José Bergamín y la crítica de la Transición española PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - La Transición
Escrito por Juan Martínez Aller   
Lunes, 28 de Julio de 2014 05:07

Se critica ahora por fin abiertamente en España la Transición de 1975-78 gracias al auge del nuevo partido político “Podemos”. Es un deber recordar las voces disidentes y republicanas que lograron o al menos intentaron hacerse oír en esos años frente al consenso alcanzado por el PSOE, el Partido Comunista de Santiago Carrillo, falangistas como Adolfo Suárez, católicos de la ACNP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas) que había colaborado estrechamente con el franquismo como Osorio, Lavilla, Oreja, los partidos nacionalistas moderados de Cataluña y el País Vasco, y el propio monarca Juan Carlos de Borbón nombrado por Franco.

 

La Transición tuvo su lado bueno, como fue la posibilidad de votar un parlamento por primera vez desde 1936. Tuvo un lado muy malo, la ausencia de lo que se ha llamado después internacionalmente “justicia transicional”. Supuso, además, la domesticación del sindicato de Comisiones Obreras a través del Pacto de la Moncloa de 1977.

Los post-franquistas se auto-amnistiaron en 1977 con la Ley Amnistía con aquiescencia de la izquierda parlamentaria. Hoy en día se arrastran en juzgados argentinos algunas demandas de extradición contra conspicuos torturadores franquistas como el apodado Billy el Niño.

Hubo voces disidentes, especialmente en el País Vasco. En la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, primero todavía en París, después desde Barcelona, persistimos en criticar esa Transición aunque nos sentimos cada vez en mayor aislamiento. Muchos izquierdistas se fueron resignadamente a casa o se metieron en el PSOE. Pero no todos.

La personalidad cultural más destacada en la crítica de la Transición fue José Bergamín (1895-1983). Vivió de regreso a Madrid en esos años duros, publicando una columna en la revista Sábado Gráfico por la que fue perseguido por la justicia.  Miembro de la generación de escritores de 1927,  Bergamín era o había sido famoso. Había sido presidente de la Alianza de Intelectuales Anti-Fascistas, amigo personal de Malraux, fundador de la revista Cruz y Raya. Durante la guerra civil escribió en legendarias revistas como El Mono Azul y Hora de España. Su primer regreso a España, hacia 1960, duró poco porque fue atacado peligrosamente por el ministro franquista Fraga Iribarne (más tarde fundador del actual Partido Popular, un partido post-franquista) por ser primer firmante de una carta pública de apoyo a huelguistas asturianos en 1962 que se publicó en la prensa extranjera.

Su segundo regreso en la época de la Transición significó un exilio interior. Se escribía (en verso y en chiste) con su viejo amigo Rafael Alberti, a quien el Partido Comunista de Santiago Carrillo promocionó a diputado o senador de la monarquía borbónica. Mientras Alberti se quejaba de que la prensa y la televisión no le dejaban vivir tranquilo, a Bergamín no le hacían ningún caso. Su acceso a los medios fue menguando.

La gran tesis doctoral de Iván López Cabello sobre Bergamín  (en la Universidad de Nanterre) explica cómo se vio forzado a buscar tierras amigas, no en su Andalucía natal y no desde luego en Madrid, y tampoco esta vez en París, sino en el País Vasco donde al final pudo escribir en el semanario Punto y Hora. Le ayudaron Sánchez Erauskin, Miguel Castells, independentistas vascos. López Cabello narra los detalles de la “silenciada resistencia” de José Bergamín durante la Transición, analiza esos artículos en Sábado Gráfico en una gran contribución no solo a los estudios culturales y literarios sino a la historia política de la Transición.  

La voz de Bergamín tiene un nuevo significado cuando ahora se cuestiona este periodo. Las nuevas generaciones políticas reniegan de la Constitución de 1978 y piden un proceso constituyente.

Bergamín, famosa figura de la intelectualidad española del siglo XX, sufrió marginación política por sus ideas. Durante un breve tiempo su colaboración periodística con la revista Sábado Gráfico le permitió expresar más o menos libremente su opinión, hasta que los problemas con la censura y la justicia causaron su cese. López Cabello desvela el discurso político ofrecido por Bergamín en dichos artículos, una manifestación de la disidencia en la España de la Transición basada en el rechazo de la monarquía y en la reivindicación de la república como alternativa.

Tras la muerte de Franco y la restauración borbónica de 1975, Bergamín despreció el dinero y los premios que el nuevo régimen le hubiera ofrecido a cambio de una fotografía sonriente con Juan Carlos de Borbón y un beso en la mano de la reina. Se auto-adjudicó el papel histórico de portavoz de la «España peregrina», con sólida fe republicana alimentada por la memoria y la experiencia histórica, confrontada al espíritu de falsa “reconciliación nacional” que guió la Transición. No se ha hecho justicia a las víctimas del franquismo. Ahí está el gran mausoleo de Franco en Cuelgamuros, cerca de Madrid. Bergamín  no dejó de cuestionar la legitimidad del nuevo régimen. 

Escribió un estremecedor verso para explicar porqué se había ido de Madrid: “No quiero morirme aquí ni ahora / para no darle a mis huesos tierra española”. Abominaba de la Transición. Si los jóvenes de “Podemos” necesitan un bisabuelo político republicano, ahí lo tienen.

 

Joan Martínez Alier es catedrático de teoría económica de la UAB.

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Fuente: Sin Permiso