Gernika 1937-2017 Imprimir
Nuestra Memoria - La Guerra Civil
Escrito por Iñaki Egaña   
Lunes, 24 de Abril de 2017 00:00

Que Gernika sea el icono universal de nuestra Euskal Herria ultrajada ha tenido una contraprogramación que ha llegado hasta nuestros días, como si los cambios de régimen, de gobiernos, no afectasen en lo más mínimo a estas cuestiones.

No viví en directo el 50 aniversario del bombardeo de Gernika en aquellas jornadas memorables que se celebraron hace ahora 30 años. Viajaba entonces por países sudamericanos, dictaduras, realizando reportajes para “Egin”, nuestro medio de cabecera, nuestro compañero con el que respirábamos todas las mañanas a través de sus letras de tinta combativa. Transité en el Chile ahogado por Augusto Pinochet, en Paraguay donde Alfredo Stroessner acogotaba a su oposición, en la Bolivia de Víctor Paz Estenssoro. Problemas con los escritos, con los comunicados clandestinos, con el doble fondo de la mochila, con las fronteras impermeabilizadas.

Nada nuevo, sin embargo, en la crónica de entonces, en los estertores de los GAL de la época de Felipe González. De Sondika a Asunción el cambio no se me hizo abismal. Dejaba atrás a un cuarteto histórico de «ases». Junto a González, Ardanza el infiltrado de la Moncloa, Urralburu, el corrupto, y al norte de la muga, el megalómano y camaleónico François Mitterrand. No me pillaron por sorpresa las corruptelas, las cárceles o las torturas que me relataban compañeras y compañeros latinoamericanos. Llegaba escaldado.

Me llamó la atención, sin embargo, la universalidad de Gernika fuera de nuestro continente. La primera, en aquella visita a Buenos Aires donde me contaron el bombardeo de junio de 1955, cuando el golpe de Estado contra Perón. El bombardeo de la Plaza de Mayo que provocó 308 muertos identificados y un número indeterminado sin identificar. Fue la primera ocasión en la que oí hablar del «Gernika argentino, tal y como ustedes, los vascos, tuvieron el original». Es nuestro icono ejemplar, el del cuadro «Guernica». Con el tiempo, sin embargo, en estos 30 años posteriores, tuve la ocasión, en primera persona, de conocer que Gernika fue y ha sido más que un escenario de memoria, una trinchera para la batalla del relato.

Y ya que he tomado la iniciativa de escribir en primera persona, recordaré que hace una década tuve uno de esos aldabonazos que avisan de la validez de las armas históricas, las de la verdad. Entonces, una jueza de Gernika nos negó la posibilidad de acceder al Registro Civil para poner nombre y apellidos a los muertos del bombardeo. Un gesto más en esa pelea eterna en la que el enemigo no afloja ni un gramo en el esfuerzo por ocultar su estrategia. A pesar de que hayan pasado decenas de años, 50, 60... 80 como en el caso del bombardeo de Gernika. Como si fuera ayer, como si fuera mañana.

Y por ello, que Gernika sea el icono universal de nuestra Euskal Herria ultrajada ha tenido una contraprogramación que ha llegado hasta nuestros días, como si los cambios de régimen, de gobiernos, no afectasen en lo más mínimo a estas cuestiones. En Gernika ardió la probablemente mayor biblioteca de tema vasco de entonces, la de Karmelo Etxegarai. En las inmediaciones de Gernika fue detenido el poeta Lauaxeta, acusado del peor delito posible: enseñar la verdad del bombardeo a unos periodistas europeos. Fue fusilado poco después en Gasteiz.

Durante años, España transmitió la noticia de que Gernika había sido quemada, saqueada y violada por las «hordas rojo-separatistas». Y mantuvo el discurso impertérrito, ahondando en el escarnio, en la humillación a las víctimas y en el desprecio a todo lo vasco. Lean los mensajes nuevos y viejos sobre el tema. En 1998 el Bundestag alemán pidió perdón a Gernika por el bombardeo. El español se ha negado sistemáticamente. La última ocasión en el senado de Madrid, en febrero de 2017, con un discurso por parte del PP extremadamente virulento: «quieren instrumentalizar Gernika para legitimar el terrorismo producido durante años de democracia. Algunos de los que se rasgan las vestiduras cada aniversario son aquellos que asumen que los terroristas asesinos lleguen a sus pueblos y reciban homenajes».

