Crisis en el Estado español. (Refundación o caos) PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Amadeo Martínez Inglés / UCR   
Miércoles, 03 de Enero de 2018 05:26

Tras la debacle popular y la nueva mayoría del “procés” 

El irresuelto problema catalán, si se cronifica, puede hacer saltar por los aires por implosión el Estado autonómico español

 El monumental error estratégico/político del presidente M. Rajoy, implementando a su capricho y quizá fraudulentamente el artículo 155 de la Constitución con la estúpida derivada de una convocatoria precipitada de nuevas elecciones autonómicas en Cataluña que se han saldado con una severa derrota del PPC y un claro fortalecimiento del “procés”, puede llevar en el medio plazo al Gobierno español, y con ello al conjunto del Estado, si no se arbitra de inmediato un cierre judicial de la estrategia del terror lanzada contra el independentismo catalán, se facilita la formación de un nuevo Govern por los partidos que han obtenido mayoría absoluta en el futuro Parlament y se abre lealmente y sin condiciones las mesas de negociación que hagan falta, a una situación límite con el peligro cierto de que el cáncer político desatado más allá del Ebro (de momento estabilizado pero susceptible de activarse con virulencia en las próximas semanas o meses a pesar de la brutal terapia suministrada en la UVI de Estremera y la colocación por parte del Ejecutivo del impávido don Mariano de nada menos que “cinco picas en Flandes”) derive en una letal metástasis periférica que acabe derrumbando por “implosión” (fuerza, colapso o estallido hacia adentro en oposición a la explosión) el carcomido por la corrupción, el nepotismo, la inoperancia y la vejez constitucional edificio del Régimen del 78.

         En efecto, vistos los resultados de las recientes elecciones catalanas del pasado 21 de Diciembre queda meridianamente diáfano para cualquier mortal que la “machada” política del señor Rajoy, utilizando dictatorialmente el “arma de destrucción masiva” del 155 y convirtiendo de facto a la nación catalana en un Protectorado africano o una Colonia caribeña del PP con su virreina y todo (esta estatua de sal con barba que todavía mantenemos en La Moncloa parece odiar a los catalanes más que Aníbal a los romanos) no ha servido para solucionar el tremendo problema político, territorial y social abierto en canal en Cataluña hace ya demasiados años, si no, más bien, para todo lo contrario, para enmarañarlo mucho más y, eso sí, para que una mayoría de ciudadanos españoles nos demos cuenta que la guerra privada en la que se ha enzarzado este “abarcenado y sobrecogedor” dirigente político contra dos millones largos de ciudadanos catalanes usando a mansalva como fuerza de choque a jueces y fiscales, no es que no nos conduzca a ninguna parte sino que puede extenderse, si no se acaba con ella pronto y bien, a otras nacionalidades históricas, pueblos o regiones de la geografía nacional que (no es ningún secreto) aspiran a una autodeterminación similar a la catalana. Con verdadero riesgo de que el actual Estado de las Autonomías nacido de la Constitución de 1978 (un Régimen en teoría democrático pero que mantiene sus genes franquistas intactos y que muchos en este país querríamos enviar al baúl de los recuerdos) se hunda sobre sí mismo sin tener planificada y en vías de constitución una nueva estructura política y territorial acorde con los nuevos tiempos.

Esta arriesgada apreciación que acabo de hacer puede, sin duda, parecer exagerada a bastantes ciudadanos de este país pero aunque no sea “la hipótesis más probable” en una planificación a futuro del devenir político español, sí representa una de “las hipótesis más peligrosas” a estudiar y, en consecuencia, a tener preparadas las soluciones adecuadas por parte de los que tienen esa responsabilidad aneja a sus altos cargos institucionales. Por ello me voy a permitir, si el lector no me lo prohíbe de inmediato con algún recurso exprés al Tribunal Constitucional, rescatar algunos párrafos del último capítulo mi libro “Juan Carlos I El último Borbón”, publicado en febrero de 2008, y titulado “Sentados sobre un polvorín”, que creo pueden resultar muy útiles para que el ciudadano de a pie comprenda mejor lo que está pasando en estos momentos en España y, sobre todo, lo que puede pasar en el próximo futuro. Y, también, y esto lo considero fundamental, para que los actuales y próximos dirigentes de este vapuleado país se vayan dando cuenta que más tarde o más temprano (más pronto que tarde) tendrán que bajarse de sus elevadas poltronas para negociar (sí, sí, negociar, divino Mariano) con algunas (o todas) de las actuales Autonomías que aspiran, o aspirarán en el corto plazo, a un nuevo estatus de relación política y territorial con el poder central.

