La noche en 24 horas ¿Sobrevivirá la “manada” de Víctor al cambio de dirección en el ente? Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Tomás F. Ruiz /UCR   
Lunes, 09 de Julio de 2018 04:07

Ahí están las hienas, media docena de ellas, sentadas sobre sus cuartos traseros en confortables butacas, iluminadas por baterías de focos, estiradas y relamidas en torno a la amplia mesa del estudio. Ahí están, enfundadas en sus trajes impecables, ajustándose precipitadamente el nudo de sus corbatas, luciendo camisas de marca que les dan aspecto humano. Las hienas sonríen, jadean, se miran insidiosas unas a otras, muestran sus colmillos afilados, abren y cierran sus fauces babosas.  

Ahí las tenemos, convocadas al plató de TVE donde se graba “La noche en 24 horas”: Víctor, el domador de esta manada, anuncia que el programa comienza. Esta noche los miembros de la manada son todos machos, machos alfa especialmente elegidos por su ponzoñosas y dañinas lenguas y por ser maestros en la mentira. Esta noche se desatará una tertulia tormentosa que posiblemente acabe en lujuria desenfrenada. Esta noche sólo hay varones en el plató. A las hembras las han dejado fuera.

Con sonrisa de circunstancias y gestos ensayados, Víctor se incorpora y hace chasquear sus dedos. En el plató aparecen dos verdugos con el rostro tapado. Son fuertes y musculosos, llevan ropa muy ceñida al cuerpo. Transportan a una joven doncella que apenas va cubierta con un ajado vestido; jirones rojos y gualdas se enredan entre sus cabellos; estrellas de cinco puntas destellan por momentos.

 -¡Si es Cataluña!... ¡Es Cataluña! -gritan al unisonó, visiblemente emocionados, todos los miembros de la manada cuando distinguen la senyera Los verdugos dejan caer el cuerpo de la doncella sobre el piso. La joven abre unos momentos sus ojos, levanta tu cabeza y mira aturdida a su alrededor. No entiende por qué los miembros de la manada la injurian, la acosan, la amenazan y la vilipendian. Ella sólo quiso hacer valer su derecho a la libertad, pretendió poner en práctica su proyecto de independencia… Por todo eso, ahora la tienen encerrada en una sombría celda.

A continuación Víctor pide a la manada que sugiera castigos con los que escarmentar por su atrevimiento a la doncella. En cuanto se habla de castigar a esa deslenguada, todos quieren tomar la palabra, todos abren sus fauces para decir algo grotesco, algo indigno, algo despreciable sobre la doncella. Víctor les sugiere que pueden insultarla, ultrajarla, humillarla, denigrarla... Nada les ocurrirá por hacerlo. Precipitándose y robándose unos a otros la palabra, todos los tertulianos hablan a la vez para llamarla renegada, subversiva, rebelde y sediciosa. Todos ladran, aúllan, gruñen: todos cumplen su papel a la perfección; para eso están ahí los miembros de la manada, para eso se les paga. -¡Que le quiten esa enseña que ondea en su cabello! -vocean-... ¡Que le corten el pelo, que se lo arranquen de raíz si es necesario! Los miembros de la manada se levantan de sus cuartos traseros y se acercan sigilosamente hacia la doncella.

La doncella grita cuando se ve rodeada por las hienas. Pide ayuda en su idioma, pero nadie debe hablarlo, porque nadie acude a ayudarla. Los verdugos aparecen de nuevo en el plató. La doncella sigue tirada en el suelo; en torno a ella acechan las hienas. Los verdugos la levantan y la arrastran hasta la enorme mesa escritorio del estudio. Allí la tumban en su centro, la desnudan y la atan a la mesa. Le sujetan los brazos arriba y le colocan las piernas bien abiertas. Las cámaras reculan un poco para dejarles maniobrar y muestran las partes intimas de la joven doncella. El deseo hace emitir agudos aullidos a las hienas. La boca se les hace agua y la baba les rezuma generosa. Cataluña tiembla, como una niña indefensa: ¿qué le tendrán preparado para esta noche esa jauría de hienas babosas?, ¿a qué sicalípticos tormentos someterán hoy su cuerpo?, ¿con qué aborrecibles argumentos insultarán en esta ocasión su derecho a la independencia?

Algunos miembros de la manada han adoptado ahora formas humanas. Tenemos a Fernando, con su bobalicona sonrisa de niño consentido siempre en la boca; a Toni, con su peinado de dandy conservador venido a menos y con su oligofrénica frente de actor siempre secundario; a Antonio, con su aspecto de inquisidor canoso e impío; a Fermín, torciendo la boca para uno y otro lado, masticando la paja como un perezoso rumiante; a Ángel, insólito y degenerado esperpento del periodismo amarillo; a Alfonso, el colorado, el más ponzoñoso tertuliano y también el más retorcido.

