Apología de la ruina PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - La ley de la memoria
Escrito por Ricard Vinyes   
Lunes, 30 de Diciembre de 2019 00:00

El monumento nació enfermizo y hoy es un cuerpo moribundo que vive consentido y cuidado

“Matar está prohibido. Todo asesino es castigado, a menos que haya matado en grandes cantidades y al son de las trompetas”.

Es una afirmación de Voltaire en la Sección Segunda de su Dictionnaire philosophique, y transcurridos poco más de 250 años el Valle de los Caídos es la expresión monumental de esas trompetas que exaltaron la Jefatura del Estado de Francisco Franco sobre un Himalaya de cadáveres.

El monumento nació enfermizo y hoy es un cuerpo moribundo que vive consentido y cuidado. En su interior la humedad abre grietas que se extienden, sueltan agua, rompen la basílica por dentro y salpican su pavimento. Agua que almacenan, gota a gota, cisternas de metal negro dispuestas entre pasillos y bancos; los informes de Patrimonio Nacional son claros y categóricos, mantener ese  monumento para contener su estallido interno y el desplome tiene costes y precios extravagantes.

El mal pronóstico de hoy estaba ya en su origen; el barrenado del Risco de la Nava para construir la basílica en su entraña provocó fracturas naturales de la roca, que dieron lugar a las infiltraciones de agua desde la superficie exterior de la misma, y que según los técnicos de Patrimonio son incontrolables puesto que mutan su camino cuando se ciegan. Sus efectos pueden ser paliados, pero no es posible eliminarlos. Cuando el arquitecto Diego Méndez al ampliar  la anchura  del templo substituyó los sistemas de ventilación por  otros, la inmediata aparición de manchas de humedad en las paredes  demostró la ineficacia del procedimiento. Hablamos de 1952. En 2011 la situación había empeorado y hoy más, pues aumentan las deformaciones de los sillares de piedra, consecuencia de la pérdida de cohesión entre los componentes estructurales  que amenazan seguir  desprendiéndose. El caso es que el avance de la degradación constructiva es mayor  que  los resultados de las obras de mantenimiento, puesto que las patologías  son de muy difícil resolución al ser de carácter intrínseco al diseño y manifestarse des de el primer momento.  La reparación para evitar la ruina  de la edificación no es inferior a 13 millones de euros según dedujo la Comisión de Expertos a partir de los informes técnicos de Patrimonio Nacional,  a lo que debería añadirse  la adecuación  de otras construcciones y espacios.

Juan de Ávalos utilizó piedra de calatorao para los grupos escultóricos, y desde los primeros años de su instalación mostraron grietas y sufrieron  desprendimientos debido a las graves deficiencias en el sistema de construcción (ensamblajes incompletos, varillas de hierro, cuñas de madera, y absorción de la humedad).

A pesar de las repetidas intervenciones de Patrimonio Nacional, por ejemplo  en la impermeabilización de las llagas entre los bloques de piedra que modulan cuerpos,  túnicas y cabezas de santos, los desprendimientos de las esculturas prosiguieron e hicieron necesaria la vigilancia permanente desde el año 2000. Las revisiones confirmaban un aumento crítico  del deterioro de las esculturas y la cruz. En 2008, en julio, se le desprendió al Jesucristo yacente de la Piedad un antebrazo de dimensiones notables, lo que permitió  descubrir que su madre estaba  a punto de perder el lomo, con grave peligro para visitantes. Los restos de santos, desprendidos, almacenados  para su resguardo y restauración,  constituyen un asombroso museo del despiece; pulgares sin ánimos para indicar nada, cabellos de piedra, brazos, piernas, ojos que aún muertos dan susto, un pedazo de pie, uñas tremendas, rizos de barba de santo o fragmentos de cualquier cosa dan cuenta de un futuro crítico.

El coste para una acción paliativa no es inferior a los 15 millones de euros, que sumados al presupuesto del edificio levanta un coste de 26 millones de euros; más IVA, claro, y sin contar otras costes como el del Vía Crucis, la base de la cruz o el trabajo de  catorce  de los 36 operarios ocupados en cerrar brechas de agua.  Lo peor es que la inversión sólo aplazará su conversión en ruina, pero no la detendrá. Me pregunto quien es el excéntrico que aún  quiere hacer un museo, un memorial, un altar o cualquier cosa semejante en aras a la paz y la reconciliación en ese lugar  del nacionalcatolicismo y el fascismo falangista.

