Se cumplen 70 años de la batalla de Stalingrado Imprimir
Nuestra Memoria - II Guerra Mundial y Nazismo
Escrito por El Universal / Terra   
Sábado, 02 de Febrero de 2013 06:41
La Batalla de Stalingrado entre las fuerzas alemanas y el Ejército Rojo de la Unión Soviética, considerada como la más sangrienta y la que cambió el rumbo de la Segunda Guerra Mundial, cumple 70 años.
El 2 de febrero, la ciudad de Volgogrado, llamada así desde 1961, volverá a recuperar el nombre de Stalingrado por un día, a pesar de las protestas de los defensores de derechos humanos por tratarse de un nombre que recuerda al feroz dictador soviético Josef Stalin, que causó la muerte de millones de personas, informó DPA.

Vladimir Putin será el encargado de presidir los actos en recuerdo de los 700.000 alemanes y rusos que perdieron la vida a orillas del río Volga, unos actos que servirán también para celebrar la reconciliación entre los dos pueblos y adonde acudirán también descendientes de soldados alemanes.

Mientras, la orquesta sinfónica de Osnabrück y la filarmónica de Volgogrado pondrán el broche final con un concierto en recuerdo de una batalla que duró cinco meses (23 de agosto de 1942 - 2 de febrero de 1943) y que supuso el principio del fin del Tercer Reich, que acabó con la ocupación de Berlín en 1945.

Décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial, aún sigue sin conocerse el destino de 1,2 millones de soldados alemanes, muchos de ellos combatientes en la Batalla de Stalingrado.

"Entonces era inimaginable pensar que no se regresaría a casa", comenta el director del centro de búsqueda de la Cruz Roja de Múnich, Heinrich Rehberg.

"Pero si se contemplan las duras imágenes de esa batalla, es increíble que alguien consiguiera salir con vida de allí", agrega.

Un total de 2,5 millones de alemanes aparecían en las listas de desaparecidos en 1950. "¿Lo has visto?", preguntaban en los libros repletos de fotos y nombres.

Hoy en día se desconoce la suerte que corrieron la mitad de los soldados que lucharon en Stalingrado. Millones de fichas se apilan en los archivos, entre las que se encuentran 300.000 Müller y 300.000 Schmidt, los apellidos más comunes en Alemania.

Hasta 1990, los alemanes no pudieron mirar en los libros oficiales de los rusos con la esperanza de poder encontrar información sobre familiares desaparecidos y poder cerrar este triste capítulo de la historia.

Ni si quiera los propios rusos lo hicieron hasta ese momento. No querían indagar sobre el elevado precio que el país tuvo que pagar por aquella victoria.

Las calles de la ciudad en el sur de Rusia emanan el dolor de los miles de soldados, mientras tanques T34 y aviones recuerdan la victoria del Ejército Rojo en la Batalla de Stalingrado y una llama permanente arde en memoria de las miles de víctimas.

Las imágenes de las filas de prisioneros famélicos caminando bajo la atenta mirada de las tropas soviéticas, después de que a primeros de 1943, los rusos reconquistaran Stalingrado, permanecen en la memoria colectiva de los alemanes.

Para la Alemania de Hitler, la derrota marcó un punto de inflexión: la estrategia de ataque pasó a una guerra defensiva, que Berlín perdió dos años más tarde.

Después de que en el otoño de 1942 el Sexto Ejército alemán conquistara el 90% de Stalingrado, los soviéticos comenzaron su contraofensiva el 19 de noviembre. Siguió un cerco de la ciudad y, el 2 de febrero de 1943, la capitulación de las tropas germanas.


En la imagen ,  monumento del monte Mamayev conmemorativo de la épica batalla (Efe)
Marina Rojina, enfermera del Ejército Rojo, recuerda, 70 años después, la batalla de Stalingrado

Maria Rojlina, de 89 años, fue enfermera del Ejército Rojo durante la batalla de Stalingrado y 70 años después todavía se ve frente a los cuerpos destripados, cortando tendones con tijeras de podar y sobreviviendo acurrucada contra los cadáveres aún tibios.

"Los horrores que vi no se los perdonaré jamás a los alemanes", dice la anciana, que recibió a la AFP en el local de un comité de veteranos en el centro de Moscú.

