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Opinión / Actualidad - Economía
Escrito por Óscar González   
Viernes, 09 de Junio de 2017 04:09
El día en que lo iban a matar, el Banco Popular se levantó muy temprano para recibir el barco en que llegaba el obispo. O dicho de otra manera, lo del Popular era la crónica de una muerte anunciada, porque fue una de esas entidades que, como un borracho en una fiesta, se pusieron hasta el culo de ladrillo y operaciones de alto riesgo (léase comprar el Banco Pastor) durante los años del milagro económico de los Aznar y los Rato. Los de la Champions League de la economía, que decía Zapatero.

Negar la realidad ha sido una constante entre los que mandan en la caspa nacional que es todo lo referente a nuestro sistema financiero. Para muestra un botón, como suele decirse: el pasado viernes, aún no hace una semana, el ministro portavoz Íñigo Méndez de Vigo (cuyo padre fue mano derecha de Franco, por cierto) decía que en el tema del Banco Popular había tranquilidad absoluta. Ese mismo día el Popular se dejaba casi un 18% de su valor bursátil, ya en caída libre desde mediados del año 2015, y arrojaba pérdidas netas de más de 3.500 millones de euros a cierre de 2016. En ese mismo año, el Popular pondría también encima de la mesa el cierre de unas 300 oficinas y una “restructuración de plantilla” (que es la forma elegante de decir ERE) para alrededor de 3.000 currelas. Créanme que no soy un tipo dado al alarmismo, pero con estos datos encima de la mesa yo estaría bastante intranquilo. Llámenme raro.

Si los gestores durante los años de la burbuja tienen la mayor parte de culpa de la situación a la que abocaron a la entidad, no son los únicos responsables de que muchos pequeños ahorradores vayan a perder ahora una buena parte de su dinero. El Banco de España, en teoría encargado de supervisar el sistema financiero del estado español, ha mirado hacia otro lado mientras todo esto ocurría sin poner el grito en el cielo. Esta historia ya nos la han contado en otras ocasiones: no se puede caer en el alarmismo porque se ponen nerviosos los mercados y entonces esto es un sindiós terrible, nadie nos dará financiación y acabaremos siendo Venezuela, así que los pobres diablos que tenían su dinero invertido en acciones del que había sido durante toda la vida su banco de confianza son peones a los que hay que sacrificar por un bien mayor. Ese bien mayor podría ser perfectamente un apodo cachondo para Ángel Ron, presidente de la entidad desde hace 13 años, es decir, durante la época de la barra libre al crédito inmobiliario. Algo no funciona bien en un sistema que permite que puedas cargarte un banco y salir con una pensión de 24 millonazos para agradecerte los servicios prestados, máxime cuando para ello te fumas los ahorros de un buen puñado de españolitos. O quizá sí, el sistema funciona perfectamente. Se llama capitalismo. Capitalismo financiero, para más detalles.

Todo este despropósito ha puesto de manifiesto una vez más la opacidad en que se mueven las altas finanzas del país y la connivencia entre unas entidades y otras. El 17 de febrero de este año, el banco HSBC recomendaba en prensa económica comprar acciones del Popular. Hace poco más de un año, la UCO registraba la sede del Banco Santander, una intervención derivada de la investigación abierta al HSBC por blanqueo de capitales a raíz de lo recogido en la famosa “Lista Falciani”. Esa lista reveló, entre otras cosillas, que la familia Botín tenía 2.000 milloncejos en Suiza. En el HSBC, para más detalles. Los mismos que recomendaban hace tres meses invertir en el banco que ayer se compró la heredera de los Botín por el precio simbólico de 1 euro.

Así, una vez más, la banca gana y nosotros perdemos. En este caso, seguimos alimentando macrobancos, y cada vez tienen menos competidores. Si tropiezan, nos dirán que hay que ayudarlos, porque son too-big-to-fail, demasiado grandes para caer. Y otra vez a la rueda.

¿No les encanta el olor del capitalismo por las mañanas?

 

Viñeta: Artsenal. Viernes, 9 de junio de 2017

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Fuente Revista Gurb