¿Qué no vamos a salvar al Ateneo Español Imprimir
Nuestra Memoria - El exilio republicano
Escrito por Elena Poniatowska   
Domingo, 20 de Diciembre de 2015 05:43
Cuando María Luisa Capella me invitó a participar, a mediados de año, en alguna conferencia del Ateneo Español, en la calle Hamburgo 6, no supo que me devolvía a mi infancia, al Marqués de Comillas que zarpó desde Bilbao, a la calle de Berlín 6 en que viví en un castillito de torres puntiagudas. Recorríamos el rumbo a pie, porque la escuela abría sus puertas en Marsella y comprábamos dulces en París, pasando por Londres y Dinamarca tomaba clases de piano en la esquina de Liverpool con la seño de anteojos Belén Pérez Gavilán para luego rodear a pie la Plaza Washington y regresar a la casa y seguirnos hasta Milán.

Fui muy feliz esa mañana entre Carmen Tagüeña y María Luisa Capella y otros españoles que amo. Era fácil recordar a León Felipe y a Bertuca su mujer, a Joaquín Díez-Canedo y a Aurora, a Juan Rejano, a Tomás Segovia, a mi súper bien amado Vicente Rojo. Carmen Tagueña, alta y guapa, quien además de enseñarme la biblioteca que guarda 21 mil 584 ejemplares y un archivo de miles de volúmenes parados sobre unas tablas de preciosa madera, me contó que ella misma vivía en Cuernavaca y que fuera a visitarla un domingo o un jueves o un martes o un sábado. La casa blanca (no la de Angélica y Enrique) y bañada de sol, con sus escaleras y barandales aún conserva la gallardía de la Casa Lamm y su señorío, aunque es más pequeña y le falta el jardín.

Nada de este tesoro puede ser dañado, nada puede cerrarse. Cerrar el Ateneo Español sería cerrar la historia del exilio. José Manuel Caballero Bonald declara estar abrumado y con toda razón. Me considero hija y nieta de españoles, aunque no lo sea; hija y nieta de Buñuel, de Max Aub, de León Felipe, de Félix Candela y hermana de Adolfo Sánchez Rebolledo y sobrina de Elvira Gascón y amiga de Arturo Souto.

Imposible no tomar en cuenta los artículos de Jan Martínez Ahrens, en El País, que lleva el nombre de mi hermanito Jan, imposible no conmoverse con los niños refugiados, con sus maletas, todas iguales que llegaron a Veracruz en 1937 y acabaron en Morelia, Michoacán. Imposible no darle continuidad al magnífico abrazo del presidente Lázaro Cárdenas, que abrió los brazos al exilio español. Hoy la palabra exilio se transforma en auxilio. ¿Mil pesos ni siquiera mensuales sino anuales? ¿No les resulta increíble? Carmen Tagüeña y María Luisa Capella se lanzaron a organizar conferencias y coloquios muy importantes a pesar de las vacas flacas y recuerdo haber escuchado a José María Espinasa, a quién admiro, y al fotógrafo Manuel García, quien rescató el archivo de los Hermanos Mayo y ha difundido su obra tanto en España como en México.

En México, últimamente hemos vivido muchos peligros, pero como éste ninguno porque es una prueba de nuestra desidia, nuestra apatía, el olvido de quienes fueron nuestros abuelos, la historia de nuestro país. ¿Qué daría yo hoy por ver a Cipriano Rivas Cheriff, a Magda Donato o a Margarita Nelken pegar su nariz porta anteojos para mirar más de cerca el cuadro de alguna exposición (que no de Mussorgsky) y escribir su artículo con cierto enojo y enviarlo al periódico en el que colaboraba? ¿Qué daría yo por encontrar a la vuelta de la esquina de una calle de Chimalistac al maestro universitario Arturo Souto, esquivo y cabizbajo? ¿Qué daría yo por darme un taco de ojo con la figura de un Luis Cernuda que se asolea sobre el pasto de la casa de Concha Méndez en Coyoacán?

 

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Fuente: La Jornada