Por la emancipación pendiente de los pueblos PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Economía
Escrito por Pedro Montes   
Martes, 11 de Octubre de 2016 02:34

El tiempo pasa demasiado rápido y en poco más de un año se cumplirá el primer centenario de la gran revolución de octubre. Como en toda revolución intervino en ella la irrupción de las masas oprimidas, en las que arraigó la consigna del partido bolchevique reclamando trabajo, pan y paz.

Por primera vez en la historia tuvo lugar una revolución sustentada sobre una teoría: la teoría marxista, con su visión materialista de historia, el reconocimiento de la lucha de clases y la existencia de la explotación de los trabajadores a través de la producción de mercancías y la extracción de plusvalía.

Por otro lado, sus dirigentes máximos, Lenin y Trotsky, tenían ideas precisas y claras sobre el mundo futuro que querían construir y una determinación inconmovible. Apostaban  como nunca previamente por levantar una sociedad sin clases, que eliminase la explotación del hombre por el hombre, y, en última instancia, que emancipase a los oprimidos de toda condición.

Se abrió entonces una oportunidad histórica para superar el capitalismo. Sin embargo, acontecimientos de una gran complejidad y los inmensos errores de la izquierda han disipado cien años después esa posibilidad. Hoy el mundo está dominado por el capitalismo y nos aparecen como cerradas las brechas por las que iniciar otra vez la tarea pendiente histórica de subvertir el orden burgués, cuando el dilema revolución o barbarie sigue planteado con la misma crudeza de hace por lo menos un siglo, si no bastante más. Los avances científicos y tecnológicos y la voracidad del modo de producción capitalista, con su agresión continua y creciente a la naturaleza, han acrecentado los riesgos de destruir el planeta como “hábitat” de los humanos.

En ese combate global es en el que hay que intervenir. Es necesario encontrar los terrenos de batalla que permitan a la humanidad reemprender la búsqueda de una solución a un mundo por tantos motivos rechazable.

Y ha surgido en Europa un frente de lucha por el fracaso y desastres que ha provocado el proyecto de la unión europea diseñado en Maastricht.

Para los progresistas, los anticapitalistas europeos, las tareas históricas pendientes han de concentrarse en aprovechar las circunstancias actuales para iniciar un proceso que arrumbe el orden construido con los criterios salvajes del neoliberalismo.

Sin entrar a detallar las conmociones sufridas en los últimos tiempos, bien conocidas y explicadas, y las consecuencias desoladoras que ha tenido la Unión europea para muchos  pueblos del Continente, con algunos países retrocediendo en la civilización y a punto de una destrucción irrecuperable, en esta lucha por la emancipación de esos pueblos es preciso tener en cuenta dos aspectos que han gripado lo que entendemos por el motor de la historia.

En primer lugar, la lucha de clases se nos ha convertido en un objetivo inútil y contraproducente en la medida en que las conquistas sociales, salarios, jornada, derechos laborales,  bienestar social, le pasan una factura costosa a los trabajadores en términos de empleo y austeridad. Se nos ha montado un mundo perverso donde la lucha no paga, sino que, bien utilizada por la burguesía, conduce a una degradación de las condiciones de vida de la inmensa mayoría. La competitividad llevada a sus extremos, desprovistas las economías de todas las barreras de protección y del resorte del tipo de cambio, del valor de la moneda propia frente a las demás divisas, para compensar las profundas desigualdades entre ellas, tiene como inevitable consecuencia el acoso a los derechos de los trabajadores y las capas sociales desheredadas.

La inexistencia con la creación del euro de un antídoto específico, eficaz y directo contra los déficits exteriores, como ha sido históricamente la devaluación de la moneda, ha dado paso a lo que se llaman devaluaciones internas: una política también competitiva en la que los salarios, su reducción, son la variable que sirve de sucedáneo para mejorar las exportaciones, lo cual requiere crear un marco de relaciones entre capital y trabajo en el que esté todo en contra de los trabajadores.

Los españoles tras sucesivas reformas laborales malignas saben mucho de eso, impuestas además con escasa lucha, cuando no con la comprensión de los dirigentes sindicales. Los trabajadores franceses con sus combates actuales han entendido las consecuencias desastrosas de anular la negociación colectiva como función básica de los sindicatos y elemento de cohesión  de la clase obrera.

En segundo lugar, hay que destacar la degradación ideología. Esta, como sustento de la confrontación de clases, de proyectos sociales alternativos, de búsqueda de criterios de convivencia civilizada, se ha enterrado ante la necesidad fomentada de cumplir las exigencias de los poderes económicos de los mercados y el insostenible caos financiero en que sea instalado el mundo, y en particular Europa.

