"La princesa Leonor quizá llegue a ser presidenta o primera ministra de este país" Imprimir
Opinión / Actualidad - Entrevistas
Escrito por Manuel Mateo Pérez   
Viernes, 09 de Noviembre de 2018 05:07

Entrevista a Julio Anguita

¿Averroes o Maimónides? Si Julio Anguita tuviera que ser uno de ellos sería Maimónides porque su barba, el mentón o su nariz están más próximas a las de aquel judío médico, teólogo y rabino, autor de la Guía de Perplejos, cuya escultura en la plaza de Tibiriades tiene las babuchas descoloridas de tantas manos como han pasado por el frío bronce. Uno imagino a los turistas y caminantes pasear al lado de la escultura y alargar el brazo por ver si se les pega una brizna de su sabiduría. Julio Anguita tiene algo de ese carácter demiurgo que asociamos a los grandes pensadores andalusíes. Él habría querido ser al-Hakam II y poseer su rica biblioteca. En cambio, fue alcalde y luego secretario general de los comunistas, y si lo pensamos con detenimiento ambos cargos tienen algo de califato y aura áulica.

A mi me habría gustado verlo pasear por la calle Alfonso XII, entre San Pedro y La Magdalena donde está su casa, y observar a los vecinos cruzarse con él, y con ese tono seco que ponen los cordobeses al saludarse escucharlos decir: "Buenas tardes, don Julio". Y a él oírlo con la misma severidad con que Romero de Torres se despedía de sus admiradores y clientes con un "vaya usted con Dios". El único problema es que Anguita no es creyente, aunque aquí sea una deidad.

-¿Me permitirá acompañarlo a su casa cuando acabemos la entrevista?

-¿A qué ese interés? -me pregunta con sincera curiosidad.

-Quiero ver cómo lo miran sus vecinos, cómo lo saludan y qué le dicen.

-Ah! ¿Es eso? Los cordobeses somos respetuosos. Y cuando vemos a un conocido hablar con alguien no incordiamos ni molestamos.

Pero no es cierto. Porque Anguita me ha citado en la taberna Góngora y a pesar de que los dos estamos sentados delante de dos copas de Montilla los parroquianos se acercan hasta nosotros, le preguntan trivialidades y querrían quedarse aquí si no fuera porque él los despacha con exquisita delicadeza.

-La III República... Así que está con eso ahora. No tenemos suficiente con un gobierno en minoría y usted anda pergeñando las bases de un nuevo sistema político para nuestro país.

-Somos un grupo de republicanos convencido. Tenemos la certeza de que algún día se impondrá la cordura en España y otro paradigma será posible.

-¿No vio a la princesa Leonor hace unos días recitar el artículo uno de la Constitución?

-Sí. Y leyó con soltura y seguridad. Ha salido a la madre. ¿Quién sabe? Quizá llegue como cualquier ciudadana de este país a ser presidenta o primera ministra. Le deseo salud y libertad.

-¿Esta Constitución ya no es válida?

-Hace décadas que la Constitución pide una profunda reforma, empezando por el artículo uno que impone una monarquía parlamentaria. El problema es que a la Constitución la sodomizan todos los días, porque los gobiernos han incumplido sistemáticamente aquellos artículos que hacen referencia a los derechos más básicos de los españoles. Nos quieren hacer vender que el conflicto catalán destruirá España. Eso es mentira. España se destruirá por la falta de empleo para los jóvenes.

-Y con una república solucionaremos el problema del paro. ¿No es eso?

Un camarero que parece habitar estas paredes tantos años como muerto lleva el autor de Soledades ha puesto encima de la mesa una ración de japuta en adobo. Aquí la preparan deliciosa, bien enharinada y frita en aceite de Baena. Pero me doy cuenta de que la ironía no es un arte que le siente bien a Anguita. Estar frente a una deidad conlleva sus riesgos porque cuando se pone serio uno teme que se desate la ira y le caiga un rapapolvo que empiece con su conocido 'mire usted'.

-Mire usted... Vivimos en un país sobreactuado, irracional, con posturas cada vez más viscerales. Cuando uno escucha a los políticos de hoy se pregunta: ¿Qué les pasa para que actúen así? Se ha perdido la sensatez, la medida, la categoría, la generosidad. Vivimos tiempos de alienación. Y eso sucede no solo en la esfera de la política: Ocurre cada vez más entre los medios de comunicación. Y en la propia ciudadanía. Padecemos una época que pide cambios profundos: Un capitalismo que no puede escapar de sus contradicciones y una nueva generación de jóvenes que vivirá peor que sus padres y que para mayor encono ha crecido entre algodones.

