Francisco Boix, el fotógrafo español que documentó en imágenes la barbarie nazi PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Republicanos en la II Guerra Mundial
Escrito por Luis Díez   
Lunes, 06 de Abril de 2015 05:53

A los 19 años ya había sobrevivido a mucha mala leche. Conocía los efectos de los bombardeos alemanes sobre Barcelona, la metralla de sus aviones contra las interminables hileras de soldados y paisanos que al final de la Guerra Civil buscaban refugio al otro lado de la frontera de Cataluña con Francia. Ni siquiera en aquellas circunstancias llegó a imaginar la crueldad y el horror que le quedaba por sufrir. Era el reportero gráfico Francesc Boix Campo (Barcelona, 1920-París, 1951), republicano, comunista, de perenne sonrisa en los labios. Fue el “fotógrafo de Mauthausen” (Austria) y también el único español que pudo testificar contra los jerarcas nazis en el proceso de Nuremberg.

 

Gracias al historiador Benito Bermejo tuvimos noticia en 2002 de la existencia y la obra de Boix: las imágenes robadas a los carceleros de las SS de aquel campo de exterminio en el que mataron a más de 5.000 republicanos españoles. El próximo 3 de mayo se celebrará el 70º aniversario de la liberación del complejo de Mauthausen-Gusen y la editorial RBA lanzará la nueva edición ampliada, con más de 200 fotografías, del libro de Bermejo sobre Boix, un testimonio impresionante y único que llevará prólogo de Javier Cercas.

La presentación del libro sobre Boix, prevista el 7 de mayo en Barcelona, se convertirá además en un acontecimiento único frente al olvido y el silencio oficial de la jefatura del Estado y de la mayoría de las instituciones, que sería más vergonzoso y total si el PSOE no hubiese presentado una proposición no de ley en el Congreso para reconocer la heroicidad de aquellos luchadores de la libertad e instar al Gobierno a condecorar a los escasos supervivientes. Al acto editorial vendrá Ramiro Santiesteban Castillo, el preso número 3237 de Mauthausen y uno de los pocos supervivientes que quedan vivos. Tenía 15 años cuando le deportaron a Mauthausen con su padre y su hermano y allí conoció y entabló amistad con Boix. Bermejo espera también la participación del hijo de Jacques Guntzi, un judío de nacionalidad belga que combatió al nazifascismo en España y fue capitán en las Brigadas Internacionales. Murió en Mauthausen. El hijo tenía entonces cinco años. Por una foto de Boix pudo identificar a su padre y conocer su terrible destino.

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Una de las últimas fotografías que se conservan de Boix. / captura del documental ‘Un fotógrafo en el infierno’.

Aparte la edición de la extraordinaria obra gráfica y literaria sobre Boix –el primer libro de Bermejo fue editado también en Alemania hace más de una década y ha sido traducido al francés en Bélgica para su publicación en fecha próxima–, la Casa Sefarad en Madrid expondrá una muestra de las fotografías escondidas y tomadas por aquel preso que sobrevivió al holocausto. ¿Quién era Boix, por qué acabó en Mauthausen, cómo consiguió burlar la vigilancia de los nazis y esconder aquellos fotogramas?

“Yo conocí la existencia de Boix –explica Bermejo– a finales de los años noventa. Las primeras fotografías me las enseñó un socialista de Arganda (Madrid) que vivía en Toulouse. Se llamaba Enrique Tapia y había sido mecánico de la aviación republicana y en Francia trabajó en Aerospatiale y creo que también tuvo un taller de bicicletas. El propio Boix le había entregado aquellas fotos en 1946 con ocasión de un acto con Pasionaria, y el hombre las guardaba como oro en paño”.

Bermejo trabajaba entonces en el rescate de la memoria de las víctimas españolas del holocausto –ha filmado más de setenta entrevistas con supervivientes y familiares directos para un programa de la UNED en colaboración con la profesora Alicia Alted y ha elaborado el Libro Memorial sobre los españoles en los campos de exterminio con la también historiadora Sandra Checa–. Cuando Tapia le mostró aquellas fotografías quedó impresionado y adquirió conciencia del valor y la inteligencia de Boix y de la importancia de su legado histórico.

