Entrevista con Gerhard Hoffmann, combatiente de las Brigadas Internacionales PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Brigadas Internacionales
Escrito por Periodismo Humano   
Sábado, 26 de Julio de 2014 05:40

Entrevista con el recién fallecido Gerard Hoffman, militante comunista, prisionero bajo el régimen fascista de Dollfuss, brigadista internacional en España, recluso en los campos de Gurs, Saint Cyprien y Argelés, miembro de la Resistencia francesa, intérprete de un teniente americano en la dividida Viena de posguerra La vida de Gerhard Hoffmann, marcada por el hambre, la solidaridad y la fe en los ideales, fue moldeada por las ideologías de su tiempo y esculpida por la Historia. Hoffman y Landauer, su también recién fallecido compañero en la Brigadas, son los dos últimos brigadistas austriacos que quedaban con vida.

 

Hoffmann (a la derecha) y otro brigadista austriaco posan junto a un tercero frente a un busto en el campo de Gurs, Francia. (Fotos doew.at)

Tras cerca de tres horas repasando su biografía en un perfecto castellano trufado de giros latinoamericanos, Gerhard Hoffmann (Viena, 1917) atribuye su longevidad y su agilidad mental a los diez años de hambre que le tocó sufrir en los años treinta y cuarenta del pasado siglo.

“Mire, en aquel momento todos los jóvenes que estuvimos comprometidos con la política teníamos una orientación muy clara: A un lado estaba el fascismo que conocimos, que vimos cada día, que experimentamos en el colegio, donde nos obligaban a hacer ejercicios militares y a participar en las actividades de las juventudes fascistas austríacas. Y, bueno, pues la cárcel era un motivo particular: combatir a los que nos habían metido presos. Y eso en un tiempo en que el país, como toda Europa, pasaba hambre y miseria por la crisis.

Emulando a su hermano mayor, el también brigadista internacional Wolfgang Hoffmann (Viena, 1912), a quien solía acompañar a las reuniones del KPÖ (Partido Comunista Austriaco), Gerhard Hoffmann decidió unirse a las Juventudes Comunistas Austríacas (KJV) a la edad de quince años.  Su hermano Wolfgang, que se convirtió en militante comunista mientras trabajaba como marinero en Alemania y murió en el campo de concentración de Groß-Rosen en 1942, ejerció en el joven Gerhard una influencia decisiva.

A los diecisiete años, Gerhard Hoffman participó en el Levantamiento de Febrero de 1934, que enfrentó a socialdemócratas y comunistas con una alianza de conservadores y fascistas y precipitó el ascenso del austrofascismo.

Participé de una forma un poco rara porque habían puesto a mi grupo de la KJV a disposición del Schutzbund (organización paramilitar controlada por el Partido Socialdemócrata austríaco), que estaba preparado para resistir a la policía en su puesto. Me dieron un fusil y me pusieron de centinela en una esquina. Después de media hora, me di cuenta de que los del Schutzbund se habían ido a casa y nos habían dejado a los dos compañeros comunistas solos, con el fusil en la calle. Si me hubieran cogido con el fusil, hubiera sido ejecutado sumariamente. Hubieran podido condenarme a muerte.

Bajo el austrofascismo de Dollfuss y Schuschnigg, Hoffmann se convirtió en un habitual de la Liesl, la prisión de Elisabeth-Promenade en Viena donde fue encarcelado en cuatro ocasiones: la primera vez fue arrestado por error al ser confundido con un militante nazi; la segunda vez pasó tres semanas entre rejas; la tercera vez fue encarcelado durante cinco semanas junto a su amigo Ferdinand Hackl por llevar a cabo acciones de propaganda. Ambos iniciaron una huelga de hambre para mejorar las condiciones de vida en la prisión. Sin embargo, los cargos se tornaron más serios el 8 de Febrero de 1937, cuando fue condenado a cinco años de cárcel por alta traición tras ser sorprendido distribuyendo diarios clandestinos de contenido revolucionario que invitaban a derrocar al gobierno fascista.

