Treinta y cinco años después de la muerte de Franco, aún estamos quitando estatuas, cambiando nombres de calles, despojando de títulos honoríficos al espadón más sanguinario de la historia del Reino. A este ralenti histórico han contribuido la tibieza, cuando no marrullería, de los gobiernos socialistas y la rotunda oposición de los populares en todos los niveles territoriales en que actúan. Aparentemente rechazan la dictadura, pero quieren que el General siga siendo alcalde de honor o cofrade mayor o preboste honorífico de lo que se tercie; que sus generales y sus "gestas" sigan dando nombre a colegios e institutos; que sus efemérides sigan designando calles y plazas. Y cuentan con considerable apoyo social entre los beneficiarios de aquel régimen y sus herederos que montan un espectáculo y se suben por las paredes cada vez que se pretende eliminar una de estas ignominias o exhumar los huesos de algún republicano asesinado y sepultado de cualquier forma en cualquier cuneta.

“La comunidad benedictina tiene la obligación fundacional de celebrar el funeral en memoria de Franco y de Primo de Rivera.” -Anselmo Álvarez, Abad del Valle de los Caídos-

La demolición del Valle de los Caídos es la fantasía política de varias generaciones de españoles desde hace medio siglo. Desde los presos republicanos que lo construyeron hasta quienes hoy vemos la cruz desde la carretera, pasando por aquellos exiliados que de vuelta a España lo visitaban sólo para pisar la tumba del dictador y asegurarse de que estaba bien cerrada, muchos han soñado con hacerlo desaparecer.