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Un grupo de presos arrastra una vagoneta en la cantera de Mauthausen. / Foto del legado de Francisco Boix cedida por Benito Bermejo

“Algún tiempo después, en el año 2000 –añade Bermejo– surgió la oportunidad de participar en un documental que iba a dirigir Llorenç Soler y producir Oriol Porta sobre la figura de Boix: Un fotógrafo en el infierno. Soler ya había hecho otro documental sobre Mauthausen en 1974, yo creo que el primero que se hace en España. Hicimos el documental, que fue una experiencia formidable, entre otras cosas por poder trabajar con esas dos personas. Desde el principio yo tenía claro el proyecto de un libro. El documental de Llorenç me pareció magnífico y puede transmitir cosas que un libro no podría nunca. Pero había otras cosas que yo quería contar y donde se podían contar mejor era en un libro. El volumen se publicó en 2002 y, al contrario de lo que suele ocurrir con las ediciones, resistió bien el paso del tiempo y permaneció en las librerías hasta que se fue agotando”.

Aquella obra ayudó a muchos descendientes de las víctimas a identificar a sus familiares. La mayor parte de las fotografías se difundían por primera vez en España. La nueva edición identifica a más prisioneros de los nazis, entre ellos, a un niño de doce años, refugiado en el campo de La Vernet, en el sur de Francia, que fue deportado a Mauthausen con su padre. El padre murió a los pocos días y el niño acabó gaseado en las cámaras que los nazis habían instalado en Hartheim, a 40 kilómetros del campo.

El joven Boix, al que su padre había enseñado las técnicas fotográficas, se aprestó, junto a otros miles de refugiados españoles en los arenales franceses, a defender Francia de la amenaza de las tropas invasoras de Hitler. Unos fueron a la Legión Extranjera, otros se sumaron a las tareas de ayuda al Ejército francés hasta que la ominosa capitulación del mariscal Petain, en la primavera de 1940 les convirtió en prisioneros de guerra de la Wehmacht. Francesc Boix era uno de ellos. A finales de agosto fue sacado del campo de prisioneros y deportado con otros 350 compañeros españoles al centro de trabajos forzados en las canteras austriacas de Mauthausen.

Aquel sería poco después, a partir de septiembre de 1940, el lugar elegido por los jefes nazis Hitler y Himmler, de acuerdo con Franco y su cuñado Serrano Suñer, para exterminar a la mayoría de los republicanos españoles, tanto si combatían en la resistencia como si permanecían refugiados pacíficamente en lugares como La Vernet, cerca de Angulema. De los casi 8.000 españoles que llevaron a Mauthausen, más de 5.000 murieron de hambre, agotamiento, frío y enfermedades. Y también asesinados a tiros por los carceleros de las SS. Los que eran sacados del campo, ya no volvían. Los llevaban a las cámaras de gas de Hartheim. Los que morían en el campo también desaparecían, transformados en humo y ceniza en los hornos crematorios.

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Los carceleros asesinaron a tiros a muchos presos; en la imagen, una víctima tendida en la nieve.

/ Foto del legado de Francisco Boix cedida por Benito Bermejo

No es exagerado decir que en aquella sede del infierno –sin olvidar otras en las que sufrieron y murieron cientos de republicanos españoles como Dachau, Buchenwald, Treblinka, Sachsenhausen, Neuengamme…– tuvo Boix una suerte de mil diablos, pues los nazis necesitaban a alguien que supiera fotografía y revelara las instantáneas que tomaban para enviarlas a Berlín. El laborante que tenían, el preso español Antonio García, fotógrafo de profesión, no daba abasto, necesitaba ayuda, y esa ayuda se la prestó Boix.