¿Y por qué deberían hacerlo, me puede preguntar algún quisquilloso lector/a, si el Estado, todos lo sabemos, es todopoderoso? Pues porque, lisa y llanamente, ya no podrán contar, como va a quedar meridianamente claro en las líneas que siguen, con la que ha sido hasta hace muy poco la verdadera herramienta todopoderosa, la fuerza centrípeta por antonomasia que ha mantenido unido hasta el presente a este país de aluvión llamado España: EL EJÉRCITO, y porque tampoco, como estamos viendo en los último tiempos en relación con el grave problema catalán, los fiscales, los jueces, las imputaciones, los procesos, la cárcel, la policía, el nefasto 155… en suma la represión pura y dura, no les podrá seguir garantizando, en contra del deseo mayoritario y democrático de millones y millones de ciudadanos, la pervivencia “ad eternum” de la mítica España de los Reyes Católicos tocada, eso sí, con el gorrillo legionario de Francisco Franco.  

Veamos, pues, amigos, y vuelvo a pedir perdón por mi larga “auto cita”, lo que este historiador, servidor de ustedes, escribía hace ya diez años:

“España, seamos sinceros, se conformó hace ya muchos años como Estado/nación centralista, unitario, con ínfulas imperiales, manteniéndose así durante siglos exclusivamente por la fuerza de las armas, por el poder de sus Ejércitos. Es cierto que en determinadas épocas históricas ha tenido problemas, y muy importantes, de identidad nacional y, desde luego, de relación interregional, interzonal o entre las diferentes naciones o pueblos que fueron obligados a formarlo, pero siempre la última ratio de la fuerza militar, teniéndose que emplear muchas veces a fondo y en guerras particularmente sangrientas, lograba imponerse a sangre y fuego consiguiendo así nuevos períodos de tranquilidad política y social, nuevos plazos de paz y prosperidad internas hasta que, algunas generaciones después, volvían a resurgir con virulencia los mismo problemas identitarios o de cohesión entre sus miembros.

Este peculiar equilibrio entre las fuerzas centrípetas y centrífugas de un viejo Estado/nación como el nuestro, que buscó durante siglos en el exterior, en el imperio, en la colonización chapucera y sangrienta de decenas de pueblos, una identidad política y social que aquí le negaban sus propios socios fundadores, se ha mantenido con altibajos prácticamente hasta nuestros días, hasta los últimos años noventa del siglo XX podríamos decir para marcar una no muy delimitada frontera histórica, momento en el que sorpresivamente ha saltado por los aires sin que apenas nadie en este país se haya dado cuenta, y menos que nadie los políticos que dirigen sus destinos y son los responsables últimos de planificar su futuro.

¿Qué es lo que ha hecho que se rompa así, por sorpresa, con nocturnidad, irresponsabilidad y alevosía, un estatus político que a trancas y barrancas, aún con períodos negros de dictaduras militares, enfrentamientos sociales y reinados de monarcas irresponsables y fatuos, ha permitido a este país, antiguo Estado/nación y ahora conglomerado de artificiales Autonomías territoriales en busca de una nueva identidad acorde con los tiempos que vivimos, llegar al siglo XXI sin autodestruirse definitivamente y hasta integrarse y desarrollarse económicamente en el marco de una Europa que siempre nos había sido hostil?

¡Pues nada más y nada menos que el substancial cambio que han sufrido las FAS españolas (dentro del conjunto de las de los demás países democráticos europeos) en cuanto a operatividad, misiones y poder real sobre la población civil! Y es que el Ejército tradicional español, el pegamento que mantenía unidas las partes de este puzzle maldito que unos llaman Patria, otros Estado, otros Reino, otros nación, otros nación de naciones, y todavía muchos España, el autoritario gendarme que, unas veces a las órdenes de su amo el rey, y otras a las del generalísimo de turno, repartía mandobles por doquier y sometía pueblos y ciudades a la suprema autoridad de Madrid… ha desaparecido como por ensalmo, ha muerto, ya no existe, se ha caído del caballo camino de los Balcanes, ya no puede ser ni el pequeño tigre de papel que todavía asustaba a los ciudadanos españoles en las postrimerías del siglo pasado y ahora sólo aspira a cumplir decentemente la nuevas y altruistas misiones que como pequeña OSG (Organización Sí Gubernamental) humanitaria recibe de la comunidad internacional y que básicamente se reducen a una sola: hacer el Bien, el bien con mayúsculas, a bosnios, kosovares, albaneses, macedonios, libaneses afganos…y demás pueblos desfavorecidos de la tierra. Lo que en principio nos debería parecer muy bien a la mayoría de los ciudadanos de este país pues Ejércitos, Ejércitos, cuantos menos mejor. Lo ideal sería que no hubiera ya ninguno en este mundo desarrollado y globalizado y así no podríamos amenazarnos los unos a los otros. Y desde luego el primero que sobra es el norteamericano, que con el cafre de Bush en la Casa Blanca (a día de hoy sustituido como catalizador de catástrofes por el Trump ése) y la desaparición de la URSS se ha crecido mucho y anda por ahí invadiendo países soberanos y haciendo el genocida a más y mejor por Oriente Medio; aunque pagando un alto precio por ello, faltaría más…

