El retrato de Tina, rapada por la Policía Imprimir
Nuestra Memoria - franquismo y represión
Escrito por Ernesto Burgos   
Miércoles, 28 de Junio de 2017 04:25

La historia de Constantina Pérez Martínez, represaliada por las protestas mineras asturianas y que fue reconocida en varias obras de arte

Eduardo Arroyo es uno de los artistas plásticos más característicos de la transición española. Nació en Madrid en plena guerra civil y creció en la posguerra conociendo a fondo el ambiente del primer franquismo. Después de estudiar periodismo, evolucionó hacia la pintura a partir de una estancia en París, donde residió desde 1957 y allí inició su carrera como pintor desarrollando un estilo fácil de identificar, con líneas muy definidas, colores planos y un dibujo que seguía la tendencia internacional marcada entonces por el “pop art”.

 

Luego, con el general Franco ya enterrado, las libertades empezaron a abrirse paso y en 1976 regresó a España, adaptando tanto su manera de pintar como los temas elegidos a los cambios que se notaban en el país. Hoy vamos a interesarnos por su primera etapa, cuando firmó unos cuadros de denuncia en los que todavía se notaba su formación como periodista a la hora de abordar los acontecimientos protagonizados por la oposición al régimen español y la represión consiguiente, que él conoció gracias a las informaciones de la prensa francesa.

Arroyo quiso convertir su pintura en un arma política que sirviese para dar a conocer a los espectadores aquellos hechos a través de unas imágenes impactantes y ajustadas a la vanguardia de su tiempo, siguiendo la misma idea que Goya ya había desarrollado hacía siglo y medio para plasmar los horrores de la guerra de la Independencia.

Con este planteamiento no resulta extraño que se interesase por las huelgas de la minería asturiana en 1962 y 1963, que en su momento tuvieron una enorme repercusión fuera de nuestras fronteras. La inspiración del artista recreó entonces unas escenas de las que no pudo ser testigo y que dieron su fruto en un cuadro basado en el arresto del minero Silvino Zapico y sobre todo en los repetidos retratos de Constantina Pérez Martínez “Tina”, después de haber sido rapada por la Policía, que actualmente se reparten por museos y colecciones de toda Europa.

El ilustrador mierense Alberto Vázquez, autor de varios documentales que recogen la historia de la izquierda del siglo XX en las cuencas mineras, que ya son indispensables para conocer nuestro pasado inmediato, trabaja actualmente en un cómic sobre la biografía de Tina y también la de Anita Sirgo, quien compartió con ella celda y castigo. Agradezco su generosidad al confirmarme los datos y fechas que hoy incluyo en esta historia sobre Constantina Pérez y que él conoce de primera mano por alguno de sus protagonistas. Afortunadamente, Anita aún sigue en la lucha con una vitalidad admirable y sus interesantes vivencias también deben figurar pronto en esta página. Me comprometo a ello.

Constantina Pérez había nacido en 1929 en Santa Cruz de Mieres y en los años de las huelgas ya poseía una arraigada conciencia política. Su padre fue fusilado durante la guerra civil y su madre encarcelada, por lo que ella y sus seis hermanos tuvieron que ser recogidos por una tía. A los 16 años sufrió su primera detención y también su primer rapado policial junto a su amiga Amor Gutiérrez por negarse a fregar los locales de Falange. En 1946 se casó con Víctor Manuel Bayón, un minero nacido en su mismo pueblo, con él tuvo a su hija Blanca en 1947.

Víctor Bayón también fue -y sigue siendo- un militante muy activo, En 1955 la familia se trasladó a La Joécara y Víctor comenzó a trabajar en el pozu Fondón donde conoció a Alfonso Braña, el marido de Anita Sirgo con quien colaboró en la organización del Partido Comunista de Langreo, hasta que fue juzgado y llevado a la cárcel de Cáceres en 1961.

Cuando llegaron las huelgas de 1962 y 1963, Tina y Anita formaron parte del grupo de mujeres de mineros que destacaron por su implicación en los conflictos. Por ello las dos fueron detenidas e interrogadas y después de golpes y otras vejaciones las raparon el pelo con una navaja, un castigo que el fascismo empleó a menudo desde los años treinta para humillar a las rebeldes. Pero seguramente los jefes de los torturadores eran conscientes de que en aquel momento las cosas ya estaban cambiando y que este hecho podía volverse contra ellos. De modo que, después de 8 días, las dejaron salir con la condición de taparse con un pañuelo y la advertencia de que no revelasen el nombre del responsable de aquel acto infame.

