Luis I de Borbón "El robamelones" (El segundo de los borbones) PDF Imprimir E-mail
Monarquía - Casa irreal
Escrito por Paco Arenas / UCR   
Miércoles, 24 de Julio de 2013 00:00
Solo a un demente se le ocurre dejar la gobernabilidad de la hacienda en manos de un niño  quinceañero, caprichoso y “asalta huertos”, mucho más si esa hacienda es el mayor imperio del mundo.
Esto sólo se le pudo ocurrir al primer Borbón, Felipe V. Si bien es cierto que por el tratado de Utrecht, no se sabe muy bien si fue como reconocimiento de su falta de luces, a consecuencia de ello o por que no podía recaer la corona de España y Francia en la misma persona y tenía la esperanza de que si abdicaba en su hijo Luis I, él sería nombrado rey de Francia, pero no tuvó suerte, en el mismo año que moría el rey de Francia, moría por viruela el rey de España, es decir su hijo, fastidiándosele la estrategia.  Con lo cual hubo de renunciar a ser rey de Francia, recuperando el trono de España.
 
El Palacio de Versalles, era un auténtico lupanar, los líos amorosos y sexuales estaban al orden del día, el rey sol había tenido varios hijos bastardos con distintas cortesanas, algunas de ellas parientes directas del monarca francés. La madre de una de nuestros protagonistas fue una  de las hijas bastardas del Rey Sol. Felipe V, aunque con pocas luces, tenía muchas ambiciones, estaba, una de ellas era ocupar algún día el trono francés, en España no terminaba de estar a gusto, otra, relacionada indirectamente,  el casar a su hijo, el príncipe de Asturias, Luis, con una princesa francesa, la elegida fue la nieta del Rey Sol, Luisa Isabel de Orleans, a su vez del regente de Francia, Felipe de Orleáns.
 
Felipe V, llevo a cabo un encuentro con Felipe de Orleáns, para negociar el matrimonio de sus hijos, Luis, Príncipe de Asturias y Luisa Isabel de Orleáns, llamada en España la “mademoseille”, la sorpresa fue que no tenía nombre oficial, ya se sabe, las cosas de palacio van despacio, siendo necesario ir de prisa y corriendo a preparar la documentación, no fuese a ser que le aplicasen la ley de extranjería, así que con un  frío que quitaba el aliento, un 20 de enero, como la canción de la Oreja de Van Goth, también aniversario de la Matanza de Atocha, Luis y Luisa se casaban en un matrimonio de conveniencia. Luis con 14 o 15 años y con 12 años, la sin papeles Luisa.   Como estaban más en edad de jugar  con muñecas que con los aparatos de mear, mas  la Iglesia, las leyes dinásticas y los acuerdos exigían la consumación del matrimonio para darlo por válido - como era costumbre - válidos y confesores estuvieron presentes en la simulada consumación, para dar fe de ello, ambos críos debieron de permanecer en la misma alcoba, acostados en la cama, el tiempo que Felipe V, considero oportuno, eso sí, con clérigos y notarios del reino, no fuese a ser que la cercanía se convirtiese en pecado. Por la edad consideraron que de ninguna de las maneras debía consumarse el matrimonio real, sino de forma simbólica. Después cada uno fue llevado a su habitación.
 
 
Cada uno por su lado hizo su propia vida, él continuo junto con sus amigotes, escapándose de palacio a recorrer los barrios de Madrid, y sobre todo los huertos, en época de melones eran muy aficionados de ir a hacer la cata a los melonares madrileños, sin miramientos, destruyendo cosechas enteras, lo mismo hacían con otras frutas, pero los daños no eran tan graves, más de un hortelano le hubiese aplicado a tales energúmenos lo del chiste del gitano, las aceitunas, los melones y la guardia civil. Ya en plena pubertad alternaron esta afición con la de ir por los arrabales madrileños en busca de prostitutas, con cargo a los presupuestos del Imperio, ya que con su esposa tenía prohibido cohabitar…
 
 
La princesa de Asturias por su parte, la pobre se aburría en su jaula de cristal, sin muchos conocimientos del idioma, quería volver a Francia, le costaba hablar castellano y como las hormonas comenzaban a hacerle su propia “revolución francesa”, se dedicaba a perseguir a los soldados de la guardia real, desnuda, en bata o camisón, dicen que a muchos les enseño “francés” y ellos, en agradecimiento, le enseñaron a ella otras técnicas amatorias, aunque la mayoría intentaba eludir el encuentro por temor a ser pillados en el intercambio de fluidos y porque la niña, al igual que su demente suegro, era alérgica al agua combinada con jabón y muy aficionada a saludar con sonoras ventosidades a curas y nobles que la miraban escandalizados.  Los curas y monjes acechaban en las esquinas de palacio  para exorcizar el pecado de la francesita, se ignora si para ir perdonándole los pecados, otros  seguían al príncipe de Asturias recomendándole resignación y continencia ante las actitudes poco decorosas de su fogosa esposa.
 
 
En 1724, Luis I, fue declarado rey de España, acabándose con la moratoria conyugal, pero no con el escándalo, como la nueva reina tenía ya una experiencia acreditada, demostrando ser buena alumna de la guardia del palacio.   El joven rey, ansioso por probar la fruta francesa,  tomo con ímpetu sus obligaciones conyugales, y si ya era débil y enfermizo de por sí, el sobreesfuerzo le llevo a la muerte ese mismo año por culpa de la viruela y de sus excesos sexuales.
 
Luisa Isabel de Orleans, contagiada de viruela, pasó los primeros días de viudez totalmente sola. Todos estaban contra ella y se llevaba a matar con sus suegros.   Buenamente y tras serios conflictos diplomáticos con Francia, fue puesta de patitas en la frontera   para que regresara al palacio de sus padres. Una vez en Francia, la reina-viuda se instaló primero en un convento de París y de ahí pasó a instalarse espléndidamente en el palacio de Luxemburgo, donde llevó una vida de desenfreno y murió en 1742,  totalmente alcoholizada y cubierta de deudas.
 
Este fue nuestro segundo Borbón.
 
Otro día no será el tercero, sino la mujer que realmente reinó mientras eran reyes Felipe V “El guarro” y su hijo Luis I “El Robamelones”.
 
 
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Artículo también publicado en la web del autor: España por la República
 
 

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