La Memoria inmigrante. Los niños de Morelia PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - El exilio republicano
Escrito por Antonio Carreño La Región   
Miércoles, 09 de Noviembre de 2011 05:51

Los niños de Morelia En el vapor Mexique, con bandera francesa, iban a bordo 456 niños españoles, algunos huérfanos de guerra, otros hijos de combatientes republicanos. Es 1937, la Guerra Civil en plena furia. El Comité de Ayuda al Pueblo Español, con sede en Barcelona patrocinaba el embarque y el envío provisional de estos menores de edad a México alejados así de los peligros de la contienda fratricida. Presidía el Comité de Ayuda doña Amalia Solórzano, la esposa del general Lázaro Cárdenas, presidente de México, quien abrió los brazos a miles de republicanos exiliados y les facilitó ayuda y una generosa acogida. La llegada del vapor a Veracruz, (México), el 7 de junio de 1937, fue celebrada con victoriosas manifestaciones de bienvenida.

 

 

Los niños de MoreliaAlojados en la ciudad de Morelia, situada en el estado oriental de Michoacán, en un internado, la rutina de las prácticas militares, la masiva convivencia, la forzada adopción de una nueva cultura, con desprecio de la propia, dio origen, pasados los meses, al descontento, falta de disciplina, educación deficiente y a la presencia de grupos hostiles entre los recién llegados. Se intensificó el desafecto a partir de la muerte de un niño electrocutado. En 1939, una tercera parte había abandonado el internado, algunos desaparecidos, y apenas una veintena devuelta a sus familiares. Veintinueve niñas terminaron en casas particulares. Otros, callejeando, sin amparo, desprotegidos, a su suerte. La corrupción se había filtrado en el internado pasando por manos de varios directores incompetentes, corruptos.

Cruzar el Atlántico, 'sólo por unos meses', mirar las costas de Burdeos y La Habana, llenas de luces, y llegar a Veracruz para ser recibidos como estrellas de cine, fue el inicio de la aventura para casi medio millar de niños españoles. Una tregua en el caos de la Guerra Civil española, una manera de ponerse a salvo. Un exilio de juguete, transitorio, provisional. Pronto estarían de vuelta en casa, les dijeron y les prometieron. Así lo imaginaron sus padres. Así lo creyeron ellos. Pero en Morelia comenzaron otras guerras: la confusión ante lo desconocido (comida, lengua, costumbres), la paradoja de la disciplina militar (¿no estaban acaso escapando de una guerra?), la añoranza de la casa paterna, la lejanía, la conmoción de una independencia personal que llegó demasiado temprano. Sin padres, sin familia, sin afecto, sin el brazo tierno de la madre que besa, que acaricia y abraza, los niños españoles empezaron a ser mejicanos sin sentirlo ni serlo. La manera de quienes han sido puestos a sobrevivir y escriben, sin saberlo, una picaresca de lo inevitable. Los enigmas de crecer, los terrores de la soledad, la nostalgia, los rencores y las preguntas se redujeron a la más feroz resistencia. Muchos no volvieron a su Barcelona natal. Se hicieron tozudos, fríos, ajenos a la ternura y al afecto. Arrancados de sus hogares, apenas vivieron el calor del abrazo maternal.

El tránsito vital de estos niños, síntoma ignorado de la guerra, los llevó a un terreno de nadie en el que se balanceaban como equilibristas. Lo importante era llegar con vida al otro extremo de la cuerda. Algunos no lo lograron. En el camino las memorias se contaminaron con las pesadillas y la pertenencia se volvió en desarraigo. Los niños de Morelia se transformaron en extranjeros en México y en España, evocadores irremediables, frustrados soñadores, de por vida desposeídos.

El lejano drama, que marcó trágicamente a aquellos muchachos, desheredados de país, cultura y familia, ha sido llevado a las tablas, con gran éxito de acogida en su gira por los grandes centros culturales de México, por Víctor Hugo Rascón Banda. Un trailer previo, dirigido por Juan Pablo Villaseñor, voceó el drama de unas vidas inocentes, y de una memoria ya siempre emigrante, sin un lado fijo en el que sostenerse. A medio camino entre dos espacios nunca encontrados. O mejor, enajenados, al desaire, sin el origen que les dio el primer aliento. Los niños de Morelia son también la historia de una memoria emigrante, radicalmente desplazada.

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Ver también: Las vías del exilio. Niños de Morelia: un éxodo a México.

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Fuente: La Región