Pedagogía en el Jardín. En defensa de la Institución Libre de Enseñanza Imprimir
Nuestra Memoria - Cultura de la Memoria
Escrito por Luis de Azcárate Diz / UCR   
Miércoles, 31 de Octubre de 2012 05:57

Francisco Giner de los RíosEn la calle Obelisco, del Madrid de finales del siglo XIX, Don Francisco Giner de los Ríos, junto con otros catedráticos de la Universidad Central, fundaron la Institución Libre de Enseñanza. Los recursos eran escasos, las ideas y los principios éticos y morales, generosos y abundantes. "Allí el Maestro, un día, soñó un nuevo renacer de España", como nos dice Antonio Machado en su elegía a Don Francisco.

En los límites del solar se construyeron edificios, sencillos en su concepción, abiertos a la luz. Allí se impartían las clases. Entre los edificios, el jardín, allí se enseñaba el respeto a la naturaleza y a practicar conductas éticas. Pero entremos en el jardín, que tan importante fue en nuestra formación como personas. A unos metros de la puerta de acceso, un gran tejo, rodeado por césped y por una baja cerca que impedía el libre acceso. Nosotros a eso le llamábamos cuadro y cuando una pelota caía allí dentro, teníamos que pedir permiso para acceder a recogerla. Había que respetar al tejo y al césped.

Sigamos por el camino de pequeñas losas que atravesaba todo el jardín. Llegamos ya a la plazoleta de la morera. Esta era un hermoso árbol de grandes y verdes hojas, que en los meses de mayo hubiéramos deseado alcanzar para alimentar a los gusanos de seda, que casi todos criábamos. Pero había que dejar a la morera con sus hojas porque la "permitían respirar." En esa plazoleta jugábamos con facilidad, por su amplitud, a "la comba", a "justicias y ladrones" y las niñas a tirar al aire "el diábolo"... El amplio espacio lo permitía. Y llegamos a la plazoleta grande, en la que la esquina de la izquierda, la ocupaba el frontón. Gran parte de los alumnos de la Insti, aprendimos a usar al frontón. Aprendimos también, porque así nos lo enseñaron, a perder y respetar al contrario, a divertirnos aunque perdiéramos, porque de lo que se trataba, en las partidas, era de divertirse, aunque no se ganase. Nos enseñaron a "ser caballeros" y a respetar a la pareja contrincante, que había perdido.

En esa plazoleta también jugábamos al fútbol. Con demasiada frecuencia -para nuestra desgracia- ocurría, que la pelota entraba en la tupida hiedra que cubría buena parte de la pared de ladrillos que nos separaba de las monjas. Había que respetar la hiedra y no se podía buscar la pelota entre sus ramas, la voz del señor Rego nos decía "¡la hiedra¡", cuando veía a una pelota entrar ahí. Ya sabíamos, había que buscar una pelota nueva.

En el jardín también nos enseñaban que "no se podía ensuciar el campo", como nos decían en las excursiones. En ocasiones, el señor Gutiérrez, te preguntaba, con ironía: "¿Qué es aquello que reluce?" y con su dedo indicaba algo que había en el suelo. "Un papel", le respondías, "pues a la cajonera, que es su sitio". Las cajoneras eran cajones de madera que hacíamos en las clases de carpintería y se colocaban en el jardín y en las aulas.

En el recreo largo, el jardín se transformaba en un mercado del bocadillo. Había intercambios múltiples y también pedazos para los que no tenían. Eso era compañerismo.

En la plazoleta grande, había cuadros con árboles. Un nogal, inclinado que se apoyaba en unos pies derechos de madera, un pequeño lilo y arbustos entre los que no faltaba el romero. Hay que decir, que no nos estorbaban para nuestros juegos. Salvo una enorme acacia, que llamábamos algarrobo, colocada al final del frontón, que cuando la pelota llegaba hasta allí era tanto seguro.

Pues bien, en ese jardín pasamos muchos momentos de nuestra vida, y aunque entonces no nos dábamos cuenta, jugó un papel importante en nuestra formación. Don Francisco y sus colaboradores, si sabían la importancia que ese medio, el modesto pero amplio jardín tenía en el desarrollo ético y moral de los alumnos.

Hoy, nos duele que en los cambios que se proponen en el solar de la Insti, se haga tabla rasa de los valores éticos y morales que defendieron los fundadores, y en lugar de restaurar aquello que fue base de un renacer de España -por desgracia truncado- se destruya lo que debía ser motivo de respeto e inspiración.