¿Caudillo por la Gracia de Dios? Y por la Iglesia PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - La Iglesia Católica y el Franquismo
Escrito por Víctor Moreno   
Domingo, 30 de Septiembre de 2018 00:00

La diputada del PP de la Asamblea de Madrid Begoña García se refirió en el pleno del Parlamento regional a Franco como «el caudillo que ganó la guerra civil hace 82 años». Algunos comentaristas no entienden por qué tanto revuelo por una frase que no dice más que la verdad: «Franco fue Caudillo» y «Ganó la Guerra Civil».

«¿Dónde está el problema? ¿Acaso no fue así?», añaden otros.

Las palabras califican a quien las dice, no a quien las escucha, a no ser que, también, las haga suyas, como parece ser el caso de los diputados del PP, dada la lluvia de aplausos con que las recibieron. Unas palabras que podrían interpretarse como la evidencia de que la derecha de este país no ha roto para nada el cordón umbilical con el fascismo, travestido en franquismo.

¿Aplaudir y reírse a mandíbula batiente tras oír la calificación de Franco como Caudillo revela una anomalía, no solo institucional, sino individual? Seguro, pero no soy experto en psiquiatría. Solo aseguraría que tal actitud revela un desprecio absoluto a las víctimas de semejante genocida, llámese dictador o caudillo. Y, luego, hablan de reconciliación nacional. Con esta gente no se puede ir ni a heredar.

En efecto. Franco fue nombrado Caudillo tras dar un Golpe de Estado contra un sistema legalmente constituido y elegido en unas elecciones democráticas, ganadas por el Frente Popular en la primavera de 1936. En el reverso de las monedas acuñadas, desde diciembre de 1946, aparecería como «Caudillo de España por la gracia de Dios». No podía ser de otra manera. Por la Gracia de Dios –a pesar de ser un perjuro o, quizás, por serlo–, y gracias al nihil obstat de la Iglesia jerárquica, con una salvedad bien notoria, la del cardenal Pedro Segura, que, habitualmente, se silencia.

Tiene puñetera gracia que fuese el cardenal Pedro Segura, integrista como pocos, quien en abril de 1940, en uno de sus tremolantes sermones asegurase que en la literatura clásica los caudillos eran «jefes de una banda de forajidos» y que San Ignacio de Loyola afirmaba que «caudillo» era sinónimo de «diablo» transformado en jefe de bandidos. En efecto, en los “Ejercicios espirituales”, el fundador de los jesuitas, escribió refiriéndose al diablo que «asimismo se (hace) como un caudillo, para vencer y robar lo que desea».

A Franco esta explicación del término le sentó como un pisotón en la endolinfa. Sería el gobernador de Sevilla quien denunciase este sermón ante el Dictador. Este, dicen que encolerizado, ordenaría la expulsión del purpurado de España, pero, aconsejado por alguien más listo, dejó pasar el berrinche. De haberlo hecho, el cardenal habría sido expulsado de España por la República y por la Dictadura. Todo un récord.

Segura era un cavernícola, un defensor del orden teocrático ante el que el poder político debía doblar la cerviz. Exigía que Franco como cualquier otro vecino tenía que someterse al poder religioso y no al revés. Por esta razón, se opuso a que Franco entrase bajo palio en las iglesias y catedrales de su jurisdicción. No solo. Amenazaría con excomulgar a quienes lo permitieran. La inquina contra Franco y sus modos de actuar llevarían a Segura a prohibir que se colocaran placas en los muros de la catedral y parroquias de su diócesis con los nombres de los Caídos por Dios y por la Patria. Y ello aunque lo dictase Franco. Más tarde, el cardenal Goma no permitiría que la Falange esculpiera el nombre de José Antonio en los frontispicios de las iglesias.

El título de Caudillaje apareció por primera vez el 28 de septiembre de 1937, tras su publicación en el Boletín Oficial del Estado por la entonces llamada Junta Técnica del Estado, ubicada en Burgos. En esa orden se establecía la fiesta nacional del Caudillo el 1º de octubre. Sería de obligada conmemoración durante el resto de la existencia del régimen franquista.

La segunda, en la publicación del decreto del 31 de julio de 1939, donde figuraban los «Estatutos de Falange Española Tradicionalista de las JONS» (Boletín Oficial del Estado del 4 de agosto de 1939). En el artículo 46, se definía el cargo de Franco como «Jefe Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, Supremo Caudillo del Movimiento» y se lo caracterizaba como «Autor de la Era Histórica donde España adquiere las posibilidades de realizar su destino y con él los anhelos del Movimiento donde el Jefe asume, en su entera plenitud, la más absoluta autoridad, y solo responde ante Dios y ante la Historia».

La tercera ocasión fue en la proclamación de la «Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado» de 26 julio de 1947, aprobada por las Cortes franquistas y sometida a Referéndum Nacional, aquel referéndum-pucherazo que fue apoyado por el «ochenta y dos por ciento del Cuerpo electoral, que representa el noventa y tres por ciento de los votantes».

El artículo primero convertía a España en un «reino», pero entregaba su «jefatura» vitalicia a un «caudillo» que también era regente de facto y con derecho a elección de sucesor «a título de Rey o de Regente». He aquí su formulación:

«Artículo 1.º. España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino. Artículo 2.º. La Jefatura del Estado corresponde al Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos, D. Francisco Franco Bahamonde».

Y habría que decir que la última vez que el nombre del caudillo utilizado como categoría jurídico-política tendría lugar con motivo su muerte, en la madrugada del 20 de noviembre de 1975.

El Boletín Oficial del Estado publicó un Decreto-ley 15/1975 que establecía tres días de luto oficial en el país con la siguiente explicación: «Fallecido el Jefe del Estado, Caudillo de España y Generalísimo de los Ejércitos, Excelentísimo Señor Don Francisco Franco Bahamonde».

Y ya pueden sus defensores dar el significado que quieran a la palabra Caudillo, sean franquistas del pasado y herederos más o menos camuflados en el presente. Pueden optar por lo que pretenden significar sus decretos de forma autoritaria o lo que señalaba Ignacio de Loyola y corroborara el cardenal Segura. Da lo mismo. En ambos casos, la responsabilidad criminal de Franco, llamándolo Caudillo o Dictador, jamás desaparecerá. Tendrá siempre la consideración de criminal de guerra y de gran dictador en el tiempo que se llamó la Paz que él mismo se encargó de establecer, la de los Cementerios.

El Cardenal Segura criticó con dureza el privilegio de Franco de entrar en los templos bajo palio

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Fuente: Gara