Si el instinto de supervivencia de García le impedía romper las reglas, pronto Boix demostró que no le asustaban los malditos carceleros de las SS y de acuerdo con varios compañeros del Partido Comunista comenzó a guardarse los negativos, que eran puestos a buen recaudo, fuera del campo, por los pochaca, un puñado de presos a los que llevaban a trabajar diariamente a una empresa nazificada fuera del campo. Les llamaban así porque el nombre de aquella empresa se pronunciaba pochaca. Ellos consiguieron que una mujer que acudía a aquella aceptara esconder los negativos en una pared de piedra de la finca que rodeaba su casa.

Pasó el tiempo y Boix logró sobrevivir a la barbarie. Fue uno de los 2.700 españoles que salieron vivos de aquel infierno. El 3 de mayo de 1945, cuando llegó la primera patrulla de exploración estadounidense, los SS ya se habían apresurado a destruir y quemar las pruebas del exterminio y a poner tierra de por medio, dejando el campo en manos de unos policías y bomberos austriacos, aunque, de hecho, los españoles ya se habían hecho cargo de las instalaciones. Boix era uno de ellos. Suyas son las fotografías de la pancarta de bienvenida que encontraron los aliados en castellano en lo alto de los muros de Mauthausen.

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Una de las imágenes más emblemáticas de Boix, donde se recoge el momento de la liberación del campo de Mauthausen.

/  Foto del legado de Francisco Boix cedida por Benito Bermejo

Cuenta Bermejo cómo Boix y sus compañeros de cautiverio decidieron crear un grupo de trabajo para ordenar la documentación que habían salvado e identificar al mayor número posible de muertos. Ellos pusieron a disposición de la Cruz Roja y de los organismos internacionales en Ginebra toda aquella documentación. Téngase en cuenta que por aquel campo de exterminio pasaron más de 300.000 personas de varias nacionalidades. Boix rescató los negativos y se centró durante semanas en documentar y fechar aquellas fotografías.

Los jerarcas nazis no contaban con el impresionante testimonio gráfico escondido durante años por el valiente fotógrafo español con la ayuda de sus bravos compañeros comunistas. Pero allí estaban las pruebas de su criminalidad sin límite. Allí aparecían los máximos responsables, Himmler, Ziereis, Kaltenbrunner…, visitando el campo de exterminio. Boix consiguió declarar ante el tribunal de Nuremberg. No lo tuvo fácil porque era español y España había quedado oficialmente al margen de la guerra. Pero el dictador había suprimido la nacionalidad a los refugiados republicanos, los había convertido en apátridas, y Boix logró que le incluyeran entre los testigos franceses. Los jefes del III Reich quedaron boquiabiertos ante el testimonio de Boix, acompañado de las fotografías que entregó al tribunal. Uno de ellos, Kaltenbrunner vociferó en alemán: “¡Son falsas!” y, viéndose perdido, alegó que había técnicas de trucar de las fotografías. Su argumento resultó tan ridículo como inútil.

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Boix, durante su declaración en el juicio de Nuremberg. / captura del documental ‘Un fotógrafo en el infierno’

Añade Benito Bermejo que algunas de aquellas fotos sobrecogieron a la opinión pública francesa cuando Boix las publicó en L’Humanitè, el periódico francés en el que entró a trabajar de reportero gráfico tras la liberación. Era un tipo admirado y querido por sus compañeros. No duraría mucho. Los estragos del campo de concentración habían minado irreversiblemente su salud y en 1951 tuvo que abandonar la cobertura del Tour de Francia y regresar a París, donde murió.

“Por cierto que la concesión de la sepultura de Boix –informa Bermejo– ya ha vencido y desde la Amical de Mauthausen en Francia han solicitado a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, que sus restos puedan ser trasladados al cementerio Père-Lachaise, uno de los más visitados del mundo, donde reposan las grandes celebridades francesas de nacimiento y adopción. Sería un gran gesto por parte de Hidalgo en este 70º aniversario de la liberación”, añade Benito. Y vale suponer que si Boix pudiera elegir sitio, probablemente se instalaría a la sombra del Muro de los Federados, los héroes de la Comuna de París.

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Boix, en su último trabajo de reportero cubriendo el Tour de Francia de 1951 para ‘L’Humanitè’.

/ Foto del legado de Francisco Boix, cedida por Benito Bermejo

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Fuente: Cuarto Poder