Para mi abuela, para todas vosotras. Imprimir
Mujer y Feminismo - Mujer y feminismo
Escrito por Jorge Alcázar González   
Sábado, 09 de Marzo de 2019 05:22

 En un día temprano de principios de siglo XX, como si fueras hija de la madre revolución, como siempre adelantada a tu tiempo, abriste los ojos y empezaste a comprender, desde tan temprano, que el mundo te esperaba con palos, obligaciones y miserias. Ya entonces, por lápiz te dieron una fregona; por alimento, las sobras del varón al que dabas sombra; por calor, las amenazas que te correspondían por pretender ejercer tu condición de ser humano en una España negra, hecha a golpes de señoritos, caciques y crucifijos.

Tanto te hicieron postrarte que ni siquiera pudiste ser consciente de que en el calendario se marcaban en rojo un 14 de abril, un 27 de octubre o un 3 de abril, y sólo te dieron a aprender sibilina e interesadamente, desde las pocas aulas de sotana, toca y hábito que te permitieron por tu doble condición de trabajadora, que el santoral santurrón excluía los nombres de Clara Campoamor, de Rosa Luxemburgo, de María Zambrano, de Federica Montseny, de La Pasionaria, y de tantas, tantas más, abuela, que juntas, una a una, formaban una colección gigante de gigantas que nos alzaron desde la cuna a la luna para hacernos hombres y mujeres de futuro y esperanza.

    Y así llegó la guerra y la posguerra y la noche y la oscuridad, más negras aún, para reconocerte en mula de carga, en buscavidas de pan duro que a las bocas tenías que arrimar, en detentora de obligaciones más nunca de derechos; tú, la que sólo podía fregar y cuidar del amo y la prole, la única que entre tanta miseria humana supiste inculcar desde la infancia la ingente sustancia de dignidad con que elevabas todos los días -los de guardar y los de servir, que acaso no fueron los mismos?, a la condición humana, a tus hijos e hijas, a tus hombres todos -pobres bestias ciegas- y a tu España. Llegó de nuevo, redoblado en su fuerza, el doble dogal de la pobreza y de tu ser de mujer, remendado para la ocasión en los ancianos y enfermos talleres de las costumbres rancias, de la caspa y el sermón, de la falsa bandera de ellos, con la intención de doblegarte y anularte, con el firme propósito de dibujarte en objeto de soba, en mirada lasciva, en mano de obra esclava, de diseñarte en traje estereotipado de nulidad nula que sólo servía para todo lo que esa sociedad enferma no podía decir, que era todo. Y a pesar de que fueron años duros, muy duros –eso sólo lo sabes tú y quienes compartieron contigo la obligación de ser mujer y pobre en esos días- tiraste pa’lante con todo, arrimando de aquí y de allá, inventando a base de sisa, humor, trabajo, amor, cariño y esa genial compresión e inteligencia que te caracteriza, la complicidad, el respeto y la dignidad en el páramo yermo del pan de cada día, en los arrabales del anónimo y de la lucha diaria.

    Y mientras te acostumbrabas cada noche – qué valor – a la vieja costumbre de acostarte con la necesidad, la urgencia, la incomprensión y la humillación, entre las brumas amargas del alcohol barato asalariado con que “tu hombre” apagaba la resignación y el odio propios de las fiestas de los perdedores; mientras ponías fe y fuerza nueva -pero de las de verdad, de las que se viven en las rojas carnes golpeadas de los pobres y las pobres- en cada mañana para vestir con pantalón y camisa y luz de olor a limpio, a digno y a humilde, a una sociedad negra que se disfrazaba de hombre patriarca de bigote y pantalón, trajinabas de aquí para allá, al son de la que no se cansa, de la infatigable, de la que si se queda quieta, el mundo se para. Fuiste tan fuerte que ni siquiera Hollywood te pudo copiar y rebajarte, pues sólo en ti reside el original. Y ni la Iglesia ni Franco, con todas sus procesiones de acólitos, supieron humillarte y negarte cuanto hubieran deseado. Y aunque te quitaron el alfabeto, los libros, la cultura y todo aquello que se estimaba no te pertenecía pues no era propio a tu reino, el de la casa y los fogones según ellos, fuiste capaz de aprender por ti misma, de crecerte y hacer crecer, pues en tu piel se imprimieron los duros surcos de la condición de mujer trabajadora. Sin leer a Marx ni escuchar a Dolores Ibarruri, sin saber siquiera que existió un viejo ruso que clamaba por ti y por las de tu condición, aprendiste de cuño propio que serán tus manos, las nuestras, las que nos levanten del suelo para romper estas cadenas que todavía hoy oprimen duro. Inventaste sin descanso lenguajes, palabras, álgebras, canciones, risas, hogares, sueños, sin necesidad de pisar una universidad o un teatro, pero con el anhelo y la pena de nunca ya poder hacerlo, y eso sí nos lo robaron abuela, eso sí que no lo podremos perdonar.

    Por ello ahora, mientras agotas los pocos días que te quedan, cuando bordeas el siglo de distancia que de allí aquí viviste y cuando sé que pronto nos dejarás, de forma callada y humilde, como viviste, quiero dedicarte mi monumento particular, mi reconocimiento público y compartido hacia ti y hacia todas las mujeres que como tú habéis hecho de mí un hombre en el sentido más amplio y honesto de la palabra, un ser humano que quiere recoger vuestra mano y nuestra lucha para arrimar lo que se pueda, como siempre me enseñaste, para cambiar el mundo en que vivimos, para trocar la ley en Justicia, el llanto en risa, la desesperanza en ilusión. Y como sé de tu generosidad y reconocimiento hacia los demás, como sé de tu compromiso compartido a mil manos y en mil luchas, te gustará que mis palabras no sean privadas si no públicas, que vayan allá donde tienen que ir, y que se sumen, en el día de hoy, a todas las que encabezan la lucha, vuestra, mía, nuestra, y que hacen de todos los días un ejemplo de compromiso y justicia. ¡Vaya por todas vosotras!

 Feliz y reivindicativo día de la Mujer.

 

Jorge Alcázar González  es miembro del Colectivo Prometeo

 

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Fuente: Colectivo Prometeo