El Valle de los Caídos: Museo del Horror Imprimir
Nuestra Memoria - La ley de la memoria
Escrito por Rafa Almazán   
Sábado, 21 de Julio de 2018 05:19

Mucho se está hablando de dicho Valle en los últimos días. Un lugar típico y representativo de lo cruel, maldito y terrorífico que fue el nacional-catolicismo franquista.

Un espacio de siniestros recuerdos, donde presos republicanos dejaron su sudor, su sangre y su vida, construyéndolo, para mayor gloria de su verdugo y sus acólitos.

Hoy se habla de la exhumación de los restos del genocida –hasta su familia se ha negado a recibirlos--, que permanecen en una basílica regentada por frailes franquistas y que pretenden evitar que se lleven a su tótem, al que adoran y veneran con fervor. Sin el dictador, no sabrían a quién rezar, los pobres.

Pues bien, ese sólo es el principio. Porque aunque se llevaran los restos del asesino, habría que pensar en qué se debería convertir ese monumento franquista para que pudiera servir como ejemplo y pedagogía de una parte negra de nuestra historia.

Yo creo que habría que convertirlo en un museo, el Museo del Horror. Al igual que campos de concentración nazis, como Auschwitz o Mauthausen, debería mostrar el terror del franquismo, la forma cómo murieron miles de presos políticos al construirlo, las torturas que sufrieron, la violencia de sus guardianes.

Ese museo debería mostrar el horror de un régimen asesino, como ejemplo de una barbarie que hoy se trata de esconder, cuando no de santificar. Es el monumento más ejemplar de la época franquista. Allí se podrían reproducir documentales, fotografías, escenas teatrales sobre las torturas franquistas. Todo ello con un fin único, acercar la verdadera historia a la gente y conseguir que lo ocurrido no volviera a suceder.

Y hasta esos monjes que hoy defienden a Franco como fanáticos indocumentados podrían participar. Se trataría de que, vestidos con sus hábitos, actuaran como fantasmas del pasado que pretendieran asustar a los visitantes (algo así como el tren de la bruja), y se dedicaran a limpiar las letrinas del museo.

Billy el Niño y sus compañeros de la Social podrían estar allí encerrados y obligados a contar cómo torturaban con escarnio y placer a los contrarios al régimen. Incluso podrían hacer demostraciones y darse puñetazos o latigazos entre ellos, para acercarse a lo que ellos mismos hacían con los detenidos políticos.

En cuando a la familia Franco, debería ser obligada a presentarse allí, para que los visitantes pudieran ver cómo son, qué jeta tienen, los que hoy, todavía, le defienden, sin vergüenza ni pudor, y se han lucrado con privilegios y patrimonio a costa del verdugo mayor del reino.

Habría que borrar todo signo que pretendiera honrar a Franco. La cruz gigantesca que ensalza el monumento debería ser destruida. Y la Basílica convertida en el centro del Museo del Horror. El prior debería ser juzgado por obstrucción a la Justicia y por enaltecer una dictadura, siendo condenado a trabajar recuperando los cuerpos de los asesinados que solicitaran sus familiares. Naturalmente, para hacerlo más real, de acuerdo a los tiempos en que ocurrieron los hechos, con pico y pala.

Son simplemente sugerencias. Todo menos dejar en pie una obra cruel que enaltece a uno de los mayores asesinos del siglo XX. Quizá así, podríamos parecernos más a otros países que han sabido condenar sus dictaduras del siglo XX, como Portugal, Alemania o Italia, y menos a los que hoy son un ejemplo de crueldad como Camboya.

Salud y República

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Fuente: Kabila