Un país de ofendiditos y ofendiditas Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Raúl Solís   
Lunes, 05 de Noviembre de 2018 05:45

En esta ola censora que vivimos priman los sentimientos y la dictadura identitaria frente a la racionalidad y la libertad de expresión y de creación.

El humorista Dani Mateo ha tenido la ocurrencia de limpiarse los mocos con la bandera de España en el contexto de un sketch humorístico y se ha liado. Cientos de miles de patriotas, de bandera grande y salarios por debajo de 900 euros, piden que sea delito la ofensa a los sentimientos de españolidad y algunos hasta quisieran cortarle la cabeza al colaborador del Gran Wyoming por atreverse en el año 2018 a hacer uso de los derechos que otorga la Constitución 40 años después de su aprobación.

 Sí, en la Constitución de 1978, que los patriotas de bandera grande y sueldo chico han prostituido hasta límites insospechados, la libertad de creación y expresión son derechos fundamentales. Esto es, son derechos que están por encima de los sentimientos religiosos, patrióticos o de cualquier otra índole que alegan los ofendiditos que cada semana meterían en la cárcel a un humorista o a un político por pensar o reírse de lo que le salga de sus sacrosantas narices.

En la deriva totalitaria de querer prohibir la libertad de expresión y de creación no se libran ni los Clinton de provincias, ni la izquierda, ni la derecha, ni la ultraderecha. Hace poco más de un mes eran los colectivos de gitanos los que querían encarcelar por delitos de odio al humorista Rober Bodegas. El año pasado eran los colectivos de transexuales los que querían prohibir de la circulación el autobús transfóbico de Hazte Oír.

El otro día estuve viendo una maravillosa representación del teatro clásico como Don Juan Tenorio que narra una historia contextualizada en la Sevilla de 1540 donde las mujeres son objetualizadas y está presente la cultura de la violación y el desprecio más atroz contra la libertad de éstas. Hablando con la directora de la compañía Viento Sur Teatro, Maite Lozano, me confesó que no se explicaba cómo podría llevar 15 años representándola sin que a ningún colectivo feminista se le hubiese ocurrido pedir su censura.

Hace unos pocos meses, a un joven pintor sevillano le quitaron su exposición sobre vírgenes de una cafetería sevillana donde estaban expuestos sus cuadros porque los comerciantes del Mercado de Feria de la capital andaluza sintieron ofendidos sus sentimientos religiosos. El joven pintor retiró los cuadros, los llevó a su casa y pidió que no se hiciera público por miedo a un linchamiento de los sectores fundamentalistas.

El actor Paco León, que no tiene nada de sospechoso de ser un meapilas ni un representante de la España eterna, comentaba el otro día en Twitter que ningún personaje de la serie Aída se hubiese salvado de esta corriente puritana que ha llevado a Los Simpsons a ‘matar’ al personaje de Apu tras las acusaciones de racismo.

La democracia liberal, herencia de la Ilustración, si es algo es la conquista de la razón frente a la dictadura de las emociones, la superstición y las bajas pasiones. Sin embargo, en esta ola censora que vivimos priman los sentimientos y la dictadura identitaria frente a la racionalidad y la libertad de expresión y de creación.

El oleaje de esta ola represiva llega tan lejos como que la Guardia Civil, que se supone que debería defender más que ningún otro cuerpo de funcionarios las libertades democráticas, se ha sentido legitimada a escribir en su cuenta de Twitter un mensaje en el que dice que mofarse de la bandera es ofender a un pueblo. Así, tan grotesco como suena. Ofender a un pueblo por hacer humor es justo uno de los delitos más comunes y graves en cualquier régimen totalitario.

Es decir, que el sentimiento nacionalista de una parte de los españoles, la que pide que no se aprueben los presupuestos para que los representados por esa bandera no cobren 900 míseros euros al mes, está por encima de la libertad de expresión y creación de un humorista, un político, un periodista o cualquiera que crea conveniente defender que la bandera de España, o la de Cataluña o Andalucía, le parece una soberana mierda, digna de limpiarse los mocos con ella.

Lo preocupante es que esta deriva prohibitiva, puritana y antidemocrática, está siendo también fomentada por movimientos sociales y líderes que se dicen progresistas que creen que la libertad de expresión puede tener límites cuando choca con los temas de su negociado, sin ser conscientes de que la ultraderecha usará mañana esos mismos argumentos para prohibirle a los sectores progresistas el derecho a defender sus ideas políticas en libertad.

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Fuente: La Voz del Sur