De izquierdismos y Cabify Imprimir
Opinión / Actualidad - Laboral
Escrito por Asier Muñoz Gonzalez   
Viernes, 03 de Agosto de 2018 04:43

Lejos han quedado reivindicaciones clásicas como la de nacionalizar sectores, las de amparar y legitimar los boicots productivos.

Que la izquierda formal (cúpulas de los partidos que aspiran al parlamento y centrales de los principales sindicatos) están perdiendo el pulso político y social es una realidad incuestionable. Su norte político (discursivo, retórico, programático) ha quedado tan difuminado como su capacidad de gestar movilizaciones transformadoras: participa solo en las que le vienen ya hechas.

Y es que esto, por desgracia, se huele a kilómetros cada vez que cualquier representante de la izquierda de capitalismo buenrollista (95% de la gente que se puede ver hablando en los medios y aparente ser rojillo) tiene que comentar una huelga o hablar de un conflicto que, partiendo de lo laboral, cuestione «el mercado» o el propio sistema de explotación.

La huelga del taxi no es una excepción. Si bien los modelos de explotación laboral de Über y Cabify son el terror capital contra la masa obrera (no hay más que leer sobre «uberización del trabajo»), el modelo de explotación laboral, su modelo de burbuja económica, especulación con las licencias y su fiscalidad más que cuestionable no es tampoco el paraíso obrero.

No debemos olvidar que es un gremio que ha especulado impunemente con las licencias del taxi (con el consentimiento institucional), que existen no pocos casos en los que una sola persona posee varias (decenas incluso) licencias con las que explota laboralmente a otros trabajadores, que manejan cantidades poco controlables de efectivo y declaran a conveniencia entre otras cuestionables prácticas.

Por otro lado, Cabify o Über son empresas en la vanguardia de un cambio en el modelo laboral que, como no podría ser de otra manera, supone una nueva vuelta de tuerca a la explotación laboral. En resumen, es el extremo del falso autónomo: todas las desventajas del trabajador por cuenta ajena, todas las desventajas del autónomo y máxima rentabilidad para el empresario unida a una «flexibilidad laboral» que supone el aumento sin precedentes ni control de la jornada laboral. Economía colaborativa lo llaman.

Así con todo, la izquierda de capitalismo buenrollista se encuentra ante una dicotomía difícil de resolver: por un lado tiene un terrible modelo laboral en auge que no le gusta pero que contenta a sus consumistas votantes por lo «bueno» del servicio que presta y, por el otro lado, tiene un sector tradicional en las antípodas del «imaginario obrero de izquierdas», liderado por un fascista reconocido y cuya lucha ha sido organizada por la patronal para mantener sus privilegios de explotación intactos.

Es aquí, en este justo punto, donde el norte de estos izquierdistas se resquebraja como una cookie en su frapuccino de Malasaña. ¿Es lícito hacer una defensa cerrada del sector del taxi cuando a ojos de cualquier currela es un pozo de especulación elitista? ¿Es lícito poner un solo sector en la línea del frente de combate contra el capital sin arengar a la población (al menos discursivamente) al boicots del consumo de «economía colaborativa»? ¿Es de recibo fomentar sin reservas una huelga organizada por la patronal?

La izquierda formal, la cuqui, la que la mayoría conoce, vuelve nuevamente a perder una ocasión de oro para construir la transformación social. Si bien es verdad que no se puede pasar de 0 a 100 en un solo conflicto, toda huelga de clase supone un empoderamiento de los currelas que transforma su realidad material. Es, por ello, la ocasión perfecta para oponerse a los nuevos modelos de explotación capitalista y, a la vez, de sentar las bases para que se dé la misma batalla dentro de los sectores tradicionales de explotación laboral.

Lejos han quedado reivindicaciones clásicas como la de nacionalizar sectores, las de amparar y legitimar los boicots productivos (con daños a la propiedad privada o no), tiempos en los que hasta el lanzamiento de una piedra contra la patronal o sus guardianes era narrada con épica y poesía en los discursos a las masas. Quizá no es que fueran otros tiempos, eran otra clase de dirigentes. Líderes y voceros de una clase diferente a los que tenemos.

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Fuente: Naiz