A la vista del hermoso y joven cuerpo de Cataluña, los tertulianos se dejan poseer por su parte más salvaje y se transforman de nuevo en hienas. Jadean y aproximan sus insidiosos hocicos a la doncella, la olfatean, la miran con deseo... Ella abre los ojos por un momento, los observa y saca fuerzas para decirles, retadoramente, que nunca, hagan lo que hagan, volverá su país a ser esclavo de nadie.

Enfurecidos ahora, los miembros de la manada se abalanzan sobre la doncella. Jadean como alimañas y babean como bestias mientras someten el cuerpo vigoroso y fuerte de Cataluña, ahora amarrado de pies y manos, con las piernas abiertas. Uno tras otro la van montando, uno tras otro la violan, uno tras otro dejan sobre ella el repugnante rastro de su semen de alimañas. Uno de ellos es el encargado de grabar en su teléfono móvil toda la hazaña. Luego colgarán la grabación en internet, para que toda España sea testigo de cómo la manada castigó la soberbia de esta orgullosa doncella.

-Está díscola doncella ha sido castigada para que se deje de sueños independentistas -declara el maestro de ceremonias mientras pone punto final al programa-, para que se someta a la España Una, a la España Grande, a la España eterna del que fue invicto Caudillo. Todos los miembros de la manada se ponen ahora de pie y cantan, brazo en alto, el Cara al sol y el Prietas las filas…

El programa se acaba. Los tertulianos se cierran las cremalleras de sus braguetas, se ajustan las correas de sus pantalones y se ajustan las chaquetas. Charlando animosamente, van abandonando el plató mientras las luces se apagan tras ellos. Camino de la puerta, Víctor recibe una llamada a su móvil. La contesta y es el presidente del ente, herr José Antonio Sánchez, que lo felicita por ese ejemplarizante programa que ha emitido. Víctor le da la gracias y cuelga. En su boca se dibuja una sonrisa de satisfacción profesional por el trabajo bien hecho. Hay una pregunta que todos se hacen mientras abandonan el estudio donde se grabó el programa: ¿sobrevivirá la manada de La noche en 24 horas (así como su maestro de ceremonias) al inminente cambio de director general que va a producirse en el ente?

