Juan de Borbón, pretendiente muy pudiente Imprimir
Monarquía - La cuentas del rey
Escrito por Aeturo del Villar / UCR   
Lunes, 01 de Abril de 2013 06:36

El 1 de abril de 1993, justamente al cumplirse 57 años de la victoria de los militares sublevados contra la República, junto a los que quiso combatir, falleció Juan de Borbón en la Clínica Universitaria de Navarra. Se planteó entonces una discusión acerca de quién había pagado los gastos de estancia en ese hospital elitista.

 

 

Se barajaba entre su íntimo amigo y testaferro, Luis de Ussía, conde de los Gaitanes, o su no menos íntimo amigo el banquero Mario Conde, que el 28 de diciembre del mismo año iba a conocer la intervención del Banco Español de Crédito, del que se había apoderado, y la acusación de apropiación indebida de sus bienes, entre otros delitos que lo llevarían a la cárcel. Habrá qué estudiar los motivos que inducen a los borbones a hacerse amigos de banqueros estafadores.

   Se dijo que Juan de Borbón había muerto casi en la ruina, y estaba sostenido por donaciones que le hacían los monárquicos nostálgicos deseosos de coronarlo como Juan III. Que es precisamente el título con el que figura en el panteón real del monasterio de El Escorial, por decisión de su hijo Juan Carlos, el que le impidió reinar para hacerlo él, conforme con la voluntad del dictadorísimo al que juró lealtad y fidelidad a sus leyes genocidas. No le permitió reinar en vida, pero le proclama rey después de muerto. Y como lo decide el rey absoluto, no se puede discutir. Es de suponer que los historiadores no tengan en cuenta ese inexistente reinado, y se burlen de quien lo inventó.

   Nadie creía que el autoproclamado conde Barcelona hubiera muerto en la pobreza. Por cierto: es de maravillar la forma en que los borbones se reparten España como patrimonio personal suyo, y unos son condes de Barcelona, otros duques de Palma de Mallorca, otros condes de Badajoz, etcétera. Hacen bien, puesto que los habitantes de esos lugares lo consienten sin protestar, pese al desprestigio que les proporciona. El Ayuntamiento de Palma de Mallorca, avergonzado ante los desafueros financieros cometidos por sus duques, les ha quitado el nombre a una de sus calles, pero no les exige que dejen de utilizar el título con el que deshonran a la ciudad por causa de sus fechorías.

 

Una renuncia de nada

   Al cumplirse veinte años de la muerte del supuesto Juan III le ofrecen homenajes sus cortesanos, que son distintos de los que aclaman a su hijo el que le vedó el acceso al trono. Impresiona el titular puesto por el diario monárquico-fascista madrileño a su edición del 31 de marzo: “El hombre que renunció a todo por España.” Ese Borbón no renunció a nada, porque después de disfrutar una vida descansada, sin otro oficio que el de pretendiente al trono vacante español, visto que su hijo se lo había quitado y no tenía ninguna posibilidad de sustituirlo, “renunció” a unos presuntos derechos históricos el 14 de mayo de 1977, cuando Juan Carlos llevaba ya 17 meses cómodamente instalado en el trono en donde lo sentó el dictadorísimo para que continuara su política represiva contra el pueblo español. De paso podía haber renunciado también al trono de Japón, y al de Suazilandia, y al de Malasia, porque tenía exactamente las mismas posibilidades de ocuparlos que el de España, y puesto a renunciar era preferible hacerlo a lo grande. Pero le faltó imaginación.

   A lo único que podía renunciar era a continuar siendo el pretendiente al trono, tarea en la que se empeñaba desde el 10 de noviembre de 1942, cuando hizo unas declaraciones al Journal de Genève en las que reclamaba que las naciones democráticas expulsaran al dictadorísimo del trono que usurpaba y lo pusieran a él. Hasta ese día estuvo esperando que fuera el propio dictadorísimo el que restaurase la monarquía en su persona, dado que había sido su fiel y sumiso servidor. Al comprobar que el exgeneral no pensaba retirarse, decidió apartarse de él, y propaló que había ganado la guerra apoyado por los dictadores nazi alemán y fascista italiano, contra los que luchaban los países demócratas, y en consecuencia debían echarlo. Como si no lo supieran ya.

   Hasta entonces él mismo había sido un defensor acérrimo de los militares sublevados. Por dos veces, el 1 de agosto y el 7 de diciembre de 1936, quiso enrolarse en su ejército rebelde para combatir a los patriotas españoles fieles a la República, sin conseguirlo. Los exgenerales sublevados no aceptaron su alistamiento porque junto a ellos luchaban los carlistas, partidarios de la otra rama borbónica, y temían que se indignasen si se consentía la presencia de un hijo del detestado y detestable rey perjuro Alfonso XIII.

   Sus intenciones eran muy claras: pretendía tomar las armas rebeldes para matar a los españoles que había echado a su padre del trono, como una venganza sanguinaria, muy propia de borbones. No podrá olvidarse nunca la encarnizada represión ordenada por otro Borbón perjuro, Fernando VII, contra los liberales.

   Están publicadas las cartas abyectas que dirigió al dictadorísimo, poniéndose a sus órdenes y deseándole el triunfo durante la guerra, y felicitándole a su final, con los eslóganes tópicos del fascismo.

 

Servidor del dictadorísimo

 

   Desde 1948 estuvo entrevistándose con el dictadorísimo, al que ese mismo año entregó a su primogénito Juan Carlos para que lo educase según sus teorías. No tenía, por consiguiente, ningún derecho a quejarse de que su hijo siguiera las consignas del dictadorísimo, y se aliase con él para negarle la posibilidad de reinar: fue por su culpa.

