70 años del fin del sitio de Leningrado: 872 días de asedio y 1,2 millones de muertos Imprimir
Nuestra Memoria - II Guerra Mundial y Nazismo
Escrito por RT   
Miércoles, 29 de Enero de 2014 00:00

El objetivo de las tropas fascistas era borrar a Leningrado (actualmente, San Petersburgo) de la faz de la tierra: acabar con la cuna de la revolución y el símbolo de la cultura rusa sería una solución perfecta para socavar la resistencia soviética. Había otros factores también: era un puerto marítimo estratégico y alojaba la única fábrica productora de tanques pesados, coches y trenes blindados del mundo. Los comandantes nazis analizaron la posible escalada de la resistencia y decidieron matar a la ciudad de hambre

 

 

Durante uno de los asedios más largos de la historia de la humanidad, 872 días, la urbe tenía solo una vía de comunicación -y bastante inestable- con el resto del territorio soviético: a través del lago congelado Ládoga, llamado el 'Camino de la Vida'. Pero los cargamentos que lograron transportar por esa vía fueron totalmente insuficientes para abastecer una ciudad con una población de millones de personas. Durante el bloqueo, los ancianos y los niños, como elementos más vulnerables, tenían derecho a 125 gramos de pan al día. En la ciudad prácticamente no había electricidad, ni calefacción y dejó de circular el transporte. Se hicieron frecuentes los casos de canibalismo.

Ser niño no te protegía de los horrores de la guerra, cuenta una de las sobrevivientes del bloqueo, Tatiana Moiséyenko. El asedio empezó cuando solo tenía 7 años de edad. "Cuando hay miedo, uno se hace mayor más rápido, nos convertimos en pequeños ancianos. Los niños nos enfrentamos a los mismos problemas que los adultos", asegura.

 

 

RIA Novosti Boris Kudoyarov

"Te daban por libretas unos alimentos, al principio eran bastantes, pero empezaron a bajar y bajar y bajar, hasta caer y llegar a 125 gramos de pan negro. Bueno, se le llamaba pan, pero no era de harina, era una sustancia pastosa, de color negro. Bueno, no parecía pan", cuenta otra sobreviviente del asedio, Nadezhda. Cuando comenzó el sitio tenía 12 años. Desde hace décadas vive en La Habana.
 
"Cuando empezó el invierno, empezó la tragedia... Nosotros vivíamos en la isla Yelaguin y por esa zona pasaba el camino al cementerio, el Cementerio de Serafím. La gente llevaba en los trineos infantiles a sus seres queridos envueltos en frazadas, pero al entrar en el parque Yelagin no les quedaban fuerzas para avanzar y dejaban ahí a los muertos", recuerda Nadezhda. En el asedio de Leningrado murieron más personas de las que perdieron EE.UU. y el Reino Unido juntos a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial. Solo en el cementerio de Serafím fueron enterradas más de 100.000 personas.
 

 

 

RIA Novosti

El Ejército Rojo logró recuperar el control sobrela ciudad rusa de Leningrado asediada por las tropas de la Alemania nazi y sus aliados el 27 de enero de 1944. Con el fin de conmemorar la valentía de los lugareños, la fecha recibió el nombre de Día de la Gloria Bélica de Rusia. Este lunes por el 70 aniversario del fin del asedio, en San Petersburgo ha tenido lugar un desfile militar y se ha abierto un museo al aire libre que expone detalles de la vida cotidiana bajo el cerco.

 


Ochocientos sesenta y dos días los habitantes sitiados, superando el hambre, el frío y los bombardeos, defendieron heroicamente su ciudad natal. La ocupación nazi comenzó el 8 de septiembre de 1941, mientras que la liberación total tuvo lugar el 27 de enero de 1944. Leningrado es un ejemplo de sorprendente valor y firmeza del ejército y de la población civil. No se trata solo de una de las páginas más trágicas de la historia de la Segunda Guerra Mundial, sino también de un hecho de relevancia mundial, asegura el académico de la Academia de Ciencias Militares, Yuri Rubtsov:

—No solo los historiadores de Rusia, sino también los de EEUU y otros países destacan la exclusividad de la hazaña, tanto de los civiles de la ciudad del Neva como del ejército. Es que la defensa se desarrollaba en las condiciones más adversas: asedio completo, hambre, frío, horrendas condiciones sanitarias. Todo esto y muchas cosas más obligan a percibir la batalla por Leningrado como un suceso que dejó una huella profunda y memorable en la historia de la guerra.

La heroica defensa de Leningrado también desempeñó un importante papel en otras batallas clave de aquellos años y asimismo influyó en desenlace de la conflagración, prosigue el historiador:

No solo el propio hecho del levantamiento total, en enero de 1944, sino también todas las etapas de la defensa de la ciudad introdujeron, sin duda, cambios en los planes estratégicos de las partes beligerantes y en el espíritu de los soldados rusos tanto en el frente como en la retaguardia. El propio hecho de que la ciudad resistió, después de casi novecientos días de sitio, al principio total y durante el último año parcial, ejerció una acción desmoralizadora en los soldados alemanes y fineses. Es que los alemanes, cuando se acercaron a Leningrado en septiembre de 1941, estaban seguros de que ocuparían la ciudad al cabo de uno o dos meses.

