a la que el turismo ha expulsado de sus casas, bloques enteros de vecinos a los que le suben de golpe 300 euros el alquiler

Perdóneme por este viaje que le voy a hacer por Sevillla, ciudad a la que amo con todas mis fuerzas, de la que me siento enormemente orgulloso y de la que presumo cuando tengo ocasión. Perdóneme porque no le voy a enseñar la Sevilla de postal que las autoridades quieren que contemple, que es conocida en el mundo entero, que han plasmado en sus lienzos pintores de fama mundial y narrado magistralmente por escritores y poetas que nacieron bajo la luz generosa de esta ciudad, tan bella como maltratada, tan promocionada como invisibilizada y en manos de veinte apellidos largos que han ido heredando los privilegios de padres a hijos desde el principio de los tiempos.

 

Me he enterado de que ha llegado sano y salvo a Sevilla y que en el Aeropuerto había un equipo de Canal Sur para grabar tan dichosa gesta que honra a esta gran ciudad que está puesta en el mapa de la belleza desde mucho antes de que el turismo fuera una actividad especuladora.

Ha tenido suerte con Canal Sur, mucha más que las 50.000 personas que en el verano de 2017, en medio de un incendio aterrador, no pudieron informarse sobre cómo protegerse de las garras del fuego porque su televisión pública no tenía equipos suficientes para informar del incendio que quemó las inmediaciones de Doñana, la joya medioambiental de los andaluces.

También sé que ha dormido en un hotel de cinco estrellas gran lujo donde un café cuesta cinco euros, el doble de lo que ganan muchas camareras de piso y camareros que sirven cafés a los turistas que abarrotan la ciudad, para alegría de los dueños de la industria turística mundial que han decidido que, a falta de minas, las ciudades sea el nuevo escenario de una economía destructiva que viene, agarra los beneficios, deja la pobreza y se marcha a ingresar el botín a paraísos fiscales.

Cada vez más somos una ciudad de bajos salarios, camareros y cocineros pobres, que llaman trabajar media jornada a estar 12 horas en pie en actitud servil, sin dar de alta en la seguridad social y con un día de descanso en el mejor de los casos. El alcalde le habrá contando que tenemos un polígono industrial aeronáutico, que es cierto y también estamos muy orgullosos de ellos, pero la realidad es que el turismo es el monocultivo gracias al que (mal) vivimos.

Nuestro alcalde, Juan Espadas, y hasta nuestro presidentes autonómicos y de España, Juanma Moreno y Pedro Sánchez, están encantados con su visita a lo Mister Marshall pero sin los dineros del Plan Marshall. Sus respectivos gabinetes llevan semanas trabajando para que nada falle durante la visita, para que la Sevilla que se lleve en la mirada y en el corazón sea la de las postales que se venden en Nueva York o en cualquier otra ciudad de este mundo global donde la pobreza y la desigualdad va por barrios.

No va a tener la suerte de conocer mi barrio, San Jerónimo, una barriada periférica de Sevilla, a media hora caminando del centro, donde hay niños que comen y desayunan en el colegio porque sus madres tienen la nevera vacía ante la falta de ingresos. Es una pena que Juan Espadas, el ilustrísimo alcalde de esta maravillosa ciudad, mucho más grande que los mapas que se entregan a los turistas, no le enseñe San Jerónimo, Padre Pío, Los Pajaritos, Amate, El Cerro del Águila, San Diego, Macarena o el Polígono Sur.

Estos barrios forman parte del ranking español de zonas empobrecidas y desiguales. No es la jungla, es la misma Sevilla luminosa, elegante y rendida a sus pies que usted ha visto nada más bajarse del avión. Se puede ir andando desde su hotel, dando un paseíto de unos 30 o 40 minutos. En algunos casos le aconsejo que coja transporte público, el que cogen quienes vivimos en estos barrios, para que vea que los pobres no tenemos derecho ni a respetarnos el espacio vital entre nosotros.

Es una pena que no se pasee por mi barrio, porque le podría presentar a Pilar, una madre de 40 años que cría sola a su hija de 8. Pilar trabaja de cocinera y cobra 800 euros al mes, de los cuales tiene que quitar 400 euros por un pisito de 45 metros donde modestamente saca adelante a su hija. La hija de Pilar desayuna, come y merienda en el colegio, donde también le dan una bolsita con la cena para que no se acueste sin cenar. Pilar es una de esas mujeres que forman la legión de personas excluidas que nunca salen en las postales turísticas de Sevilla. Raquel, la maestra de la niña de Pilar, hay días que de su dinero va a comprar zumitos al supermercado del barrio para que ningún niño se quede sin tomar nada en el recreo.

Debajo de Pilar vive Ana, madre de un niño de 15 años que se levanta cada día a las 6 de la mañana para hornear pan en su hornito casero, meter los bollos en una caja, montarlos en su moto e irse a barrios todavía más periféricos que este a venderlos a 30 céntimos la unidad. Hay días que vuelve a casa con 6 euros. El día que aparece con más de 10 euros en el monedero compra pechugas de pollos o un poquito de pescado congelado, artículos de lujo en un 40% de ciudadanos de esta ciudad que viven en la exclusión social.

Cerca de Pilar y Ana vive Antonio, que ha empezado a trabajar hace poco de mecánico en un taller, después de cinco años parados. Antes de la crisis cobraba 1.800 euros, ahora, por el mismo trabajo, le pagan 1.000 euros y sólo le dan de alta cuatro horas, aunque hay días que echa diez. Y ni las gracias. No se queja porque “menos es nada”, pero sus ojeras de tristeza y la ansiedad que arrastra no caben en las postales turísticas de Sevilla que se venden en Nueva York.

Si el alcalde de Sevilla fuera tan amable, le podría presentar a Aurora, también vecina de mi barrio, viuda desde hace un año, desde que su marido decidió suicidarse después de más de tres años en paro y hacer colas que doblan las esquinas en unos servicios sociales masificados, sin recursos y donde acusan a los pobres de ser pobres y de querer vivir de ayudas sociales inexistentes. Andrés, el marido de Aurora que se quitó la vida, tenía 39 años, una orden de desahucio y una cara ajada como si tuviera sesenta años.

Es una pena que no conozca la Sevilla a la que el turismo ha expulsado de sus casas., bloques enteros de vecinos a los que le suben de golpe 300 euros el alquiler en una ciudad donde el 60% cobra menos de 1.000 euros. Es una pena que no le lleven a visitar a pequeños y medianos empresarios que tienen que cerrar sus negocios, que dan empleo a muchos sevillanos, porque sus locales son más rentables para la especulación turística que para producir bienes y servicios y empleo de calidad en una ciudad donde no sobra precisamente trabajo digno.

Perdóneme, señor Obama, por haberle chafado el viaje, pero me sabía mal que se marchara de Sevilla sin que la conociera, sin que supiera que todo no son postales idílicas y que detrás del turismo masivo se esconde un reguero de pobreza, desigualdad y una ciudad paralizada, sin tejido productivo y donde el evento empresarial más ilustre que ha inaugurado nuestro alcalde en los últimos años han  sido la Cumbre Mundial del Turismo a la que usted acude y  un Primark, un centro comercial irlandés con trabajadores que ganan 420 euros que venden calcetines a un euro que han sido producidos por niñas esclavas y para los pobres que el capitalismo produce a este lado del mundo global.

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Fuente: La Voz del Sur