No había nada que hacer. El juez tenía instrucción de las medidas que tenía que tomar. Las órdenes venían dictadas desde arriba.

Partida hacia España

Liberado un año más tarde gracias a una amnistía política, Gerhard Hoffmann abandonó Austria con la idea de combatir el fascismo en España y unirse a las Brigadas Internacionales.

El motivo principal para ir a España era combatir al fascismo que había conocido en Austria. ¿No es suficiente eso? Lógicamente, tenía motivos personales también. Tenía una afinidad muy estrecha con España y un aprecio muy fuerte por todo lo español, todo lo hispánico. Había aprendido el idioma, un poquito ya, en la cárcel. Mi padre me había llevado ‘Mil Palabras en Español’ y suelo contar que la primera frase española que aprendí fue “qué bonito es el trabajo visto desde lejos,” dice con una pícara sonrisa.

Partió primero hacia Checoslovaquia y desde allí atravesó Alemania con un pasaporte checoslovaco mal falsificado en el que la fotografía correspondía a un hombre que había superado ampliamente los veinte años que Hoffmann contaba en aquel momento.  Llegó a París e inmediatamente se dirigió a la casa de la CGT (Confederación General de Trabajadores), donde estaba la acogida de los voluntarios. Tras un breve examen médico, le encargaron llevar a un grupo de cuatro voluntarios (un rumano, un abogado americano, un italiano y un alemán) a Perpignan para posteriormente atravesar la frontera con España.

Durante el viaje de París a Perpignan, que era muy largo, preguntamos, contamos nuestros motivos para ir a España. Pues el alemán dijo yo para conseguir la gloria militar. Los demás, el americano, el italiano, todos decían para luchar contra el fascismo. No sé qué le habrá ocurrido en España; no creo que haya tenido mucha gloria.

España

Hoffman llegó a España en Junio de 1938, en un momento de moral decaída. Había hambre en Cataluña. La gente pasaba miseria. La economía estaba completamente destrozada, no había ni jabón, ni papel. No había nada porque, con la guerra y las consecuencias de la guerra, la producción estaba toda parada y había hambre.

Entre las Brigadas Internacionales, sin embargo, la moral estaba muy alta, porque todo el mundo tenía un motivo muy claro por el cual luchaba.

Tras un breve periodo de entrenamiento, le fue entregada un arma y se le trasladó al frente.

¿Qué sintió cuando entró en combate?

Fue desastroso. Era el colmo de la batalla del Ebro y había una confusión terrible. Eran los días de la cota 481 donde se luchaba metro a metro y no se ganaba ni un metro y la región era muy rocosa.  He estado de vuelta hace tres años y lo he vuelto a ver. Era junio o julio y hacía calor, con el suministro mal organizado porque había que traerlo atravesando el río para que llegara al frente. Pero me encontré con mis compañeros de Viena con los mismos  que habíamos formado nuestro grupo. Los austríacos estaban en el cuarto batallón de la XI brigada y a mí me metieron como herencia de mi hermano en transmisiones. Tenía que tender cables telefónicos de comunicación. Sin embargo, la orden de retirada de Negrín me cogió a los pocos días. Me tocó muy poco heroísmo. Hubiera sido suficiente para que me pegaran un tiro. Para eso era suficiente una hora. Creo que la orden fue dada el 23 de Septiembre de 1938.

Retirada

Entre la orden de retirada y la frontera francesa hubo aún combates. Cuando los fascistas avanzaron en dirección a Barcelona a finales del 38, después de terminar la batalla del Ebro, se nos pidió volver a tomar las armas y, lógicamente, fuimos voluntarios. Hubiéramos podido rehusar, como los oficiales, pero casi todos aceptaron y formamos un frente en Granollers, pero el  frente no servía ya y estaba roto, teníamos poco armamento y los fascistas tenían nuevas armas llegadas de Italia y Alemania.