No, no es ninguna broma políticos españoles, peleándoos a muerte por conseguir (o no perder) un poder político que muy pronto no se parecerá en nada al que antes ansiabais poseer. España se enfrenta a un cambio de ciclo histórico, radical, profundo, a una metamorfosis impensable hace sólo unos pocos años, a una refundación urgente y necesaria, a un cambio de faz política total, a una reconversión de sus estructuras básicas territoriales…porque lisa y llanamente ha desaparecido la fuerza centrípeta que mantenía unido este país de aluvión, este conglomerado político unido por la fuerza de las armas, y ahora las antes constreñidas componentes centrífugas del equilibrado y frágil sistema (los nacionalismos históricos y otros periféricos o de nuevo cuño que se han sumado o se van a sumar a los primeros en el corto plazo) creen que ha llegado su hora, la hora de recomponerlo todo y buscar un nuevo equilibrio en el que ellas sean protagonistas de su futuro. O sea hablando en plata, con claridad, sin eufemismos, piensan (y no sin razón) que puesto que el antiguo amo, el señor, el rey, el Gobierno español en este caso, no tiene ya la razón de la fuerza en sus manos, ellas (las comunidades históricas, los pueblos con historia, con lengua, con identidad nacional real o sentida) quieren usar la fuerza de la razón (que para ello vivimos en democracia e integrados en una supranacionalidad continental) para que por fin todo el mundo reconozca su mancillada o, en todo caso, no respetada realidad como pueblos soberanos, buscando un nuevo sistema de relación política en el que integrarse en igualdad de condiciones con el poder de antaño.

El Estado/Nación español actual se muere porque su ciclo histórico ha pasado ya. Como se morirán en su día la mayoría de los actuales Estados/Nación del mundo, empezando por los europeos y por aquellos otros que ya tienen previsto integrarse en entidades supranacionales de varios continentes. En Europa van a tener que resolver muy pronto el mismo problema que España naciones como Reino Unido, Bélgica, Francia e Italia, después de que en los últimos años lo hayan resuelto, unos bastante bien y otros rematadamente mal, otros países como Yugoslavia o Checoslovaquia. No ver estos desafíos políticos, sociales y territoriales a estas alturas del siglo XXI es no querer ver la evidencia. A ver si por una vez somos inteligentes y previsores los españoles y conseguimos que este futuro proceso de modernización y desarrollo político y social que tenemos que acometer, y que deberíamos empezar cuanto antes aunque sin descolgarnos para nada del económico que mejor o peor hemos sabido afrontar en el pasado reciente, se haga desde el diálogo, el consenso, la templanza, la solidaridad y la altura de miras. Incluso con pequeñas dosis de lícito egoísmo, pero desde luego no desde la intransigencia, la represión, la retórica vacía, el patrioterismo mal entendido, la cortedad de miras, y la melancolía. O avanzamos todos, no férreamente unidos que ya no es necesario a estas alturas, o retrocedemos todos peleándonos en un mundo desarrollado como la Unión Europea que ¡ojo a este dato! ya funciona como una auténtica Confederación de Estados soberanos europeos.

Entonces ¿qué España debemos hacer, qué organización política debemos crear, qué mapa territorial definir, qué forma de Estado instaurar, qué relaciones entre sus diferentes pueblos y naciones establecer… para que ese nuevo tinglado salido del consenso y el diálogo, ese super Estado ultramoderno nacido en democracia, por la democracia y para la democracia, sin terrorismos recidivantes, sin peleas entre sus miembros, sin carreras para conseguir más competencias que el vecino, sin envidias seculares, con solidaridad y respeto por los demás, pueda durar por ejemplo todo este siglo y el que viene?

Pues la España que los españoles queramos, evidentemente, sin presiones de ningún tipo, sin condicionamientos históricos, sin uniones forzadas, sin dirigentes elegidos por la divina providencia o el dictador de turno, sin miedo al futuro. Cuál es nuestro primer problema una vez superado el terrorismo, los nacionalismos, las relaciones entre sus diferentes pueblos y naciones…pues empecemos por ahí a presentar propuestas y soluciones. Quieren que me moje y suelte alguna, pues ahí va:

El Estado español del futuro, si queremos salir de una vez del impase político en el que nos encontramos y del clima de enfrentamiento interregional que estamos padeciendo y padeceremos mucho más en el porvenir, deberemos conformarlo como un Estado Confederal (el federalismo, que hasta hace bien poco era una opción a tener en cuenta, en estos momentos se ha quedado corto, ya no sirve de cara a una propuesta seria y viable de futuro para un Estado de las Autonomías que ha fracasado ostensiblemente), como una entidad política avanzada y descentralizada al máximo, republicana, por supuesto, y formada por una serie de Estados nacionales soberanos (en principio, las antiguas Autonomías) que pactarían asociarse entre sí en igualdad de condiciones dentro del superior marco de la UE.

