La gran evasión de Malpica PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - El exilio republicano
Escrito por Pablo Varela   
Miércoles, 19 de Diciembre de 2018 06:09

Los pescadores republicanos que escaparon hacia Bretaña y acabaron en Perú

Nada se entiende en Malpica de Bergantiños sin la influencia del mar. En esta pequeña villa portuaria, el límite norte de la Costa da Morte, sometida al impacto directo del Océano Atlántico, cada rincón esconde una historia. A menudo, de naufragios y luto. En ocasiones, de huidas más allá de las islas Sisargas que guardan su puerto, para eludir el fusilamiento. En la Costa de la Muerte hablar del golpe de Franco aún cierra puertas porque, tras de algunas de ellas, el dolor del año 1936 nunca se fue.

De la comarca bergantiñana, Malpica fue la que encajó el mayor golpe de las tropas sublevadas. Según las cifras del proyecto interuniversitario Nomes e Voces, hasta 83 vecinos de la localidad fueron represaliados desde el inicio de la contienda. Algunos, tras hacer la maleta, volvieron a sus orígenes décadas después. Otros perdieron su recuerdo en el campo de concentración alemán de Mauthausen tras dejar atrás un camino tortuoso que, para la mayoría de los perseguidos, se inició de la misma manera: a oscuras y en lancha.

Las travesías iniciadas entre 1937 y 1938 por las motoras Ciudad de Montevideo, San Adrián y Rocío son algo más que un patrimonio oral de la villa. Forman parte de un pasado que llega hasta hoy y transporta al otro lado del charco. Concretamente, a la ciudad peruana de Chimbote. Y para analizar la gestación de este éxodo es preciso entender por que Malpica fue justo un punto neurálgico de las huidas en el noroeste de Galicia. "Era una zona atestada de barcos y por el relieve costero era fácil camuflarse. A eso hay que sumarle una intensa militancia sindical y política de gente muy joven", explica el historiador Eliseo Fernández.

Con una economía vinculada indisolublemente a la actividad pesquera, el papel ejercido por las organizaciones obreras en la localidad confirió a Malpica, en cierta forma, el status de bastión de la República durante los años que ésta perduró. Y esa marca también llevaba impresos nombres y apellidos de algunos habitantes de la villa que protagonizaron las partidas en dirección al mar abierto.

Es conocido el número de personas que embarcaron. También la mayoría de sus periplos posteriores tras hacerse al mar en medio de la noche. Sin embargo, existe un notable vacío en relación a cómo se organizaron las huidas en las semanas previas. Un total de 66 hombres salieron desde Malpica con rumbo a la Bretaña francesa en tres turnos que tuvieron lugar entre los meses de junio de 1937 y agosto de 1938. La consigna era clara: navegar en dirección norte y luego girar al este para alcanzar el límite occidental del país galo.

Con once miembros en su tripulación, el Ciudad de Montevideo fue el primero en iniciar una aventura de sobresaltos. Bernardino Garrido era miembro de Izquierda Republicana y uno de los principales fugitivos que los militares y la Guardia Civil habían subrayado en rojo. No era un guerrillero. Pero sí un individuo carismático a nivel local con una historia que le llevó a fundar un imperio pesquero en el propio Chimbote años después de sortear la muerte.

La evasión iniciada por Garrido y sus compañeros la madrugada del 28 de junio duró casi dos días hasta su llegada al puerto de Douarnenez. Aquellos pescadores que no solían alejarse más de ocho millas de puerto, tenían una hoja de ruta más que escasa: «Treinta y seis horas al norte, y después hay que tirar a la derecha». Paradójicamente, los ayudó el enemigo: un destructor nazi que apoyaba el bloqueo del Cantábrico por la flota franquista los confundió con náufragos y les dio comida, combustible y les marcó el rumbo para llegar a Brest. Fue en este puerto, entre la línea de costa que divide las ciudades bretonas de Brest y Lorient donde las tres embarcaciones que salieron clandestinamente del muelle malpicán hallaron su destino final. Porque también lo hicieron el San Adrián y el Rocío. Ambas usaron una ruta semejante a la que, un año después –entre julio y agosto de 1938– llevó un total de 55 integrantes a la villa de Audierne y a la isla de Ouessant, respectivamente.

La libertad se transformó enseguida en un dulce indigesto. Habían vivido para contarlo, sí, pero su llegada a territorio francés los puso ante un nuevo dilema: escoger entre la repatriación o el exilio. Y con la certeza de que un retorno a Galicia los dejaría a merced de un tribunal militar, muchos abrazaron un nuevo adiós en dirección al continente americano. Tres de aquellos malpicáns acabarían en Auschwitz y hasta once pasajeros del Rocío huyeron a bordo del Winnipeg, el buque que salió de Francia con rumbo a la ciudad chilena de Valparaíso por iniciativa del poeta Pablo Neruda. Y con ellos, tras un largo caminar, viajó Bernardino Garrido.