De año en año cada vez quedan menos supervivientes a la ocupación. Zinaida Shevkunenko tenía siete años cuando comenzó la guerra. Pasó un año y medio en la ciudad sitiada. Entonces era una alumna de primer grado que entendía el horror de lo que ocurría. Era terrible, hacía frío y tenía hambre, comparte sus impresiones Zinaida Shevkunenko:

—Cuando bombardearon los depósitos de Babaiev en agosto de 1941 se recortó la ración. A los niños les daban ciento veinticinco gramos de pan y con la tarjeta de trabajo daban doscientos veinticinco. Comúnmente bombardeaban de noche, pero en nuestra casa había un refugio antiaéreo. Nosotros bajábamos al refugio, nos sentábamos y hasta dormíamos sentados. Más tarde empezaron a ametrallar la ciudad. Nuestra casa no fue bombardeada ni ametrallada, pero otros edificios quedaron muy dañados. Al principio estábamos vivos yo, mi hermana, mi hermano y mamá. Mi hermano mayor estaba en el frente. Luego murieron mi hermano y mi hermana, y con mamá viví largo tiempo. Después mamá cayó en cama. Y cuando quedé sola me sacaron de la ciudad por el “Camino de la vida” y me alojaron en un orfanato.

Y Lidia Jómich, también vecina de la ciudad sitiada, a pesar de su corta edad, permaneció hasta el fin en Leningrado sitiado y como podía ayudaba a los ciudadanos a sobrevivir e. Estudiaba en una escuela de música y a través del arte procuraba elevar el espíritu combativo de los soldados y habitantes. Así lo cuenta:

Se formaron brigadas especiales integradas por violinistas, violonchelistas, pianistas, recitadores. Por ejemplo, los niños recitaban poesías, los vocalistas cantaban. Nos llevaban a fábricas, hospitales. En los hospitales al principio actuábamos en la sala de actos, allí donde se reunían los combatientes heridos que caminaban. Pero a menudo dábamos conciertos en las salas donde estaban los heridos que no podían levantarse de las camas. Llevaban el piano a otra sala y allí ofrecíamos otro concierto. Los días más memorables para mí fueron los de la ruptura y el levantamiento del sitio. Entonces la profesora de nuestra clase de música organizó un concierto que dedicó a la Victoria del Ejército Soviético en el Frente de Leningrado. El concierto tuvo lugar el 28 de enero de 1944 y hasta ahora lo recuerdan todos los que aún viven.

En homenaje al 70 aniversario del sitio en San Petersburgo se inauguró una exposición dedicada a los sucesos de aquellos días. Desde el 20 de enero se realiza la acción “La Cinta de la Victoria de Leningrado”. Una cinta de moaré de colores oliva y verde se adjuntaba a las medallas “Por la defensa de Leningrado”, con que se galardonaba a los defensores militares y civiles de la ciudad. Algunos distritos de la ciudad también se convirtieron en “La Calle de la Vida”: en ellas se instalaron provisionalmente abrojos para recordar a los actuales habitantes el aspecto que presentaba la ciudad en los años 1941-1944. En vísperas de los festejos en el Instituto Smolni, el gobernador de San Petersburgo, Gueorgui Poltávchenko, hizo entrega a veteranos de la Gran Guerra Patria y a personas galardonadas con el distintivo “Habitante de Leningrado sitiado” de los documentos que los hacían acreedores de nuevos apartamentos. Veintiséis veteranos y supervivientes del sitio recibieron los documentos de nuevos apartamentos.

A causa de los bombardeos, los ataques de artillería, el frío, el hambre y el cansancio, murieron entre trescientas mil y millón y medio de personas, según diversas fuentes. Todo ello, sin contar los soldados que defendían la ciudad. Aquellos que sobrevivieron al bloqueo dicen que no hay estadísticas ni palabras que puedan expresar la vida en una ciudad sitiada. 

El bloqueo de Leningrado comenzó el 8 de septiembre de 1941. Fue entonces que cayeron las primeras bombas sobre la ciudad. Al poco tiempo las alarmas aéreas se tornaron en habituales. Las alarmas se anunciaban por medio de sirenas manuales en los edificios y también por radio. Al no haber trasmisiones radiales por la noche, solo se transmitía el acompasado sonido de un metrónomo, lento en la normalidad, rápido durante los ataques. La tercera parte de los sobrevivientes de Leningrado puede decir que se salvó de milagro con tantas bombas y proyectiles, considera el pintor Ígor Suvórov, que contaba con tan solo nueve años de edad al comienzo del bloqueo: 

–Era en primavera y solicitaron ayuda para limpiar el jardín. Al salir al patio noté que la parte inferior de la ventana estaba abierta y de ella constantemente provenía la noticia de la apertura del segundo frente. Me puse a oír, luego a quebrar el hielo y después, cuando me cansé me puse a mirar hacia arriba. Algo centelleó arriba y luego junto a mí, a unos veinte centímetros. Era un proyectil que penetró por la ventana del primer piso y provocó una colosal explosión, a mi me salvó de ser despedazado una pequeña pared. Pero yo estaba ensangrentado y gritaba: “Mamá, mamá”. Gritaba terriblemente, llegó gente y no podían hacer que callara, después simplemente me tranquilicé. 