-Cuando se pone serio usted acongoja, don Julio.

-Es que yo soy un hombre serio que dice cosas serias -asegura complacido consigo mismo.

-¿Es tarde para desenterrar a Franco?

-A Franco tuvimos que solucionarlo al día siguiente de sancionar la Constitución. Sacarlo de allí y dar sus despojos a la familia para que lo enterraran donde quisieran. Pero este es un país que llega tarde siempre a todos sitios.

-Y al que le gustan las alharacas...

-En efecto. Se diría que somos incapaces de hacer algo sino es rodeados de espectáculo. Con los restos del dictador hace muchos gobiernos que debió de actuarse en silencio y discreción, haber negociado con la familia y anunciar su traslado con todo hecho y firmado. Y no con estos boatos en los que los socialistas son expertos.

-¿Se da cuenta de que los viejos rockeros como usted son cada día más reclamados para actuar como primeras estrellas encima del escenario?

-Sí. Y eso debería de ser un síntoma de profunda preocupación. No digo que nos arrojen al vacío desde los montes de Esparta, como hacían entonces con los viejos. Pero que volvamos a la primera línea de fuego significa solo una cosa: Que escasean los referentes.

-Hace unas semanas visité a su colega Luis Carlos Rejón en Zuheros...

-Sí, algo he leído. Luis Carlos fue siempre un señorito cordobés. En eso jamás engañó a nadie. Ha sido un hombre coherente con su boato y sus lujos. Yo en cambio he procurado ser más adusto.

-Rejón me confesó que ahora, a sus años, entiende muchas cosas que usted hizo y de las que entonces no estaba de acuerdo. ¿Es cierto que la vejez, además de achaques, da perspectiva?

-¡Y tanto! Pero le advierto que yo no me arrepiento de nada de lo que hice en mis años de actividad política. Sigo siendo el mismo.

-¿Usted no se ha equivocado?

-Muy poco.

-¿Tan seguro puede estar?

-Mire usted... Yo soy estoico. Y los estoicos, además de haber leído a Séneca y a Marco Aurelio, estamos obligados a abrazar la eudemonía, el ejercicio constante de la virtud, la imperturbabilidad y el desapasionamiento.

-Pues fíjese que lo hacía yo más epicúreo...

-Jamás di muestras de eso. Será porque no me observó con detenimiento. Cuando a lo largo de mi carrera política insistía en aquello de 'programa, programa, programa' lo único que trataba de convencer es de que por encima de las personas están los hechos rectos. No a la palabrería hueca y sí a la acción que contribuya a mejorar las cosas.

-Desde esa mirada ¿cómo asiste a las elecciones andaluzas del 2 de diciembre?

-Con el escepticismo que siempre me ha caracterizado. Susana Díaz es como una folclórica que durante su gran concierto le falló la voz. De los chicos del Partido Popular y de Ciudadanos no recuerdo ni sus nombres. En el caso de este último no sé tan siquiera qué programa presenta porque todo en ellos es endeblez, indefinición, esterilidad y banderas. Teresa Rodríguez, en cambio, ha comprendido que las exaltaciones hay que hacerlas con papeles escritos, ideas concretas y proyectos a medio y largo plazo.

-Todo eso está muy bien. Pero ¿quién ganará?

-¿Por quién me has tomado? ¿Por una pitonisa? ¡Y yo qué sé quién ganará! Gane quien gane todo permanecerá igual. Esta es una tierra donde nada cambia. Este es un país donde todo permanece igual porque no hay voluntad para modificar las cosas.

Unas copas de Montilla y una ración de palometa en adobo después, Julio Anguita se levanta de la taberna Góngora con ese aire patricio y senatorial que tanto le estiman aquí. Anguita no tiene el dinero que acumuló Séneca durante toda su vida. En cambio, hay algo que los emparenta porque cuando lo acompaño hasta la puerta de su casa me cita al filósofo de Córdoba.

-Es usted una persona querida en su ciudad. Lo llevan en volandas -le digo.

-¿Has leído a Séneca? -me pregunta.

-Sí -respondo.

-Entonces recordará cuando escribió esto: "No me exijas que sea igual que los mejores, sino mejor que los malos. Me basta con ganar cada día algo de terreno a mis vicios y castigar mis errores". ¡Pues eso!

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Fuente: El Mundo