La sirena de Mauthausen PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Republicanos en la II Guerra Mundial
Escrito por Marta Tomé   
Martes, 07 de Mayo de 2019 05:26

Pedro Gallego, lejano familiar de un deportado de Camuñas, acaba de visitar el campo de concentración austriaco para conocer de cerca parte de su historia y de las de sus otros dos amigos del pueblo que también fueron trasladados allí. Su rastro se perdió cuando dejó de enviar cartas desde los campos de trabajo, pero Emiliano, el único superviviente, se encargó de comunicar a la familia que había sido asesinado en Gusen meses después de su ingreso.

El silencio te sobrecoge en Mauthausen. También el sonido de la sirena cuando se oye en todo el campo”. Pedro Gallego cogió el tren hace poco más de un mes, recorrió a pie los cinco kilómetros que separan la estación de la inmensa fortaleza y entró como uno más, como uno de esos visitantes que quieren conocer de cerca lo ocurrido, rendir homenaje al primo de su padre y a otros dos jóvenes amigos del pueblo con los que entró allí y quedarse en paz.

“Con este viaje siento el deber cumplido, pero también me ha dejado mucha tristeza por haberlo realizado demasiado tarde, tarde por las familias de los tres”. Y tarde también por lo que sufrieron.

Pedro acaba de reconstruir la historia de su lejano familiar, también llamado Pedro Gallego, asesinado el 1 de agosto de 1942, “y de sus dos compañeros de fatigas”. Tres jóvenes de Camuñas (Toledo), “que apenas habían salido de su pueblo”, combatieron con el ejército republicano durante la Guerra Civil, como otros tantos jóvenes, y terminaron cruzando la imponente mole austriaca después de buscar asilo en Francia. Únicamente uno de ellos, Emiliano Yuste, salió con vida tras varios años de penalidades. La pista de Pedro se perdió muy pronto, cuando dejó de escribir esas escuetas cartas desde Savoy, a unos cien kilómetros de la Línea Maginot, la barrera de defensa que construyó Francia en la frontera con Alemania tras la Primera Guerra Mundial.

Segundo y Beneranda, sus padres, no se imaginaban la situación de su hijo como prisionero en los campos de trabajo ni los meses que pasaría después en Mauthausen antes de morir. Recibían noticias de vez en cuando y creían que Pedro estaba bien porque preguntaba por el campo, el ganado y el día a día. Los tres amigos pasaron a Francia, se alistaron en la 86º compañía española de trabajadores del ejército francés y fueron a parar al campo militar de Valbonne, la parada previa al campo de trabajo de Sauvoy.

Imagen de Pedro Gallego, uno de los prisioneros de Mauthausen.

“Me alegro de que se encuentren bien. Yo quedo bien, en compañía de los paisanos y de los de Madridejos y más amigos…”, escribió el 29 de febrero de 1940. El correo llegaba una vez al mes más o menos, siempre en el mismo tono, con preguntas triviales y comentarios de las fotos que se incluían, pero poco más. Cuatro meses más tarde se cortó la comunicación, ya no hubo más cartas. Segundo y Beneranda no supieron nada de Pedro hasta años después, pero esta vez el remitente era Emiliano Yuste, uno de sus dos grandes amigos de Camuñas. “Quiero manifestarles la mala noticia de que su querido hijo murió el 1 de agosto de 1942… Nos separaron en el campo de Mauthausen. Era tanto tiempo que cuando llegó la separación en aquel maldito campo le dije al jefe del bloque que me quería marchar con él… Basta que quisiera ir con él para que el jefe de bloque no me dejara y estuve si iba o no al crematorio porque todos los días me hacía barrer, nevando y lloviendo… Cuando me dijeron ‘tu paisano ha muerto’, lloré, ya ven si nos llevábamos bien los dos…”.

La familia de Emiliano guarda este pedazo de papel con apego. Un testimonio que también recogió Carlos Hernández, autor de Los últimos españoles en Mauthausen, como una prueba más de los recuerdos y de las vivencias de esos 9.300 deportados españoles que fueron trasladados a este conocido campo de concentración. También Pedro Gallego conserva las cartas de su familiar porque merecían que se desempolvaran y salieran del desván “donde permanecieron ocultas durante años porque el ocultismo en este tema era general y de una manera marcial se imponía no hablar del tema, imagino que por los años de represión”.