Ochenta años de humillaciones, sin descanso. Un año después del bombardeo, un trozo del árbol de Gernika, que permaneció intacto gracias a los carlistas que evitaron su voladura por agentes de Falange, fue tallado para construir una cruz que acompañaría al dictador Franco en su despacho. Como trofeo de guerra. En 1946, Franco fue nombrado hijo predilecto de Gernika. Y en los años siguientes, en el aniversario del que oficialmente había sido incendio «provocado por las hordas rojo-separatistas», el alcalde Vicente Rojo obligaba a los vecinos a colgar la enseña rojigualda en los balcones de la villa.

Cuando España se asentó en la guerra fría y Franco, a pesar de su esencia fascista, fue avalado con todas las de la ley y restregó a toda la oposición su acuerdo con Washington, Gernika también tuvo su momento en el imaginario del dictador. La banda musical de los soldados norteamericanos de la nueva base militar de Torrejón de Ardoz fue invitada a hacer su recital inaugural en... Gernika.

En 1964, el día de la patria española, 12 de octubre, entonces también adornado como el de la «raza española», tenía una especial connotación. Habían pasado 25 años desde el fin de la guerra civil, «25 años de paz», mostraba el eslogan. ¿Dónde celebrar semejante efeméride? ¿En Huelva, de donde partió Colón hacia América en 1512? ¿En Madrid, donde se encontraban toda la parafernalia del régimen y las delegaciones diplomáticas? ¿En Sevilla, donde desde 1929 se hallaba el venerado monumento a la raza española? ¿En Barcelona donde al fondo de las Ramblas la estatua de Colón señalaba desde 1888 el horizonte?

Si han elegido como posible alguna de estas propuestas es que no tienen interiorizado el nivel de odio, escarnio y sentido permanente de humillación que tenían ciertos españoles hacia los vascos y sus víctimas. El Día de la Raza de los «25 años de Paz» se celebró en Gernika, con la presencia de embajadores y cónsules de buena parte del planeta residentes en España, que agasajaron la naturaleza recia del «ser español». Dos años más tarde, Augusto Unzueta entregaba a Franco la medalla de oro de Gernika.

Y como no cabía pensar de otra manera, el "Guernica" de Picasso fue trasladado de Nueva York, depósito durante la dictadura, al Reina Sofía de Madrid. Fue adquirido por una República, la Segunda española, y entregado a una monarquía, al museo nombrado por una reina de paja, consorte de un borbón casquivano. Una buena paradoja para quienes defienden su ubicación actual. En 1984, los de mi generación lo recordarán, el senador Joseba Elosegi (entonces en el PNV, más tarde en EA), «robó» una ikurriña del Museo del Ejército de Madrid, calificada en su vitrina como parte del botín ocupado a los vencidos en la «Guerra de Liberación». Sí, han leído bien: 1984, Gobierno de Felipe González, año de los GAL, etc. Elosegi tenía poderosas razones, entre otras, para sentirse humillado. Testigo directo, había sobrevivido al bombardeo de Gernika en 1937.

No pude asistir en vivo a las conmemoraciones del 50 aniversario del bombardeo. Pero supe, me lo hicieron llegar los amigos con notable emoción, de la participación en Gernika de Dulcie September, representante del Congreso Nacional Africano en Europa, militante antiapartheid. A los meses sufrió un atentado en la capital francesa, tras el que pidió protección oficial. Se la negaron. En marzo de 1988 acabaron con su vida en París, los matones del apartheid sudafricano con los sicarios de Mitterrand, el amigo socialista de González.

Este 80 aniversario estaré en Gernika. Por aquella ausencia en 1987 durante mi viaje americano, por aquel recuerdo de Dulcie September, por el de Joseba Elosegi. También el de los nuestros, las víctimas, Elai Alai, el batallón que enfrentó a los nazis en Pointe de Grave, el Aberri Eguna de 1975, Blanca Salegi, Iñaki Garai, Jesusmari Markiegi... tantas y tantas menciones a nuestro icono universal. Y estaré, cómo no, por enfrentar a esas deshonras perpetuas sufridas por diversas generaciones a las que debo mi naturaleza tanto la viajera como la sedentaria.

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Fuente: Gara