Bien pronto se acostumbraron los leningradenses al retumbar de los proyectiles. Muchos de ellos dejaron de ocultarse en los sótanos y refugios antiaéreos. Había quien temía ser sepultado bajo tierra, había otros que simplemente no tenían animos ni para protegerse. 

Lo más terrible fue el invierno de 1941-1942, la gente extenuada caía moribunda en las calles, las autoridades urbanas no daban abasto para recoger miles de cuerpos inertes. En la oscuridad de la noche citadina se desplazaban bandadas de ratas que mordisqueaban a los muertos y atacaban a los vivos. Algunas personas se detenían en la calle a descansar y recuperar fuerzas, pero se desmayaban, helándose hasta morir, nos cuenta Larisa Goncharenko. Ella tenía diez años en 1941: 

–Una vez íbamos por la calle Máximo Gorki: de la panadería sacaban los cadáveres de las personas congeladas y los montaban en un camión. Mi madre pensaba que yo enloquecería. Me asusté mucho y comencé a gritar por las noches, todo esto fue mi imaginación, tal era mi conmoción psicológica. 

Ese invierno los obreros recibían solamente doscientos cincuenta gramos de pan al día; los funcionarios, los ancianos y los niños, menos todavía: ciento veinticinco gramos. Según los relatos de los sobrevivientes, el hambre prácticamente ocupaba y suplía todos los pensamientos. Los obreros de las fábricas trabajaban a la fuerza, atándose a sus tornos. Los niños que por inanición no tenían fuerzas para andar, pasaban meses sin levantarse de sus camas, en las que dibujaban comida: panes enteros, latas de conservas abiertas, frutas frescas. Como comida servía casi todo lo que estaba a mano, relata Vsévolod Petrov-Maslakov. Desde los primeros días del bloqueo él, con tan solo once años de edad, quedó solo en un apartamento vacío: 

–Las ventanas estaban cubiertas con tablas y no se distinguía si era de día o de noche. Había un hornillo en la habitación con un tubo de algunos metros de largo hasta la ventana. El tubo se tupía, el humo no salía, yo andaba con la careta antigás. Vestido con toda mi ropa y con la careta antigás puesta, así, sobreviví. En nuestra propiedad alguna vez hubo una yegua. Hacía tiempo que la habían sacrificado, pero la piel quedó. La piel, recuerdo, era larga. Hubo que curtirla primero, y después cocerla en agua hirviendo. Yo cortaba pedacitos y los comía. También había dos cascos y me los cociné. Una vez vino a visitarme mi tío, yo estaba solo, cocinando un casco. El se sienta vestido, mira a la cazuela y pregunta: ¿Qué tienes ahí? Y le contesto: “Un casco de caballo”. Me dió mucho miedo de que se lo fuese a comer. El sacó el casco de la hervidura, un casco común y corriente: lo raspó con la uña, lo chupó, escupió y se fue. Y yo tenía mucho miedo de que se lo fuese a comer. 

En la primavera la cosa mejoró ligeramente, recuerda Galina Kornílova, ella tenía quince años en 1941. Luego de enterrar a todos sus familiares se quedó sola: 

–En mayo de 1942 estuve a punto de morir de hambre. Me dolía mucho el estómago y no podía comer nada. Si me llevaba un solo pedacito de pan a la boca, me entraban horribles dolores de estómago. En alguna parte de casa teníamos pimiento molido, me lo llevaba a la boca y el abrazador dolor de la boca, me aliviaba el dolor del estómago. Así que sin comer varios días me fui a la tienda para vender o cambiar mi intocado pan. En ese momento había una mujer vendiendo una col agria que hasta moho tenía, no sé de donde la sacaría. Pues, beber el jugo de esa col fue lo que me salvó. 

La caída del bloqueo en enero de 1943 significó la salvación de la ciudad y todos sus habitantes. Las tropas soviéticas lograron recuperar una pequeña franja de tierra a lo largo de la orilla sur del lago Ládoga, por la que en un plazo mínimo se construyó una carretera y un ferrocarril. Ya en febrero de 1943 la gente en la ciudad comenzó a recibir un mínimo de cuatrocientos gramos de pan y a la ciudad llegaron los abastecimientos médicos.

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Fuente: RT y Ria Novosti