La llegada al campo

Los tres de Camuñas fueron capturados y transportados a los campos de internamiento, los famosos stalags, en junio de 1940. El camino de los tres ‘compañeros de fatigas’, Pedro, Emiliano y Noé, se separaron. A los dos primeros los internaron en uno de Trier, pero el último terminó en Ziegenheim y apenas se supo más de Noé Ortega, que fue trasladado a Mauthausen en un largo y tenebroso trayecto en tren, hacinado, hambriento y asustado. Ese tercer convoy de carga, que transportaba a 90 españoles más, paró en la estación el 13 de agosto de 1940. Durante ese mes llegaron allí más de 7.300 deportados, como apuntan los registros oficiales.

Pedro y Emiliano tampoco se libraron. También subieron a un tren con paradas interminables hasta Mauthausen. Ambos pensaron, según cuentan sus familiares, que quizá regresaban a España, de la que habían salido en 1939 tras la caída de Cataluña. Pero un cartel escrito en alemán rompió su sueño, y enseguida escucharon los gritos y sintieron los empujones de los SS a la llegada a la gélida estación el 25 de enero de 1941. Ninguno de los dos se imaginó que a su amigo Noé se lo habían llevado un día antes a Gusen, uno de los campos satélites, situado a cuatro kilómetros, más mortíferos. Seis días más tarde, el cuerpo de Noé terminó en el crematorio para hacer sitio.

Pedro y Emiliano superaron el registro, las duchas heladas, el toque de sirena a las cuatro de la madrugada para empezar el día, las extenuantes jornadas en la cantera y la interminable escalera por la que tenían que subir las piedras. 139 malditos peldaños tenía antes de la reforma y 186 dos años más tarde, según le contó Emiliano a su familia. También se acostumbraron a perder sus nombres. En Mauthausen atendían por el 3.866 y el 3.917. El único respiro para ambos fue permanecer juntos casi todo el tiempo. Intentaban que las fuerzas no fallasen y mantenerse sanos para evitar acabar en Gusen, pero Pedro se fue debilitando poco a poco. Emiliano intentaba ayudarle con parte de su escueta ración de comida diaria, pero tampoco sirvió para que Pedro se mantuviera fuerte y el 8 de abril de 1941 llegó la hora de la separación. Su compañero no pudo ahogar el grito y terminó implorando desesperado que quería marcharse con él, un gesto que pagó con un cambio de barracón y varios castigos.

A pesar de que a Pedro le fallaban las fuerzas y de la fama de Gusen de exterminar con rapidez a los enfermos, los más débiles y los que no soportaban las inhumanas condiciones de trabajo, el joven de Camuñas aguantó nueve meses más, aunque no se sabe más. No hay cartas. Y nadie puede hablar de sus últimos meses. El único que aportó noticias fue Emiliano, que muchas veces pensó que tampoco saldría de Mauthausen con vida. Fue sorteando los registros de los fallecidos, aunque cada día su cuerpo se debilitaba más, se hacía más pellejo por la falta de alimento. El hambre suscitaba pequeños robos en las cocinas, pero también costaba caro, tremendas palizas por roer una cáscara de naranja o por un chusco de pan.

Emiliano sobrevivió, pero tras la liberación del campo ese 5 de mayo de 1945 por las tropas estadounidenses, este joven de Camuñas pasó varios meses intentando cicatrizar ese infierno. Su familia cuenta que hubo que darle terrones de azúcar porque si comía algo más sus intestinos se descomponían, pero poco a poco se recuperó y pudo hacer vida normal.

Emiliano nunca olvidó a sus dos amigos y siempre terminaba con lágrimas cuando contaba todo lo vivido a sus familiares. Aquella carta que le mandó a Segundo y Beneranda exorcizó parte de su angustia, pero no toda. También el reciente viaje a Mauthausen de Pedro Gallego ha tenido su contrapartida, acercarse un poco más a los tres de Camuñas, aunque no pueda evitar cierta tristeza “por los familiares que ya no están por su edad y se han ido sin que nadie les haya contado esa barbaridad cometida”. Además, siente tristeza “por lo poco que los estamentos oficiales han reconocido a las víctimas hasta ahora”. Sin embargo, agradece al Gobierno “que se instaure el 5 de mayo como día de recuerdo de las víctimas españolas en los campos nazis”. Y está contento por haber realizado su viaje a Mauthausen, acompañado por su mujer y su hijo adolescente, y recorrer el campo de exterminio “con emoción, un gran interés y ganas de entenderlo todo”. Ninguno de los tres olvidará esa estruendosa sirena.

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Fotografía destacada: Campo de concentración y exterminio nazi de Mauthausen-Gusen | Memorial Mauthausen

 

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Fuente: Público