70 años después, Maria todavía se ve "sosteniendo en las manos las entrañas palpitantes de un soldado que no comprendía qué era lo que le había ocurrido".

"Y también los niños aplastados por los tanques... No, no puedo perdonar eso", dice, cuando Rusia se prepara para celebrar, el sábado, la victoria, en 1943, en esta batalla decisiva contra la Alemania nazi.

Maria, que nació en una familia de militares en Ucrania, quiso ir a la guerra, al igual que sus compañeros de clase, desde el mismo 22 de junio de 1941, el día de la invasión alemana de la Unión Soviética. A los 17 años, todos ellos sabían disparar y dar primeros auxilios.

"Nos dijeron que nuestro turno vendría después", recuerda.

Su turno llegó unos meses más tarde, cuando una unidad de blindados la enroló como enfermera.

En julio de 1942, herida en el rostro por una fragmento de obús, Maria fue enviada a un hospital cerca de Stalingrado, una ciudad a orillas del Volga, contra la cual el ejército alemán lanzó una ofensiva.

La mañana del 23 de agosto, pocas horas antes del inicio de los masivos bombardeos con que los alemanes iban a preparar su entrada en Stalingrado, Maria, y otras dos enfermeras, visitaban por primera vez la ciudad.

"Encontré Stalingrado bastante feo", recuerda.

La muchachas fueron al cine para ver 'El gran vals' y luego comieron un bocadillo en un parque.

"De pronto la tierra tembló. Saltamos al hueco más cercano, otras cinco personas también saltaron... Sus cuerpos nos salvaron la vida", dice.

Ese día, la aviación nazi dejó caer sobre Stalingrado 1.000 toneladas de bombas.

A partir de septiembre, los combates se dieron en las calles, en los edificios.

"Los alemanes estaban muy cerca, a veces luchábamos en el mismo edificio", recuerda Maria.

"En los momentos de tregua, los escuchábamos reír. Nos gritaban: 'Russisch, ven a comer con nosotros' ". Unos minutos después, el combate recomenzaba.

"Teníamos a Stalin en la cabeza, siempre", señala.

En particular su famoso lema: "¡Ni un paso atrás!", cuya aplicación estuvo a cargo de fuerzas especiales que disparaban contra los que querían retroceder.

"¿Qué fuerzas especiales?", se indigna la anciana. "Una de nuestras unidades de 1.500 hombres intentó retroceder, pero nos dijeron que los alemanes los habían matado a todos", indica.

A los soldados del Ejército Rojo les decían que estaban mejor equipados y alimentados que los nazis. "Esto nos ayudó, pese a que, a menudo, compartíamos el mismo tazón y la misma cuchara", precisa.

En su botiquín de primeros auxilios, Maria contaba básicamente con "vendas, yodo y tijeras de podar". "Lo que permitía cortar tendones", dice.

Esta mujer pequeña y con pecas, que por entonces sólo pesaba 40 kilos y tenía apenas 18 años, según cuenta, tuvo que cumplir con muchas otras misiones.

Un día, junto a otra enfermera, tuvo que arrastrar de una orilla a otro del Volga congelado un oficial herido de gravedad que habían puesto sobre unos esquíes.

El hielo era inestable, nevaba, las balas silbaban en torno a ellos. Los tres, las jóvenes y el militar, lloraban.

"Era muy pesado, lloraba de impotencia y miedo de fracasar en mi misión", recuerda.

Aquel invierno, en Stalingrado, la temperatura era de 30 grados bajo cero.

A finales de enero de 1943, en las ruinas de una fábrica, el frio era tal que, para sobrevivir, Maria se acurrucó contra los cadáveres de los alemanes aún calientes.

"Había cuatro cuerpos, me acosté sobre ellos y me quedé dormida, sentía que me iba", dice.

Dada por muerta, fue recogida junto con los otros cuerpos y se salvó porque un camillero se dio cuenta que tenía una leve convulsión.

El 2 de febrero de 1943, el ejército alemán del general Paulus, cercado por los soviéticos, se rindió.

"Sobreviví", dice con calma la anciana casi nonagenaria. Y agrega: "No maté a ningún alemán, pero tampoco curé a ninguno".

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