Ahí están las hienas, media docena de ellas, sentadas sobre sus cuartos traseros en confortables butacas, iluminadas por baterías de focos, estiradas y relamidas en torno a la amplia mesa del estudio. Ahí están, enfundadas en sus trajes impecables, ajustándose precipitadamente el nudo de sus corbatas, luciendo camisas de marca que les dan aspecto humano. Las hienas sonríen, jadean, se miran insidiosas unas a otras, muestran sus colmillos afilados, abren y cierran sus fauces babosas. Ahí las tenemos, convocadas al plató de TVE donde se graba “La noche en 24 horas”: Víctor, el domador de esta manada, anuncia que el programa comienza. Esta noche los miembros de la manada son todos machos, machos alfa especialmente elegidos por su ponzoñosas y dañinas lenguas y por ser maestros en la mentira. Esta noche se desatará una tertulia tormentosa que posiblemente acabe en lujuria desenfrenada. Esta noche sólo hay varones en el plató. A las hembras las han dejado fuera. Con sonrisa de circunstancias y gestos ensayados, Víctor se incorpora y hace chasquear sus dedos. En el plató aparecen dos verdugos con el rostro tapado. Son fuertes y musculosos, llevan ropa muy ceñida al cuerpo. Transportan a una joven doncella que apenas va cubierta con un ajado vestido; jirones rojos y gualdas se enredan entre sus cabellos; estrellas de cinco puntas destellan por momentos. -¡Si es Cataluña!... ¡Es Cataluña! -gritan al unisonó, visiblemente emocionados, todos los miembros de la manada cuando distinguen la senyera estelada ondeando entre los cabellos de la doncella. Los verdugos dejan caer el cuerpo de la doncella sobre el piso. La joven abre unos momentos sus ojos, levanta tu cabeza y mira aturdida a su alrededor. No entiende por qué los miembros de la manada la injurian, la acosan, la amenazan y la vilipendian. Ella sólo quiso hacer valer su derecho a la libertad, pretendió poner en práctica su proyecto de independencia… Por todo eso, ahora la tienen encerrada en una sombría celda. A continuación Víctor pide a la manada que sugiera castigos con los que escarmentar por su atrevimiento a la doncella. En cuanto se habla de castigar a esa deslenguada, todos quieren tomar la palabra, todos abren sus fauces para decir algo grotesco, algo indigno, algo despreciable sobre la doncella. Víctor les sugiere que pueden insultarla, ultrajarla, humillarla, denigrarla... Nada les ocurrirá por hacerlo. Precipitándose y robándose unos a otros la palabra, todos los tertulianos hablan a la vez para llamarla renegada, subversiva, rebelde y sediciosa. Todos ladran, aúllan, gruñen: todos cumplen su papel a la perfección; para eso están ahí los miembros de la manada, para eso se les paga. -¡Que le quiten esa enseña que ondea en su cabello! -vocean-... ¡Que le corten el pelo, que se lo arranquen de raíz si es necesario! Los miembros de la manada se levantan de sus cuartos traseros y se acercan sigilosamente hacia la doncella. >La doncella grita cuando se ve rodeada por las hienas. Pide ayuda en su idioma, pero nadie debe hablarlo, porque nadie acude a ayudarla. Los verdugos aparecen de nuevo en el plató. La doncella sigue tirada en el suelo; en torno a ella acechan las hienas. Los verdugos la levantan y la arrastran hasta la enorme mesa escritorio del estudio. Allí la tumban en su centro, la desnudan y la atan a la mesa. Le sujetan los brazos arriba y le colocan las piernas bien abiertas. Las cámaras reculan un poco para dejarles maniobrar y muestran las partes intimas de la joven doncella. El deseo hace emitir agudos aullidos a las hienas. La boca se les hace agua y la baba les rezuma generosa. Cataluña tiembla, como una niña indefensa: ¿qué le tendrán preparado para esta noche esa jauría de hienas babosas?, ¿a qué sicalípticos tormentos someterán hoy su cuerpo?, ¿con qué aborrecibles argumentos insultarán en esta ocasión su derecho a la independencia? Algunos miembros de la manada han adoptado ahora formas humanas. Tenemos a Fernando, con su bobalicona sonrisa de niño consentido siempre en la boca; a Toni, con su peinado de dandy conservador venido a menos y con su oligofrénica frente de actor siempre secundario; a Antonio, con su aspecto de inquisidor canoso e impío; a Fermín, torciendo la boca para uno y otro lado, masticando la paja como un perezoso rumiante; a Ángel, insólito y degenerado esperpento del periodismo amarillo; a Alfonso, el colorado, el más ponzoñoso tertuliano y también el más retorcido. A la vista del hermoso y joven cuerpo de Cataluña, los tertulianos se dejan poseer por su parte más salvaje y se transforman de nuevo en hienas. Jadean y aproximan sus insidiosos hocicos a la doncella, la olfatean, la miran con deseo... Ella abre los ojos por un momento, los observa y saca fuerzas para decirles, retadoramente, que nunca, hagan lo que hagan, volverá su país a ser esclavo de nadie. Enfurecidos ahora, los miembros de la manada se abalanzan sobre la doncella. Jadean como alimañas y babean como bestias mientras someten el cuerpo vigoroso y fuerte de Cataluña, ahora amarrado de pies y manos, con las piernas abiertas. Uno tras otro la van montando, uno tras otro la violan, uno tras otro dejan sobre ella el repugnante rastro de su semen de alimañas. Uno de ellos es el encargado de grabar en su teléfono móvil toda la hazaña. Luego colgarán la grabación en internet, para que toda España sea testigo de cómo la manada castigó la soberbia de esta orgullosa doncella. -Está díscola doncella ha sido castigada para que se deje de sueños independentistas -declara el maestro de ceremonias mientras pone punto final al programa-, para que se someta a la España Una, a la España Grande, a la España eterna del que fue invicto Caudillo. Todos los miembros de la manada se ponen ahora de pie y cantan, brazo en alto, el Cara al sol y el Prietas las filas… El programa se acaba. Los tertulianos se cierran las cremalleras de sus braguetas, se ajustan las correas de sus pantalones y se ajustan las chaquetas. Charlando animosamente, van abandonando el plató mientras las luces se apagan tras ellos. Camino de la puerta, Víctor recibe una llamada a su móvil. La contesta y es el presidente del ente, herr José Antonio Sánchez, que lo felicita por ese ejemplarizante programa que ha emitido. Víctor le da la gracias y cuelga. En su boca se dibuja una sonrisa de satisfacción profesional por el trabajo bien hecho. Hay una pregunta que todos se hacen mientras abandonan el estudio donde se grabó el programa: ¿sobrevivirá la manada de La noche en 24 horas (así como su maestro de ceremonias) al inminente cambio de director general que va a producirse en el ente?