La disyuntiva, para cualquiera que piense un poco en estas cosas, se presenta clarísima: o creamos nuevos lazos, mucho más elásticos y flexibles, que nos permitan mantener cierta cohesión en el conjunto de esta España que se nos muere e impida la explosión política y social en una buena parte de ella (nada descabellado a día de hoy como intuyen no ya sólo los políticos sino el simple ciudadano de la calle) o, rotos por la fuerza de la historia los viejos y férreos grilletes del pasado, pronto todos nos iremos al garete. La elección, amigos, no puede ser otra: unámonos todos (en una unión suave, moderna, no avalada por la fuerza como antes, echando mano de la multitud de mecanismos políticos que existen para hacerlo en este globalizado mundo del siglo XXI que acabamos de estrenar) desde la aceptación del otro como es, con su identidad, su lengua, su historia y hasta con sus orgullos y defectos; seamos solidarios y comprensivos con nuestros forzados compatriotas de antes y avancemos al unísono, con la fortaleza que da la unión aceptada y consentida, dentro de una Unión Europea que, querámoslo o no, hace ya tiempo que nos “robó” la mayor parte de nuestra antigua y preciada soberanía. Y con ello la propia pervivencia futura de una mítica España (la de nuestros antepasados) que algunos políticos en estos tiempos nuevos, con afán rencoroso y hasta suicida, se empeñan en mantener como sea, bien en la UVI política y social, en el coma irreversible que apunta por el horizonte e, incluso, momificándola con preciosas esencias patrioteras para que resucite, esplendorosa y joven, cuando “vuelva a reír la primavera”...

Creo que ya es suficiente, amigos. Retomo mi relato inicial. Han pasado ya nueve largos años desde que redacté estos bienintencionados análisis personales que acabo de rescatar para todos ustedes y que abordaban aquellos problemas que más tarde o más temprano podían afectarnos a los españoles en el futuro. Un futuro que ya ha llegado, ya está aquí con toda su virulencia y que, como todos sabemos, reclama soluciones urgentes y altas dosis de imaginación, solidaridad y cordura. Una región española, una parte muy importante de la España que todos hemos conocido, una nación sin Estado pero con su lengua, su cultura, su idiosincrasia, su historia, sus ilusiones, su riqueza y sus ansias de libertad, Cataluña, pide paso, pide cancha, pide hablar, pide negociar… para arbitrar una solución política, social y territorial con el resto del Estado español actual. La radicalidad, la miopía política, el inmovilismo, la falta de una visión clara y contundente de lo que España debe dejar atrás y de lo que tiene por delante, del actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, nos está llevando a los españoles a la angustia colectiva y al desasosiego permanente sin visos de que la anómala situación política y social que estamos viviendo vaya a remitir bajo su caciquil mandato. Porque, además, el melón identitario se ha abierto y detrás, se resuelva como se resuelva el contencioso catalán, vendrán otras peticiones de salida del estatus quo autonómico español. En principio amigables, negociadas, pero si esto no puede ser, por la vía de la enemistad, la confrontación y la violencia.

España afronta, como ya he dejado bien claro en las líneas anteriores, un fin de ciclo, el fin del actual Estado Autonómico creado en circunstancias muy difíciles del pasado y que ha traído a este país el período de corrupción más largo e intenso de la historia de España, el entierro de un Régimen, el monárquico de 1978, instaurado testicularmente por un militar golpista con genes de fascista redomado. Ha durado muchos años, es cierto, pero porque nos engañó a todos, porque se disfrazó de democrático y de derecho y muchos, incluidas las instituciones europeas y USA, lo creyeron interesadamente y lo avalaron. Pero hoy en día está acabado, hace aguas por todas partes y los ciudadanos de este país debemos cambiarlo con urgencia si no queremos enfrentarnos muy pronto al caos político y social de una nación ingobernable. ¡Refundación o caos! Y si para ello es necesario mandar a su casa (o a la cárcel) a los políticos que lo dirigen en la actualidad ¡Hagámoslo! Hay herramientas democráticas para hacerlo. Únase la oposición en bloque (¿no se sienten algunos dirigentes de la derecha emergente tan patriotas pues a qué esperan?) porque aquí y ahora de lo que estamos hablando ya no es de intereses políticos de partido sino de vergüenza y dignidad nacional, presente con valentía una moción de censura y juntos políticos y ciudadanos entonemos con fuerza el esperanzador grito de “Mariano go home”.  

 

Madrid 2 de enero de 2018

Amadeo Martínez Inglés es militar con el grado de coronel, escritor e historiador