   El 24 de junio de 1955 el diario sumiso a sus pretensiones Abc le hizo una entrevista, con la disculpa de felicitarle en su onomástica. Se encuentra publicada en su tercera página, y a ella pertenecen estos párrafos sin duda históricos:

   Para ser útiles a España y a lo que se ha dado en llamar la causa de Occidente, tienen que unirse todos los españoles que están animados por los ideales del Movimiento Nacional, formando un apretado haz para defenderlos de los ataques exteriores e internos que se puedan producir, no consintiendo que nuestra Patria vuelva nunca a ser esclavizada por el comunismo que trata de adueñarse del mundo.

 

   Esa retórica del peligro comunista, jamás posible en España, fue la justificadora de la rebelión militar y de las medidas represivas aplicadas durante la dictadura, sustentada en lo que se denominaba el Movimiento Nacional, un sarcasmo por tratarse del más cerril inmovilismo posible. El pretendiente continuaba en 1955 aliado con la dictadura, y proponía a sus seguidores que la acatasen igual que lo había hecho él.

   Ahora sus fieles defienden que era un liberal contrario a la dictadura, pero tendrán que destruir todas las hemerotecas para mantener esa estúpida tesis falsa. La historia demuestra que fue desde 1936 un fiel lacayo del dictadorísimo, al que baboseó con la esperanza de que lo pusiera en el trono del que fue expulsado su padre por decisión mayoritaria del pueblo español.

   Juan de Borbón es uno de los borbones más repulsivos, y ya es decir en esta dinastía. Por alguna rareza psíquica en la mente de los monárquicos, cuenta con partidarios que todavía se atreven a presentarlo como un enemigo de la dictadura. Digno hijo de su padre el rey perjuro, enriquecido gracias al sudor de sus vasallos.

 

Todos son millonarios

 

Precisamente el diario madrileño El Mundo publica también el 31 de marzo cuatro páginas sobre la fortuna personal del pretendiente renunción. Varios libros han analizado el tema, el último el de José María Zavala El patrimonio de los borbones, editado en 2010 con extensa documentación. Conocemos también la nota oficial publicada el 21 de mayo de 1931 por el Ministerio de Hacienda, sobre la fortuna personal del último Borbón y su familia, aunque no se la cita en estas publicaciones. Según el resumen provisional elaborado al 31 de diciembre de 1929, la fortuna de Alfonso XIII se valoraba en 26.188.850,27 pesetas, y la de su hijo Juan en 1.481.240,70 pesetas.

   El exrey le favoreció en su testamento, por haberlo proclamado príncipe de Asturias y presunto sucesor suyo, así que a su muerte en 1941 recibió una sustanciosa herencia de 2.460.536,23 pesetas en plena propiedad, 4.549.716,82 pesetas en usufructo, y 615.134,05 pesetas en nuda propiedad.

   Esta fortuna le permitió darse la gran vida sin necesidad de buscar ninguna ocupación ajena a los viajes en sus yates, hacer el amor a cuantas mujeres se le ponían como a Fernando VII, y disminuir rápidamente la siempre bien provista bodega. A eso lo llaman sus fieles enfrentarse a la dictadura.

   Al comenzar el reinado de su hijo vendió el palacio de La Magdalena en Santander, regalado mediante cuestación popular al rey Alfonso XIII para que lo habitase en verano, con el fin de promocionar el turismo local; la isla de Cortejada en la ría pontevedresa de Arousa, que tuvo el mismo origen, aunque no se llegó a construir el palacio y en consecuencia nunca residió en ella; el palacio de Miramar en San Sebastián que mandó edificar la reina regente María Cristina, y la Villa Giralda que había comprado él en Estoril. Con ello sumó unos 300 millones más a sus cuentas corrientes.

 

Cuentas en Suiza

 

   A estas cifras y hechos conocidos se añaden las revelaciones publicadas por El Mundo. Según se demuestra documentalmente, el pretendiente “dejó una fortuna de 1.100 millones de pesetas, que incluía 728,75 millones en fondos depositados en cuentas en el extranjero”. Según revela el diario, “el grueso de su patrimonio lo constituían tres cuentas domiciliadas en Suiza: una en Ginebra y dos en Lausanne”.

   Le heredaron sus tres hijos, el rey Juan Carlos y las llamadas infantas Margarita y Pilar. De acuerdo con el informe periodístico, “Al rey le correspondieron tres partidas de 2.500.000, 533.000 y 1.067.744 francos suizos. En total, 4.100.744 FS (375.628.150 pesetas al cambio de la época): Tres cheques por valor de estas tres cantidades fueron ingresados el 21 de octubre de 1993 en la cuenta 10031 de Sogenal (Société Générale Alsacienne de Banque), en Ginebra. Se desconoce qué sucedió a partir de ahí con este dinero”.

   Mientras se resuelve el llamado “caso Bárcenas”, que acusa al extesorero del partido autoproclamado Popular de tener cuentas secretas en bancos suizos, sería oportuno investigar estas otras cuentas. Porque “la Justicia es igual para todos”, según declaró su majestad el rey católico en su mensaje navideño de 2011. Que se demuestre, porque en el caso de su hija Cristina no lo es hasta ahora.

   Y que no se celebre ningún homenaje al impresentable Borbón lacayo del dictadorísimo, que renunció a nada porque su hijo le había birlado la posibilidad de reinar por ser todavía más sumiso al dictadorísimo que él.

 

ARTURO DEL VILLAR

PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO