El otro poder de la Iglesia Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Andrés Expósito   
Sábado, 15 de Septiembre de 2018 04:32

Dice el décimo mandamiento, con el que sacude constantemente la religión cristiana, que, “no codiciaras los bienes ajenos”, pero parece que esto solo es aplicable al prójimo. No es aplicable a la institución de la Iglesia, quienes, en una u otra manera, y desde hace décadas, y en base a una ley franquista, ampliada y mejorada por José María Aznar, y en la que, se da privilegio absoluto a los obispos para registrar cualquier propiedad sin demostrar que les pertenece, han acumulado en todo este tiempo toda clase de propiedades. Y no hablamos solo de parroquias o catedrales, nos referimos a fincas, a locales vacíos, a viñedos, a casas de maestros, a plazas, incluso a cementerios, que en ningún caso están tipificadas para un uso religioso.

Puede parecer irreal, pero no lo es. Toda realidad, en ocasiones, suele sacudir la más creativa y urdida fantasía. La Iglesia se ha dedicado, como se ha dicho, a explorar de manera cínica y tramposa todas las propiedades posibles que, en una u otra manera, pudieran estar al alcance de su codicia y hurto, y luego, amparados por la ley y en un sigilo tramposo, las ha inscrito a su nombre. Es tan fácil como que la propiedad no tenga un registro conciso, o incluso, como ocurre con plazas, cementerios y terrenos que, habiendo pertenecido durante décadas a la vecindad, barrio o pueblo, no se ha realizado registro alguno. Y en ese vacío de pertenecer a todos, pero no estar registrado a nombre de nadie, ha llegado la desfachatez de miembros de la Iglesia para registrarlos a nombre de la misma. Ha ocurrido incluso que, tras ser cultivada una propiedad durante décadas por una familia, pasando de padres a hijos, estos se han encontrado de la noche a la mañana con que la misma ya no les pertenece, debido a que en un momento dado al realizar la correspondiente herencia por parte de sus difuntos familiares no quedó reflejada en el registro, hecho aprovechado vilmente por la iglesia para apropiarse de ella.

Lo peor es que, y como nos recordaría Don Quijote de La Mancha: “Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Y es que, siendo lo propio que una vez descubierta la trampa el tramposo devuelva las ganancias y las propiedades adquiridas, nada de eso dignificará la conducta de la Iglesia. Con total seguridad, acabará mareando la perdiz en juicios y prórrogas. Nada será devuelto al pueblo. Siempre habrá una excusa, una trama enhebrada que lo enrede todo, que desconcierte al ciudadano y del que saque partida dicho estafador. En alguna forma, el tramposo volverá a ejercer de las suyas, volverá a coronarse en la supremacía de la inmoralidad y la codicia que tanto castiga y tanto apremia a no cometer.

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Fuente: Diario16