Víctor Bayón obtuvo el indulto unos meses más tarde con motivo de la muerte del Papa Juan XXIII, aunque en 1964 su participación en otra huelga le forzó a huir a Francia. También, el 20 de marzo de 1965, Constantina Pérez y su hija fueron detenidas otra vez. Blanca solo tenía entonces 16 años y por eso fue liberada muy pronto; sin embargo, Tina no pudo salir hasta el día 3 de mayo y esta vez lo hizo con su salud tocada para siempre por el efecto de los golpes que volvió a recibir. Falleció cuatro meses más tarde y al concluir su entierro -que fue masivo- Blanca siguió los pasos de su padre y cruzó la frontera clandestinamente para no volver hasta 1971, cuando el PCE la envió a reorganizar su estructura en Alicante.

El caso de Constantina Pérez fue incluido en la carta de denuncia que 102 intelectuales españoles dirigieron aquel 1963 al ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne. En ella se enumeraban los casos más sangrantes de la represión tras las huelgas y entre ellos se incluía que Constantina Pérez Martínez “Tina”, de la Joécara, y Anita (a la que se citaba como Braña, por el apellido de su marido), de Lada, “fueron maltratadas y se les cortó el pelo al cero”.

Para acallar la solidaridad internacional que se sumó a la carta, Fraga se vio forzado a responder desmintiendo una por una las acusaciones que se relacionaban en la misiva. Vean, sin cambiar una letra, como justificó esta actuación policial:

“Parece, por otra parte, posible que se cometiese la arbitrariedad de cortar el pelo a Constantina Pérez y Anita Braña, acto que, de ser cierto, sería realmente discutible, aunque las sistemáticas provocaciones de estas damas a la fuerza pública la hacían más que explicable, pero cuya ingenuidad no dejo de señalarle, pues es claro que la atención que dicha circunstancia provocó en torno a sus personas en manera alguna puede justificar una campaña de truculencias como la que se orquestó. Vea, por tanto, como dos cortes de pelo pueden ser la única apoyatura real para el montaje de toda una “leyenda negra”, o “tomadura de pelo”, según como se mire”.

El 31 de octubre, una segunda carta del grupo de intelectuales, entre los que figuraban la gran mayoría de los firmantes de la primera, más otros tantos nuevos, le dio la replica: “Es evidente que el hecho de cortar el pelo a dos mujeres difícilmente puede conciliarse con el calificativo de “ingenuidad” que V. E. añade a guisa de comentario. Un acto de tal naturaleza nos parece a todas luces infamante y motivo suficiente para que en cualquier país civilizado y libre se exijan responsabilidades criminales a sus autores. Por otra parte, parece muy poco probable que este acto de violencia física y moral no fuera precedido o acompañado de otros malos tratos y coacciones”.

A partir de 1968, el pintor Eduardo Arroyo recordó a Tina en sus óleos y desde 1970 en una serie de litografías numeradas que se editaron en el taller “Il bisonte”, de Florencia; dibujándola de diferentes formas, aunque siempre sobre el modelo de una figura ladeada, en tres cuartos, de rostro triste, pero firme; con su pelo rapado al cero; variando el color del fondo y el vestido y añadiendo pendientes y accesorios estrafalarios. A la vez, empleó detalles flamencos, la bandera rojigualda e incluso una imposible peineta roja y negra en su cabeza para recalcar irónicamente su vinculación con la España más profunda.

Más tarde, su historia también inspiró al poeta jerezano Carlos Álvarez Cruz, que le dedicó un poema, y a la directora Amanda Castro, quien recogió este episodio en el corto “A golpe de tacón”. También en La Camocha de Gijón existe una calle que lleva el nombre de Tina Pérez y Anita Sirgo, y -como he dicho más arriba- pronto podremos ver el cómic de Alberto Vázquez “Tina y Anita, las mujeres del Nalón”.

Alfonso Braña, el marido de Anita, falleció en un desgraciado accidente en 1980. Por su parte, tanto Víctor Bayón, el esposo de Constantina Pérez, como su hija Blanca rehicieron su vida por separado fuera de Asturias. Si ustedes quieren conocer más detalles, sepan que Víctor, ahora residente en León, ha publicado en 2011 sus vivencias en el libro “Crónica de una lucha”. Más que recomendable…

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Fuente:  lne.es