¡Que vaya el rey a Libia! PDF Imprimir E-mail
Monarquía - Casa irreal
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Martes, 22 de Marzo de 2011 05:34

 Juan Carlos con  GadaffiEstá en juego el honor español. Resulta que los gloriosos tercios españoles han ido a liberar a Libia del poder del infiel, como en los tiempos medievales, pero el organizador de esta nueva cruzada es el presidente de Francia, el judío converso al catolicismo Nicolas Sarkozy. Siguiendo el ejemplo de au antecesor el rey Luis IX, declarado por ello santo, ha convocado a la cristiandad a rescatar a Libia, y la católica España ha secundado su llamamiento, como es su obligación histórica de martillo de herejes, espada del Islam, luz de la cristiandad, etc.

 

   Por eso mismo el honor español no puede tolerar que nuestros invictos tercios figuren entre los cien mil hijos de padre desconocido de san Nicolas el franchute. El honor español exige que sea el rey de España quien se ponga al frente de los tercios españoles. En primer lugar, porque así lo hicieron los reyes cristianos participantes en las ocho cruzadas medievales, animados por el sagrado celo de poner la cruz sobre la media luna. Al menos, ésa era la disculpa, aunque la verdad es que Ricardo Corazón de León lo que buscaba era cambiar cada noche de compañero de cama sin que le criticasen su conducta en la Gran Bretaña.

   Además, su majestad ostenta el título de rey católico, heredado de sus antecesores Isabel y Fernando, los que echaron a moros y judíos del solar patrio, para lograr la unidad de creencias. Bajo su mandato, por supuesto.

   Es su obligación, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, según dispone el punto h del artículo 62 de la Constitución que no ha jurado, pero da lo mismo, porque nadie se puede fiar de los juramentos borbónicos. Lo importante es que el jefe supremo dé el ejemplo, siendo el primero en la batalla, como el Cid Campeador, el gran descabezador de moros, ejemplo para nuestros militares.

   Sin duda resulta ser el principal estratega, después de su rutilante paso por las tres academias militares, en las que alcanzó los máximos rangos del escalafón. No hay nadie en el país, ni militar ni civil, que comparársele pueda.

   Sabida es su certera puntería, que le ha convertido en el primer cazador de España. Es verdad que dispone de las armas más sofisticadas existentes en el mercado, que bien caras nos cuestan a los vasallos, aunque lo importante es la puntería. Ahora tendrá la oportunidad de demostrar que es tan infalible ante un libio sereno como ante un oso borracho. Un trofeo que añadir a los muchos que posee.

   Todos estos argumentos son los que nos llevan a reclamar que su majestad el rey católico se ponga al frente de los tercios españoles en la cruzada contra los infieles. Ciertamente, se aprecia que el rey se halla caduco, pero no es menos cierto que el armamento militar español es chatarra inservible, como ha demostrado el coronel Martínez Inglés en un atinado examen, de modo que se compenetran.

   Y que se lleve al compañero Rodríguez como mariscal, y a todos los ministros como ayudantes de campo. Puesto que les gusta la guerra, que la hagan ellos.

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