Antes de llegar a la frontera hubo un incidente en un pueblo de montaña. Yo no estaba allí, pero el incidente fue muy alarmante porque por muy poco fusilan a un grupo de compañeros austríacos ya que parece que les habían ordenado formar una resistencia en un lugar poco idóneo para resistir y no concebían la idea de sacrificar la vida en el último momento no para ganar la guerra o para salvar Barcelona, sino para nada. Era una resistencia fútil, quizá para que se retirase un grupo de altos funcionarios o generales…pero nada real. Y este incidente ha ocasionado una serie de riñas después de la guerra, incluso se excluyó del partido a dos o tres porque se consideraba una especie de deserción.  A mí no me tocó porque había cogido un camino derecho a la frontera y había escapado porque a mí nadie me propuso hacer un frente. Me encontré a Luigi Gallo que me saludó y me dijo tú eres uno de los pocos que han servido a la República hasta el final. Yo le miraba y no sabía de qué hablaba, pero fue una pura coincidencia que yo no recibiese la orden de resistir.

Francia: Saint Cyprien, Gurs, y Argelés

Los brigadistas internacionales austríacos fueron obligados a entregar las armas en la frontera con Francia y fueron conducidos a golpes y gritos por la Garde Mobile francesa al campo de prisioneros de Saint Cyprien: una playa cercada por alambradas y azotada por el frío viento de Febrero donde había una barra de pan para cada veinticuatro reclusos.

Durante los tres años siguientes, Hoffmann fue internado sucesivamente en los campos de Saint Cyprien, Gurs y Argeles y afirma que la solidaridad fue lo que le mantuvo vivo: Siempre estuvimos juntos unos 250 austríacos y nos mantuvimos siempre muy solidarios. Tuvimos nuestra comunidad. Repartimos lo poco que teníamos entre nosotros. Hicimos cursos en el campo de Gurs y teníamos bastantes actividades culturales. Había cursillos de francés, de matemáticas, de historia lógicamente, porque la mayor parte de los austríacos eran obreros y tenían por tanto una educación pobre. Habían pasado ocho años de escuela primaria y secundaria y no más. Tengo que admitir que yo no participaba en los cursillos. Yo había estado en el Gymnasium y esas cosas ya las sabía o creía saberlas.

Un grupo de brigadistas internacionales austriacos junto a la valla del campo de concentración de Gurs, Francia,1939.

¿Existe solidaridad en esas circunstancias, hasta en lo más duro?

Sí, había mucha solidaridad entre nosotros, entre todos, sobre todo en Gurs. Pasamos dos meses juntos con los cubanos, que cantaban y bailaban. Para entretenernos, nos asomábamos a las barracas cubanas y siempre había movimiento. La cocina era común. Una semana cocinaban los cubanos y otra los austríacos. Cuando los cubanos cocinaban, no había mucho surtido de comida, pero había bacalao, que era muy salado y a nosotros no nos convenía, pero a los cubanos sí, estaban encantados. Entonces, les dejamos nuestra ración de bacalao y en la semana austriaca los austriacos hicimos Knödel y los cubanos los usaron para tapar las grietas de sus barracas.

Me acuerdo todavía cuando una mañana de abril, y hacía aún bastante frío, miramos por los agujeros el ambiente gris que había, muy húmedo, la llanura de los Pirineos y nosotros con las mantas en la cama, pero miramos por las ventanas y vimos a los cubanos desnudos echándose agua el uno al otro y haciendo su gimnasia… formidable, tenían una moral formidable.

Escapó de Gurs e intentó pasar de nuevo a España para dirigirse a Portugal, pero la estricta vigilancia que las tropas alemanas ejercían sobre la frontera le disuadió y condujo a trabajar como leñador y campesino en un pueblo cerca de los Pirineos. Sin embargo, la gendarmería francesa le arrestó de nuevo a finales de 1943 y le trasladó a un campo de prisioneros con vistas a ser entregado a las autoridades alemanas junto a otros dos o tres mil prisioneros.