Barco pesquero propiedad de gallegos en Chimbote

«Mi tío pertenecía la Izquierda Republicana, como la mayoría de la población de aquí. Antes venían unas misiones de frailes franciscanos, hablando de catolicismo y de la familia. Y como ellos no estaban de acuerdo, atrancaron unas lanchas en la calle principal y le tiraron unas piedras al autobús. Él estaba en el mar aquel día, pero como era uno de los jefes de la organización le echaron la culpa. De ahí le viene el nombre de Judío». En la documentación enviada entre 1937 y 1938 al gobernador civil de la Coruña por el teniente de la Guardia Civil José Armesto Anta, destinado a Malpica para informar sobre los desafectos de la zona, describen a Bernardino como «persona peligrosa» y «cabecilla de cuantas algaradas políticas y sociales hubo en el pueblo de Malpica».

Sobre una mesa próxima a la ventana, Xosé Alfeirán Garrido echa a reír y tamborilea con sus dedos sobre la madera. Carga con 77 años a sus espaldas y conserva el mirar pícaro de quien, desde muy joven, supo buscar un porvenir. A Pepe –como lo conocen sus familiares– no le duele hablar. Y de vez en cuando cree conveniente recalcar: «Todo lo que te estoy a contar es verdad». Nacido en agosto de 1938, la historia de Bernardino Garrido Carrillo –presidente de la Cofradía de pescadores de Malpica a inicios del 36–no tiene secretos para él. Ni la detención frustrada de su tío, así como la posterior busca de las autoridades. Cada recuerdo es una pequeña pieza de tetris que lo lleva constantemente a Chimbote, a los ríos de peces que acompañan la corriente de Humboldt y atestaban las bodegas de la flota. Y, entre medias, la vida bajo el régimen cuando aún no era régimen.

En Chimbote, –cuenta la periodista Diana Mandiá en un reportaje en la revista mexicana Replicante– , vivieron unas trescientas familias de la zona de la Costa da Morte cuando esta ciudad se convirtió en la primera exportadora mundial de harina de pescado. Muchos gallegos fueron poco a poco ascendiendo a propietarios, hasta que la nacionalización de la pesca con la dictadura de Juan Velasco Alvarado y la escasez de la anchoveta –el pescado que se transformaba en harina para piensos– debido a la sobreexplotación y a cambios en la temperatura del agua animaron los emigrantes a volver a la casa.

Fiesta de marineros gallegos en Chimbote

 

Mas, como recuerda también Diana Mandiá, Malpica ya estaba bajo el dominio de los insurrectos antes incluso de que A Coruña sufriera el golpe en sus carnes. «A menudo, iban a escuchar la Radio Pirenaica a la escuela. Quedaba uno frente a ella para vigilar y otros estaban en la esquina, aguardando. Si veían a la Guardia Civil, corrían a avisarlos. Decía mi abuelo: ‘Un día te cogen’. Y mi madre le respondía: ‘No lo cogen, no’», desvela Xosé. Y estuvieron cerca de hacerlo. A solo una carta de lograrlo. «Cuando se supo lo del golpe, estuvieron buscándolo. Y mi madre fue a hablar con el cura de aquí, Santiago Abuelo, para decirle que Bernardino no había tenido nada que ver con aquel episodio de las lanchas. Y que, por favor, hablara con quién fuese para arreglar las cosas y que lo dejaran tranquilo. Él le dijo «No te preocupes, que voy a escribir una carta que vas a llevar al cuartel de la Guardia Civil». Y se la dio, pero la cerró. Y mi madre, que no era tonta, sospechó y la abrió con cuidado. Y en la carta decía: «La mensajera que lleva la carta es comunista y es hermana del individuo al que se llama Judío». Si la llega a llevar, ya la prenden a ella también», explica.

En aquella ocasión, la intuición de ella salvó a ambos. A la siguiente, un golpe de astucia concienció a Bernardino de que era mejor poner tierra por medio. «Estaba un día mirando el tiempo desde la muralla y lo vio un cacique local. Llamó a la Guardia Civil y lo llevaron. Llegando al cuartel, les dio un empujón y escapó», comenta sonriendo Pepe. Su discurso, afable durante la más de hora y media de conversación, gana un tono más serio en ese rato al rememorar que pasó después: «En vez de ir a casa, se fue al monte. Y de noche apareció en la puerta y le dijo mi madre: ‘Me voy. Me prepara unas mantas y escapo, que se me cogen, me fusilan’. Y marchó para las grutas de Fontán, más allá de San Adrián. Allí, cuando sube la marea, no se ven las cuevas». En represalia a su huida, cuenta Diana Mandiá las autoridades confiscaron las traineras de la familia, Rusia y Lenin.

Bernardino Garrido, en una celebración familiar en Perú

Su adiós a Malpica no fue definitivo, pero él aún no lo sabía. «Ya había mirado de juntarse con los demás y marchar a Francia en una motora, pero no quedó allí. Estuvo en el campo de concentración de Argèles-sur-Mer, cruzó la frontera y llegó a Barcelona. Allí estuvo de repartidor de víveres en la Barceloneta. Fue llegarle el aviso de que entraban las tropas sublevadas en las calles, dejaron todo y saltar a un mercante que iba a Chile», desgrana Alfeirán, que vivió en directo como la vida sí les sonrió años después a las orillas de la costa peruana del Océano Pacífico, donde Garrido llegó a tener 150 trabajadores bajo su timón en una factoría en Chimbote. «Era un hombre extraordinario», apunta Xosé. Y así perdura en la memoria de muchos.

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Fuente: Luzes