Sin duda ese era el mandato del Ministro cuando constituyó la Comisión; se trataba de resignificar, una expresión importante y una acción útil, a veces. Resignificar no es un verbo universal y neutro. Es una expresión con limites establecidos en la proporcionalidad, el sentido común y el criterio histórico.  Cabe decir que una parte de la Comisión no vio claro levantar un altar, un templo (o lo que sea) a la reconciliación,  que de proyecto político eficaz durante la resistencia a la dictadura fue transfigurada en ideología a lo largo de los años ochenta. La ideología de la reconciliación sirvió para instaurar el mandato memorial de los siguientes  treinta años: «Sólo puedes recordar que no debes recordar nada, en caso contrario estallará un nuevo conflicto en este país». Eso fue dañino, se trataba de no mover nada en dirección al recuerdo del antifranquismo, ni siquiera al recuerdo material de las fosas, que concentran el peor error de todos los gobiernos de España hasta el presente: no asumir su deber administrativo de exhumar. En lugar de gestionar, despreciaron. Tal vez confiaron en el desaliento de los afectados. Y al fin todo estalló. Y estalló mal. Lo más desalentador es  no querer  darse cuenta de que la reconciliación siempre debe ser en términos institucionales y no personales. La reconciliación se ha producido hace muchos años en este país, la reconciliación es el Parlamento, y la Constitución,  no el Valle de los Caídos.

En realidad, contener el hundimiento natural del Valle es una metáfora de lo que ha sido la actitud de la Administración en relación a la dictadura durante décadas: pacificar su sentido sangriento y equiparar éticas. Y sin embargo se hunde. El monumento de Cuelgamuros agoniza desde su creación, y la naturaleza y el tiempo  actúan en sentido contrario de lo que ordenaba el altivo decreto de 1940, construir un monumento que «desafíe al tiempo y al olvido».

Una parte de la Comisión invitó a pensar sino seria mejor «dejar el conjunto tal cual está, haciendo ver cómo el paso del tiempo –hacia la ruina creciente y visible de todo el conjunto–  hace justicia a un monumento diseñado para recordar la victoria de unos y la derrota de otros españoles. El deterioro material del lugar cabría interpretarlo como el fracaso de un proyecto concebido originariamente con intenciones excluyentes, construido en parte con la mano de obra de los vencidos y mantenido con discursos que han ahondado la fractura de la guerra. La cuantiosa inversión que habrá que hacer, por otra parte, para sanear en unos casos y reparar el conjunto en otros, reforzaría la conveniencia de encaminarse en la dirección de no intervenir».

Es decir, ¿Cuánto tiempo deberá transcurrir para que, ante la mirada de la ciudadanía, yedras y madreselvas dominen ese monumento concebido y erigido para eternizar la violencia del vencedor y la humillación de los vencidos? Se trata de decidir cómo acompañar la ruina, no de cómo salvar el monumento con fantasías pedagógicas, tan propias de nuestras sociedades cultas occidentales, que no aciertan a trascender el museo (o el centro de interpretación) porque le atribuyen funciones profilácticas «para que no vuelva a suceder» como decía el bueno de  George Santayana, mientras un experimentado Primo Levi sostenía, años más tarde, «Si ha sucedido puede volver a ocurrir» En definitiva, se trata de  abrir un concurso público internacional de propuestas para actuar en el monumento con el mandato de acompañar el crecimiento de la ruina (y tal vez también  al conjunto de la obra escultórica de la dictadura esparcida  en territorio español) para que el paseante mire y piense, pues no hay otra autoridad interpretativa que la del paseante que se acerca, mira, escoge, interpela, y que tal vez construye una imagen, una decisión sobre el pasado. Al fin y al cabo, entre el paseante y la ruina sobre quien se tiene que actuar es sobre el paseante, no sobre la ruina quieta. Es en la escuela donde debe ser introducido lo que fue aquel monumento llamado Valle de los Caídos; en el monumento debería imperar la exhibición de su hundimiento ético, político, religioso, grandilocuente… y acallar las trompetas que convierten las matanzas en gestas honorables, según refirió Voltaire  doscientos cincuenta años atrás.

 

Ricard Vinyes, Catedrático de Historia en la Universidad de Barcelona

______________

Fuente: Público