El azar quiso que le hicieran ayudante del responsable de la oficina del campo, un español que le facilitó un documento de identidad bajo el nombre de Alejandro Giral Ofman. Gracias a este ardid, Hoffmann evitó ser deportado a Alemania y, junto a 30 compañeros, fue puesto a trabajar en una fábrica de municiones que sería bombardeada y destruida poco después por una escuadrilla británica. Los prisioneros que trabajaban en la fábrica, la mayoría de los cuales eran españoles, aprovecharon la confusión para saltar las alambradas y huir al pueblo más cercano.  Una vez allí, le ofrecieron infiltrarse en el cuartel general alemán para hacer propaganda anti-nazi en lo que Hoffmann describe como una “misión suicida.”

Fue interesante, porque no podía presentarme con el alemán como lo hablo. Me inventé un alemán afrancesado. El tiempo que uno necesita para componer una frase en otra extranjera lo utilicé para convertir mi alemán en un mal alemán francés. Entré como carpintero. Lo primero que me dijeron fue que me las compusiese yo mismo. No había herramientas y era casi imposible conseguir herramientas en Francia en 1943. Además, tuve que pasear con un oficial alemán por las tiendas del pueblo, una pequeña ciudad, para comprar y tenía vergüenza de pasear en un momento en que los alemanes eran los enemigos. Un compañero francés y yo instalamos un taller frente a las letrinas de los alemanes. Allí se reunían los pobres reclutas para recogerse un poco del servicio, que era muy duro. Recuerdo a un oficial que ordenó a dos reclutas que cavasen alrededor suyo sin tocarle. Quería quedar con los pies por encima del terreno. Y los pobres estaban allí sudados, hambrientos, cansados. En la letrina podían hablar. Comentaron entonces las penas que estaban pasando en dialecto austríaco. Ese fue el momento cuando yo ya no pude contenerme y dije ‘Kinder kummts her do!’ (Niños, venid aquí!)…(Risas) Un carpintero español que hablaba en dialecto austríaco… hicimos amistad. Pero fue un riesgo innecesario.

Retorno a Austria

Tras realizar algunas acciones (sabotajes, trabajos de propaganda y el asalto a un cuartel alemán) para la Resistencia, Gerhard Hoffmann se trasladó a Bélgica al final de la Segunda Guerra Mundial para reunirse con su familia, que había buscado refugio en Bruselas. Sin embargo, el anhelado reencuentro nunca llegó a producirse: su padre y su hermano mayor Wolfgang fueron arrestados y trasladados a campos de concentración en Francia. Su madre, que había sobrevivido casi toda la guerra en Bruselas, fue arrestada y deportada en Mayo de 1944, poco antes de la liberación. Su rastro se perdió de camino a Auschwitz.

Todos los austríacos que luchamos en España y Francia teníamos la idea de volver y de instalar una Austria socialista. Habíamos imaginado que después de la guerra volver era la única solución. La posguerra fue muy mal. El hambre en Viena en 1945 y 1946 era muy duro, pero como ya estaba acostumbrado a pasar hambre pues no me afectó demasiado. (Risas) Teníamos una organización que seguía ahí, pero lógicamente ya no era lo mismo que antes. En Viena, había oficiales de policía, que en aquel entonces estaba bajo control soviético, que no mostraban solidaridad. Había solidaridad en el sentido de que si necesitabas algo y un compañero estaba en un cargo definido desde el que podía ayudar, te ayudaba. Pero había casos dónde no. Me acuerdo por ejemplo que una vez me llegó un venezolano, expulsado de Venezuela que entonces estaba bajo un régimen dictatorial, y estaba prácticamente de refugiado aquí y quise ayudarle. Fui a la policía de extranjería, dónde había un compañero nuestro, Julius Schindler, mi teniente en España. No me ayudó. Eran los momentos de la desconfianza. Todos tenían miedo de que alguien se infiltrara.

Gerhard Hoffmann y Josef Eisenbauer en Barcelona, Montjuïc, duerante un homenaje a los brigadistas muertos en España. Fosa de la Pedrera.

