Berlín 1936: Owens, Long y Hitler Imprimir
Nuestra Memoria - II Guerra Mundial y Nazismo
Escrito por Patxi Igandekoa   
Jueves, 09 de Agosto de 2012 04:58

Jesse OwensAntes de que Jesse Owens saliera al estadio su entrenador ya le había preparado para lo que pudiera suceder. Hitler planeaba convertir los Juegos Olímpicos de Berlín en un montaje propagandístico de exaltación del régimen nazi y la raza aria, en el que a los atletas negros se les reservaba el papel de probeta de referencia en un ensayo de calidad. “Te recibirán con silbidos e insultos; querrán humillarte por todos los medios, pero tú no te preocupes por nada. Haz como si la cosa no fuera contigo.” Afortunadamente nada de eso sucedió.

La expectación de los juegos y el espíritu del deporte se impusieron sobre los prejuicios ideológicos y los 75.000 espectadores del Olympia-Stadion de Berlín -incluyendo a numerosos nazis y miembros de las juventudes hitlerianas que formaban parte del público- aplaudieron con entusiasmo las proezas de los atletas sin distinción de nacionalidad ni de raza. Incluso Leni Riefenstahl, la polémica autora de documentales y cineasta oficial del régimen, que filmó los Juegos, hizo un consumo apreciable de rollos de celuloide en la cobertura de aquellos atletas que más la atraían físicamente, fuesen de raza nórdica o no.

La euforia no tuvo límite cuando Owens, contrariando el pronóstico de los propagandistas nazis, comenzó a batir records y a ganar medallas de oro: en 100 y 200 metros lisos, en 400 metros por relevos y en salto de longitud, donde venció al atleta favorito del régimen Carl Ludwig “Lutz” Long (1913-1943). Los jueces, que supervisaban con rastrera minuciosidad cada movimiento de Owens para impedir que un negro se hiciera tambień con el oro en una prueba para la que el deporte alemán se había entrenado a conciencia, le anularon dos saltos por haber pisado la raya. Antes de intentar el tercero, Long, que había observado la mayor capacidad de salto de su rival, aconsejó a Owens que no arriesgase tanto y pusiera el pie algo más atrás de la línea para evitar la descalificación. Owens asi lo hizo, y pese a saltar desde varios centímetros por detrás de la línea, logró clasificarse. En la final del día siguiente consiguió una marca de 8,06 metros, muy superior a la de Long, que había conseguido 7,85.

Haciendo caso omiso de las instrucciones impartidas por el régimen, el atleta nacionalsocialista fue el primero en felicitar al vencedor, e incluso posó junto a él para la prensa. De este modo fue cómo dos de los mejores deportistas de todos los tiempos escribieron la página más gloriosa de toda la historia olímpica. Durante la Segunda Guerra Mundial Lutz Long combatió en la División Hermann Göring, integrada por efectivos de tierra de la Luftwaffe, y murió en la invasión de Sicilia por los Aliados. Años después, durante los años de la ocupación, Owens viajó a Alemania para conocer a la familia de Long y ofrecerles su ayuda.

¿Es verdad que Hitler se negó a estrechar la mano de Jesse Owens? En realidad se trata de una leyenda. En un primer momento la intención del dictador nazi era saludar solo a los atletas vencedores de raza aria, pero el Comité Olímpico, al enterarse, se apresuró a ponerle las cosas claras al Führer, advirtiéndole que las reglas del protocolo eran taxativas: o estrechaba la mano a todos o a ninguno. Finalmente el gobierno alemán se decidió por lo último. Cuando Owens consiguió su primer oro la resolución ya estaba tomada. Tampoco es cierto que se ausentara del estadio para no presenciar la entrega de la medalla de oro a un negro. El propio Owens cuenta cómo Hitler se levantó y le hizo un gesto amistoso cuando salía de la pista. Owens le devolvió el saludo. Siempre magnánimo, el atleta negro añade que la prensa no hizo bien al criticar al hombre más importante del Tercer Reich.

Durante su estancia en Alemania y pese a las leyes raciales, Jesse Owens pudo alojarse en los mismos hoteles y frecuentar los mismos locales que los blancos. Sin embargo, al regresar a Estados Unidos, le prohibieron entrar en restaurantes y viajar en los asientos delanteros de los autobuses. Al hombre que había ganado para su país cuatro medallas de oro -en una proeza olímpica no igualada hasta 1984 por Carl Lewis- y dejado en ridículo al régimen nacionalsocialista lo siguieron tratando como a un ciudadano de segunda clase. Ni siquiera la Casa Blanca se dignó enviarle una felicitación oficial. Todo lo contrario: como las elecciones de 1936 estaban a la vuelta de la esquina y el presidente Roosevelt confiaba en obtener el apoyo de los demócratas racistas del Sur, prefirió marcar distancias de modo ostensible con el atleta negro.

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Fuente: Ízaro News