Gerardo Iglesias: «Estamos marchando a pasos agigantados a la frontera de lo que fue el franquismo» PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Entrevistas
Escrito por Älvaro Corazón   
Sábado, 14 de Diciembre de 2013 06:39

Aguantó los peores ataques de Santiago Carrillo y una fea campaña difamatoria de Felipe González y Alfonso Guerra. También los achaques del trabajo, cuando no le quedó más remedio que volver a la mina tras abandonar la política y sufrió un terrible accidente laboral. Tiene la salud muy delicada, pero Gerardo Iglesias (La Cerezal, 1945) aún conserva energías para investigar la represión franquista en su región y redactar sus memorias.

 

También se ha sumado a la causa abierta en Argentina contra la represión de la dictadura aportando el caso de sus familiares. Mientras fue secretario general del PCE, sus ideas causaron el mismo rechazo de los poderes del mundo capitalista que de los Gobiernos de la URSS anteriores a Gorbachov. Esta forma de entender el mundo de su tiempo le llevó a formar Izquierda Unida, pero no pudo darle la continuidad que le hubiera gustado al espíritu original del proyecto. No quiere dar ya entrevistas, pero hace una excepción.

Es usted descendiente de una familia de comunistas.

Soy descendiente de una familia de personas; personas que en un momento dado pues, efectivamente, ingresaron en el Partido Comunista. Somos de un pequeño pueblecito, casi una aldea, que se llama La Cerezal y pertenece al Ayuntamiento de Mieres. Toda mi familia, sobre todo por parte materna, han sido militantes del partido. También mi padre. Y por ello han sufrido todos los embates de la represión franquista. Participaron en la guerra, mi padre estuvo en diversos frentes en Asturias. Y cuando acabó la guerra de trincheras, que aquí fue en el 37, fue hecho prisionero. Lo llevaron primero a un campo de trabajo en Teruel, luego estuvo en otros campos de concentración, en Guernica, también en la cárcel de Zaragoza. Toda una peripecia durante varios años. No tengo muchos recuerdos de cosas que me contara, salvo detalles del sufrimiento de los campos de concentración, de los batallones de trabajadores. Era horrible vivir bajo esas circunstancias cuando, además, la política del franquismo ya se sabe cuál era con los vencidos: el «exterminio por hambre o por fuego».

De niño ya tuvo relación con la guerrilla, con el maquis.

Mi padre después de regresar de los campos de concentración continuó militando en el Partido Comunista y, más concretamente, mi casa fue un punto de apoyo importante de la guerrilla asturiana. Éramos cuatro hermanos, yo el más pequeño, y estábamos muy imbuidos de aquella situación. No hacía falta ni que nos lo dijeran, en cuanto veíamos un guardia civil íbamos a avisar a los guerrilleros, que estaban en un refugio cercano y también paraban en nuestra casa. Ya con cinco años tengo recuerdos de todo esto. Me veo en brazos de alguno de ellos. Conservé también durante algunos años recuerdos que me dejaron, concretamente, durante mucho tiempo guardé una maqueta de avión que me hizo un guerrillero al que llamábamos Quirós, porque era de un pueblo de aquí de Asturias, aunque había venido de Francia. Pero sobre todo recuerdo que un buen día vino la Guardia Civil a picar a la puerta de casa y los teníamos a todos dentro en ese momento. Tengo la imagen de todos los guerrilleros apuntando a la puerta con sus armas. Ver a mi padre salir corriendo e inmediatamente pedirle a mi madre que sacase una jarra de vino para entretenerlos, porque si llegan a entrar se arma la marimorena...

A los doce años empezó a trabajar.

En el año 50 mi padre fue detenido. Mi madre se quedó con cuatro hijos. El mayor tenía doce años y a esa edad luego fuimos desfilando a trabajar. Las necesidades eran tremendas, no hacía falta que nos lo mandaran. Nosotros mismos tomábamos la iniciativa. Yo empecé a trabajar con dos albañiles, dos profesionales de la construcción que iban por su cuenta levantando casas. Hacían todo el trabajo, desde la preparación de la madera, la piedra... subían los edificios, hacían el trabajo interior. Eran muy completitos.

A los quince años, a la mina.

A la mina me fui forzado por la mala situación que tenía con estos dos albañiles. Me pagaban poco. Trabajaba de sol a sol, me recogían a las siete de la mañana y no volvían hasta las diez, y al día siguiente, lo mismo. Por supuesto, sin seguridad social ni nada. Y encima no me trataban bien, particularmente uno de ellos. Eso me empujó a pedir trabajo en la mina, pero hasta los dieciséis años no se podía entrar ahí así que me tuve que falsificar el carné de identidad poniéndome un año más. Comencé a trabajar en la mina del Pozo Fondón, que está en la cuenca minera del Nalón. La vida en la mina era muy dura. Yo vivía a nueve o diez kilómetros y los tenía que recorrer caminando cada día. Y casualmente no era un terreno llano [ríe], en Asturias todo es cuesto. Por eso llegaba al tajo y ya estaba agotado. Y luego, la vuelta después de una larga jornada, a veces con horas extraordinarias.