Al antiguo alcaide de la prisión de Elisabeth-Promenade lo encontré después de la guerra nuevamente instalado en su puesto, porque él había sido antes anti-nazi lógicamente como empleado del régimen Dollfuss (el régimen de Dollfuss combatió a nazis y comunistas por igual, prohibiendo ambos partidos, ya que los consideraba una amenaza) y entre tanto había pasado dos años en Dachau, donde se encontró con Ferdinand Hackl (gran amigo de Hoffmann y brigadista en España). En aquel momento, en 1946, los griegos dominaban el mercado negro, cuyo centro estaba delante de la Karlskirche, en la plaza de Resslpark. De vez en cuando les arrestaban y metían presos y como en 1946 las condiciones eran muy malas, todo el mundo pasaba hambre y ellos en la cárcel peor todavía. Se habían quejado. En aquel momento Viena estaba ocupada por las cuatro potencias. Yo, como intérprete de un teniente americano, visité a la prisión y salieron los griegos chillando Ay! Ay! Ay! a la griega y entonces apareció el alcaide. No me reconoció ni yo dije nada tampoco. Encuentros raros.

Socialismo: Fe y decepción

Pese a la caída de la Unión Soviética en 1989, un evento que, según Hoffmann, hizo añicos las esperanzas de muchos militantes que creían en la consecución de una sociedad verdaderamente socialista, Gerhard Hoffmann nunca ha perdido sus convicciones.

El socialismo tiene que ser una realidad si la humanidad quiere sobrevivir. El mundo no se rompe por la desigualdad, sino que se rompe porque el sistema en que vivimos está basado en principios irracionales. Yo creo en el socialismo tanto como antes o más todavía, solo que las fallas humanas, las pequeñas y grandes fallas humanas, han de ser superadas. Yo he estado algunas veces en la Unión Soviética y he estado sólo dos veces en la República Democrática Alemana y cada vez un día que me sobraba. No me gustaba, no me ha gustado. El problema eran las ambiciones personales, los celos personales, las fallas humanas que todos tenemos.

Tengo confianza en el pueblo cubano. De los que hoy viven en Cuba, hay muy pocos los que conocen otro sistema y no pueden comparar, pero muchos dicen “sí, sabemos de nuestros padres como han vivido” y hoy reconocen que la sociedad no les abandona. Tienen sus escuelas, tienen su sustento, tienen la salud asegurada. Las fallas humanas existen allá como en todas partes, no se eliminan tan fácilmente, pero hay un poco de esperanza. Mi hija era directora del ACNUR para América Central. Tenía a Cuba a su cargo y fue varias veces allí. Cuba le impresiona por eso: por la seguridad que tiene la gente en cosas esenciales que en América Latina no es común. En los demás países los jóvenes y los niños van pidiendo limosnas, la gente no tiene techo y es miserable.

Gerhard Hoffmann y Ferdinand-Hackl

En los años ochenta, ya sexagenario, Hoffmann fue como voluntario a Nicaragua en tres ocasiones.  Se dedicó a construir casas en un país desprovisto de todo en el que los nicaragüenses estaban contentos si los voluntarios les dejaban ropa al partir. A su regreso a Austria, se dedicó a recoger ropa y otros utensilios para enviarlo a los sandinistas.

Como todo el mundo, los sandinistas tenían sus debilidades, pero también tenían ideales. Se habría podido hacer algo. Fue una decepción, la decepción acostumbrada.

Significado de la Guerra Civil española

¿Qué significa para usted España y la experiencia de la guerra civil?

Para mí la Republica era el símbolo de todo lo que un pueblo puede alcanzar en su carrera por la libertad. Yo en ningún momento he dudado del pueblo español y de su capacidad de instalar un régimen liberal o digamos un régimen más justo. Desgraciadamente tuvimos que esperar hasta el 75, hasta la muerte de Franco, pero durante todo el tiempo del franquismo hicimos todo lo posible para mandar ayuda a España para ayudar a los españoles emigrados. Tras la liberación de Mauthausen, hubo un grupo bastante grande de españoles.  Habían sido liberados. Algunos se quedaron en Austria, se casaron aquí, se instalaron en Viena, y con ellos tuvimos buenas relaciones.

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Fuente: Periodismo Humano