Un rey en Puerto Rico PDF Imprimir E-mail
Monarquía - Felipe VI
Escrito por José A. Piqueras   
Miércoles, 24 de Agosto de 2016 05:39

Felipe VI en el Congreso Internacional de la Lengua Española en Puerto Rico El pasado 15 de marzo el rey Felipe VI inauguró en San Juan de Puerto Rico el VII Congreso Internacional de la Lengua Española. El evento estaba organizado por el Instituto Cervantes, la Real Academia Española (RAE), la Asociación de Academias de la Lengua y el Gobierno de Puerto Rico. No hubo nueva declaración de independencia porque los anfitriones hispanoamericanos son muy educados. Motivos no faltaron. 

Los medios de comunicación españoles ofrecieron una sucinta noticia del viaje, salpicada con anécdotas como el error de titulación de la intervención del monarca ante congresistas e invitados: se deslizó un magestad en televisión que parecía resucitar el empeño de Juan Ramón Jiménez por simplificar la ortografía (defendía reducir la g a j), un propósito recuperado por Gabriel García Márquez. Pero como escribe el colombiano Fernando Vallejo en su último libro, ¡Llegaron!, “las veintidós academias de este desastre que llaman idioma (presididas por los zánganos reales de la española), ni rajan ni prestan el hacha, ni hacen ni dejan hacer”. A lo que concluye: “No más financiamiento a congresos de estos haraganes. Que no viajen…”. Naturalmente, los zánganos, ¡vaya si viajan!, esta vez con Su Majestad al frente de la delegación que limpia, fija y da esplendor.

 

El rey carece de voz pública propia, es sabido. A la vista del discurso que le redactó el gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación (MAEC) para el acto de apertura del congreso, es inevitable que nos acordemos de Groucho Marx en la memorable película Sopa de ganso. El Jefe del Estado de Freedonia, Rufus T. Firefly, se dispone a recibir a embajador de Sylvania en un último esfuerzo por evitar una declaración de guerra inminente entre ambos países. Mientras aguarda, Firefly comienza a imaginar los desplantes que pudiera recibir de su invitado, por lo que al presentarse el invitado se limita a abofetearle y le declara la guerra.

Los responsables de Exteriores idearon llevar al Rey a Puerto Rico para pronunciar un discurso ofensivo a la intelectualidad y a gran parte de la población del país anfitrión, quizá la que en América conserva una hispanofilia más genuina y menos rancia. “La Reina y yo -anunció el monarca ante los congregados- sentimos una gran alegría por viajar nuevamente a los Estados Unidos de América y por hacerlo poco después de haber visitado La Florida”. ¡Qué entrada tan sensacional! ¡Qué mérito tan notable, el del escribidor y el del monarca, que alguna lectura previa habría realizado del discurso. Porque era difícil demostrar con tan pocas palabras un desconocimiento mayor del estatus jurídico de Puerto Rico: un Estado Libre Asociado, un territorio no-incorporado a los Estados Unidos, según el derecho internacional, una colonia cuya soberanía fue transferida por España al Gobierno de Washington en 1898. Sus habitantes tienen pasaporte estadounidense pero no son ciudadanos de la Unión, no participan en la elección de la Cámara de Representantes, el Senado o el presidente. Es un territorio que, al no pertenecer a la federación, no puede aliviar sus quebrantadas finanzas con el auxilio de la Reserva Federal, y a la carecer de soberanía no puede acudir a endeudarse a los mercados financieros internacionales. Es algo que un rey de España debería conocer porque sus antepasados fueron sus monarcas hasta hace cien años.

¿Qué diablos es Hispanoamérica?

La Constitución española de 1978 reserva al soberano una función bastante peculiar en un país democrático: en tanto Jefe del Estado, dice, el Rey “asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica”. Por comunidad histórica ha de entenderse el antiguo imperio hispánico. Y he aquí que toma pie en San Juan y cree hallarse en los Estados Unidos. O alude al “español mestizo” que se habla en América, afianzado -dice- después de “la independencia de las provincias ultramarinas”, omitiendo que fueron colonias y se emanciparon de una metrópoli obsesionada con dispensar títulos de pureza, de limpieza de sangre entonces, de idioma ahora.

Tuvo también su recuerdo para los vocablos taínos, entre un inglés de acento casi canario -dijo- y la lengua española. Como si el acento del habla de las naciones hispanoamericanas -¿es el inglés la lengua de PR?- deba ser definido por su proximidad a una determinada región de la madre patria en lugar de ser creación social propia. Una fusión de raíces, en el discurso real/ MAEC, que era presentada con olvido de la herencia africana, de la que en Puerto Rico desciende una parte destacada de su población. Ese olvido, en un hemisferio con numerosos afrodescendientes por obra y gracia de las reales cédulas de los antecesores de Su Majestad, víctimas con frecuencia de discriminación e invisibilidad, supera los despropósitos. Si hasta hubo una aristocracia poética: ¡Oh mi fino, mi melado Duque de la Mermelada!, escribió el poeta boricua Luis Pales Matos en Tuntún de pasa y grifería, reivindicación de la negritud y el antillanismo. Quizá el problema sea viajar a la Isla del encanto con un conocimiento de su cultura limitado a la versión cinematográfica de West Side Story, donde la protagonista, Natalie Wood, nacida ruso-americana, pasaba por una caribeña (María). Aun así, si hubiera estado pendiente de la letra del tema musical de la película, hubiera sido más sencillo: -La vida está bien en América, cantaba Rita Moreno. -Si eres blanco en América, era la réplica del puertorriqueño establecido desde hacía tiempo en Nueva York.

Para completar el desaguisado, con las miras puestas en el mercado, el Sr. Director del Instituto Cervantes, anterior presidente de la RAE, afirmó en su discurso de San Juan que era el primer congreso internacional que el holding panhispánico no celebraba en Hispanoamérica.

El Instituto Cervantes tiene como principal cometido promover la lengua y la cultura española en los países de habla no española. Puesto que en Puerto Rico la lengua de uso, la lengua nativa, es el español, y como por cuatro siglos la isla fue española, debemos preguntarnos qué diablos es entonces Hispanoamérica, sino una experiencia histórico-cultural de luces y sombras y su herencia común. ¿O es solo un plan de negocios? En octubre próximo se celebrará en Cartagena de Indias la XXV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado. Está dedicada a la educación. Es una buena oportunidad de alcanzar resultados prácticos. Sería oportuno que el Ministerio de Exteriores y la Casa Real dispusieran para la ocasión de especialistas medianamente educados en lengua, historia y derecho internacional, que no reduzcan la figura del Jefe del Estado a un Firefly desatado.

 

En la foto superior, Felipe VI en el Congreso Internacional de la Lengua Española en Puerto Rico

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Fuente: Bez

 

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