Parece como si la historia se hubiera detenido, pero no en un estadio satisfactorio, de bienestar general, de cobertura para todos de las necesidades básicas, sino que ha quedado bloqueada en una ciénaga de sufrimientos,  pobreza, angustia y miedos, donde la irracionalidad se ha impuesto en el sistema y adueñado de las mentes.

El retroceso ideológico que ha sufrido la izquierda desde la desaparición de la URSS, sin entrar en las razones profundas de este acontecimiento, ha sido enorme. Las propuestas progresistas y los valores que han alimentado todas las revueltas y los procesos revolucionarios habidos -en última instancia la desaparición del socialismo como alternativa al sistema-han dejado de tener valor estimulante para la lucha y nos encontramos con que las reacciones contra el desorden existente se generan sobre todo por la desolación y terribles consecuencias del capitalismo global.

Ni hubo previsión por parte de las fuerzas organizadas y hegemónicas de la izquierda europea sobre las consecuencias y peligros que entrañaba la construcción de la Europa de Maastricht, ni ha habido posteriormente todavía una reacción para corregir y superar los errores cometidos. No hace falta entrar en detalles por países ahora; quizá basta sólo citar el caso de Grecia con el gobierno de Syriza.

Esta acomodación de la izquierda a la situación económica y social de la mayoría de los países europeos y la falta de objetivos combativos contra este estado de cosas contrastan  con los análisis certeros que muchos intelectuales y fuerzas políticas han llevado a cabo de la situación promovida por el euro.

En cualquier documento político se pueden encontrar análisis rigurosos de las carencias del proyecto europeo, de sus terribles consecuencias, de la inviabilidad de su futuro, de la conveniencia de transformarlo, pero en la mayoría de los casos nunca se quiere dar el paso político lógico y coherente de romper con esta Europa y contribuir a desmantelarla.

El éxito en estas tareas al que dedicamos este Foro no significa evolucionar hacia el socialismo, pero en el marco de la Europa de Maastricht es imposible avanzar hacia él. Sin comprender esta sencilla afirmación, la izquierda seguirá pérdida y sin proyecto alternativo en todos los países europeos.

No quisiera acabar mi intervención sin antes denunciar la manipulación que se hace del internacionalismo para impedir que los pueblos europeos retomen las riendas de su futuro, con el argumento de que el objetivo de recuperar la soberanía económica y política implica un reforzamiento del nacionalismo.

En el marco de la Europa de Maastricht y en el contexto de la globalización capitalista nunca ha dejado de funcionar el nacionalismo de las capas sociales poderosas en interés de mantener ventajas competitivas frente al resto de otras burguesías. ¿Acaso la señora Merkel no actúa en provecho del capitalismo alemán, como por lo demás ocurre con todos los gobiernos europeos? ¿Es legítimo confundir la integración  económica lograda por la burguesía en provecho de sus intereses con el internacionalismo de los trabajadores?

Como en tantos otros aspectos la desorientación ideológica de la izquierda ha hecho profundos estragos. El estado sigue siendo el instrumento básico inevitable de toda transformación. Por ello la izquierda, en su intento de conseguir objetivos a favor de la inmensa mayoría de la población, ha de disponer de todos los resortes y medios para llevar plasmar sus políticas, lo que implica simplemente que hay que recuperar la soberanía económica de cada estado, cedida o perdida a las instituciones europeas y los mercados.

El internacionalismo empieza en el interior de cada país con la lucha necesaria para impedir, o perturbar cuando menos,  el dominio de la burguesía sobre toda la sociedad. Los avances integradores bajo los intereses del capital no pueden servir de base para la construcción del internacionalismo que ha de impulsar y practicar la izquierda.

Por lo demás, sólo con esta visión y valores propios se estará en condiciones de combatir el nacionalismo de la extrema derecha. Esta se aprovecha de los desastres causados por la integración económica y monetaria en Europa, pero no tiene intención alguna de superar el capitalismo sino de agravar los sufrimientos que este acarrea aportando otros dogmas perversos que acrecientan la desigualdad y la división de los pueblos.

El camino se nos presenta claro, lo que no significa que esté exento de grandes dificultades. Hay que desmantelar esta Europa. Hay que recuperar la soberanía económica de los países para, disponiendo de ella, avanzar en la emancipación de los pueblos y en el fortalecimiento de un verdadero internacionalismo.

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Fuente: Socialismo 21

 

Pedro Montes, Plataforma por la Salida del Euro (Intervención en la sesión de inauguración del Foro internacional No Euro, celebrado en Chianciano,Italia)