Viví accidentes laborales, pero no los sufrí personalmente; los que sufrí fueron algunos provocados por mí mismo. Era una cosa bastante habitual, cuando te encontrabas en un trabajo extremadamente peligroso, tajos que ofrecían mucho riesgo, peligro de muerte por derrumbes o por gas, la única salida que tenías era accidentarte para escapar a la muerte. Y eso yo lo hice en dos ocasiones. Mira, te lo explico fácilmente (muestra los dedos meñiques de las dos manos, todavía visiblemente quebrados). Con la ayuda de un compañero, te daban un golpe fuerte, te rompías el dedo y te apartabas unos días de aquel infierno. He visto a bastantes morir. A bastantes.

La mina es muy dura y sobre todo en aquellos años. Empezando por que la alimentación, casualmente, no era buena. Sobre todo en familias como la mía. Sin embargo, las jornadas de trabajo eran largas y duras. Yo entré a trabajar con quince, pero a los dieciséis años ya estaba de picador, que es un trabajo muy duro, por la dureza en sí del trabajo, y por el riesgo permanente que corrías. El inmediato y el menos inmediato, que era la silicosis. Mi padre salió de allí también con bronquitis crónica, aunque murió a consecuencia de otros males derivados de las torturas que sufrió.

¿Cómo empezó su militancia?

Yo digo que ya nací militando en el PCE. Todos eran del PCE a mi alrededor. Pero mi ingreso formal se produjo justo cuando entré a trabajar en el Pozo Fondón. Me destinaron a un trabajo con un militante comunista que se llamaba Valeriano Lorenzo, que luego fue alcalde de Yermes y Tameza, un pueblo de aquí [Y que murió en 1995 por una neumonía ocasionada por la silicosis que padecía. N. del R.]. A los pocos días de trabajar juntos, charlando y tal, le resultó fácil convencerme para entrar en el PCE, entre otras cosas, porque ya estaba convencido [risas].

Los primeros años de mi militancia consistieron básicamente en llevar propaganda de un lugar a otro. Servir de enlace con los que dirigían el partido clandestinamente en Asturias, Horacio Fernández Inguanzo, Ángel León y otros. Las responsabilidades dentro de la organización me fueron llegando sin quererlo y sin esperarlo. Sin creer que yo estuviera capacitado para ello. Ya con dieciocho años formaba parte de la dirección provincial del partido, ya comencé a asistir a reuniones en París. Después de un periodo, pasé a ocuparme de la agitación social dentro del trabajo; agitación social porque no había sindicatos, solo el Vertical. Se creó uno, la Oposición Sindical Obrera, pero no tuvo repercusión. Luego, ya más tarde, llegó el momento de las Comisiones Obreras, y estuve muchos años dedicado al trabajo sindical.

¿Cómo fueron las huelgas de los años sesenta?

Llevamos a cabo pequeñas y grandes huelgas. La más importante que hubo en Asturias fue la del 62, en la que fui despedido por primera vez. Pero fue una huelga que se ganó, tanto en las reivindicaciones laborales como en la readmisión de los despedidos, por lo que el mío al final no se hizo efectivo. Las demandas laborales se basaban en la mejora de la seguridad del trabajo y los salarios, el precio de los destajos. Es decir, en la mina esencialmente se trabajaba, picadores y barrenistas, a destajo. Y eso incrementaba de manera importantísima los riesgos. Todos los días te medían cuánto carbón sacabas y si no llegabas, te pagaban menos. Si trabajas en un frente peligroso y además tienes que ganarte el pan esforzándote hasta el extremo, el peligro aumenta. Te ocupas más de sacar un buen rendimiento que de tu seguridad.

Las huelgas ya tenían cierto recorrido, habían empezado en los cincuenta. En la del 62 se paralizaron todas las cuencas mineras y en parte la metalurgia, lo que repercutió en los servicios. Por eso tuvieron que ceder. Ganamos. Aunque muy pronto se tomaron la revancha. En el 63 vino otra huelga y ahí ya comenzaron las deportaciones, enviaron a mucha gente a otras regiones de España, las citaciones al cuartel, las palizas, los interrogatorios, las detenciones preventivas. Todo esto pasó a ser el orden del día.

A mí la primera vez que me detuvieron me sacaron de la cama a las tres de la mañana en la aldea donde yo vivía. Me trajeron a Oviedo al cuartel de la Policía Nacional y me encontré con que había cientos de detenidos porque habían hecho una redada. De ahí me pasaron a manos de la Brigada Político-Social, frente al Hotel Reconquista. Allí estaba Pascual Honrado de la Fuente, cuyo nombre era una ironía. Formaba parte del grupo de Claudio Ramos, jefe de la Brigada. Era uno de los torturadores más terribles. Estaba especializado en tumbarte al suelo dándote puñetazos en el hígado. Te daban patadas, hostias de toda clase, sufrías todo tipo de ensañamientos, aparte de humillaciones. El sistema que seguían era darte una buena paliza, bajarte al calabozo, y sin que te hubiera dado tiempo a enfriar, te subían nuevamente. Era una técnica para situarte contra las cuerdas. Yo era un niño la primera vez que me detuvieron, tenía dieciséis o diecisiete años, y con esa edad me dieron muchas palizas. Fueron cuatro días en comisaría recibiendo. Pero como no solté prenda me tuvieron que liberar. Y esta no fue la época más dura. A mí no me aplicaron corrientes y otras técnicas brutales que hubo desde el final de la guerra hasta el año cuarenta y tantos, cuando las torturas eran técnicas puramente hitlerianas.

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Fuente: jotdown.es