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Monarquía - Felipe VI
Escrito por David Bollero   
Viernes, 27 de Diciembre de 2019 04:37

El mensaje de Navidad del Borbón no sorprendió. Nadie esperaba, por otro lado, que sorprendiera, ni siquiera que satisficiera, así que podríamos decir que cumplió con las expectativas, que no eran muchas. El discurso del rey fue atemporal, deslizándose por la realidad si abordarla como debiera, rozando las problemáticas con tal tibieza que este año él mismo abrió de par en par las puertas de la sumisión real a la que ayer me refería.

 

Todos los focos estaban puestos en el asunto catalán y el mantra de la unidad de España. El Borbón hizo malabares, reconociendo a un tiempo «la diversidad territorial que nos define» y «la unidad que nos da fuerza». Dicho de otro modo, evitó meterse en camisas de once varas para que ninguna de las posturas enfrentadas pudieran cebarse con él.

Sin embargo, dentro del mensaje positivista que trató de lanzar Felipe VI, él mismo cayó en su propia trampa al asegurar que «el progreso de un país depende, en gran medida, del carácter de sus ciudadanos, de la fortaleza de su sociedad y del adecuado funcionamiento de su Estado». Evitó admitir que, en la actualidad, no se da tal «adecuado funcionamiento de su Estado» y eso sucede, fundamentalmente, por culpa de una Constitución caduca que, entre otras cosas, perpetúa una figura tan antidemocrática como la suya.

No por mucho referirse a la Constitución -hasta en cuatro ocasiones lo hizo el Borbón- la hace mejor. Desde este espacio lo he subrayado infinidad de veces: es preciso reformar la Carta Magna y abordar otro modelo de Estado, que de veras dé un encaje adecuado a la diversidad territorial, cultural, social…

Por otro lado, especialmente dolorosa fue la ausencia de una referencia al terrorismo machista, a la violencia de género. Ni siquiera fue capaz de abordar el desplazamiento que sufre la mujer en esta sociedad patriarcal en todos los ámbitos de la vida; únicamente habló de la desigualdad laboral entre hombres y mujeres, algo que bien conoce él al representar a una institución que lleva el machismo en su ADN.

No fue la única ausencia de su discurso: hablar únicamente de «movimientos migratorios», sin humanizar a quienes se ven obligados y obligadas a abandonar sus países para sobrevivir evidencian cuán alejado de la realidad está el Borbón, acomodado en su palacio… o cómo habló de que «la crisis económica ha agudizado los niveles de desigualdad» sin ahondar en que ese país maravilloso que nos dibujó hay nueve millones viviendo en la pobreza.

El Borbón quiso tenerlo todo medido al milímetro, pero cuando se mira el panorama con la miopía de la opulencia, cuando se tienen unas reglas con las escalas equivocadas, el resultado es el que fue: un discurso plano, atemporal, que podría haber hecho cinco años atrás e, incluso, cuya redacción podría haberse atribuido a la princesa Leonor, con algún que otro retoque.

En definitiva, es más necesario que nunca volver a remarcar que en «un país moderno», como el Borbón se refiere a España, un rey no sirve para nada; si ni siquiera es capaz de ver con acierto la realidad ante sí, es absolutamente prescindible.

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Fuente: Público