Una visita guiada al purgatorio PDF Imprimir E-mail
Laicismo - Crítica a la jerarquía católica
Escrito por Arturo del Villar / UCR   

   La cola del Purgatorio de Miquel Barceló

Los sectarios que siguen a los dictadores del presunto Estado Vaticano deambulan desconcertados, porque les están modificando sus creencias tradicionales. Estos dictadores son obispos de Roma, papas para sus fieles, y gozan de infalibilidad, según el Concilio Vaticano I, así que sus decisiones son indiscutibles. El actual dictador, el antiguo joven nazi Joseph Ratzinger, fue calificado de papa teólogo en el momento de su elección, para distinguirlo de sus antecesores, ignorantes y fantasiosos. Especialmente de su predecesor, el inolvidable polaco Karol Wojtyla, al que en su juventud no se le permitió ingresar en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, por falta de preparación teológica. Bien se vengó al ser elegido dictador del supuesto Estado Vaticano, porque si no era teólogo sí era rencoroso.

 

   En la audiencia general a sus fieles el día 12 de enero, Ratzinger, o Benedicto XVI, según el alias adoptado tras su elección, habló de santa Catalina de Génova, una histérica que dirigió el hospital de Pammatone y escribió un Tratado sobre el purgatorio, publicado el año de su muerte, 1510. Según el nazi arrepentido, la visionaria se sirvió del "hilo de oro" que une el corazón humano a Dios, en versión de Dionisio Areopagita, "utilizado por Catalina para expresar la acción de la luz divina sobre las almas del purgatorio, luz que las purifica y las eleva hacia los esplendores de la luz resplandeciente de Dios".

   Por lo tanto, el dictador admite que en el purgatorio hay luz, y no las llamas inconsumibles descritas por otros visionarios y reproducidas en los cuadros de pintores imaginativos. Hasta ahora, la doctrina oficial de la Iglesia catolicorromana decía que las almas recluidas en el purgatorio padecían dos clases de penas: una de privación de la visión de Dios, que les causaba un sufrimiento inconmensurable, y las de los sentidos, que les creaban otros sufrimientos terroríficos entre llamas.

   La doctrina nunca aclaró cómo es posible que las almas de los muertos, que son espíritus desprovistos de la envoltura material, pueden sufrir esas penas de los sentidos que no tienen. Esto se aplica también a las almas condenadas al fuego del infierno, que es eterno, a diferencia del temporal en el purgatorio.

   El purgatorio fue inventado en el siglo XIII, para sacar dinero a los crédulos, un trabajo en el que la Iglesia romana es maestra. Hasta el siglo XII la palabra latina purgatorius solamente se empleó como adjetivo, por ejemplo en la expresión ignis purgatorius, el fuego purificador. Después se sustantivizó, al eliminar el verdadero sustantivo por sabido, y así nació el sustantivo neutro purgatorium.

   El purgatorio no aparece jamás mencionado en la Biblia, ni en el Antiguo testamento hebreo ni en el Nuevo testamento griego. Según judíos y cristianos, la Biblia es un libro inspirado por el Espíritu de Dios a unos copistas, para que revelasen a los seres humanos cuanto necesitamos saber para conseguir agradar a Dios y salvarnos. Los judíos aceptan únicamente el Antiguo testamento, y los cristianos además el Nuevo. Tampoco en los escritos de los llamados padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos, se menciona ese lugar de purificación de las almas, previo a su traslado al cielo.

Un invento muy lucrativo

    No fue definido hasta el año 1274, en circunstancias históricas muy bien conocidas, pero que conviene recordar ahora. El papa Gregorio X era un fanático genocida, que deseaba levantar una nueva cruzada para exterminar a los mahometanos. Para conseguirlo deseaba contar con la colaboración del emperador bizantino, y además disponer de dinero en abundancia. No se olvide que hasta 1870 existieron los llamados Estados Pontificios, sobre los que gobernaba el obispo de Roma como un rey cualquiera, así que mantenía ejércitos en armas, además de una corte suntuosa.

   Gregorio X escribió el 24 de octubre de 1272 al emperador Miguel VIII Paleólogo de Constantinopla, proponiéndole la unificación de criterios en materia religiosa, para terminar con las discusiones que separaban a los teólogos griegos y latinos. En esa carta el papa se refería a las poenis purgatoriis sea catharteriis, que según él sufren las almas de los muertos como castigo por los pecados cometidos en vida, y añadía que "para aliviarse sus penas son útiles los sufragios de los fieles vivos, es decir, el sacrificio de las misas, las oraciones, las limosnas, y otras obras piadosas".

   La carta fue añadida a la constitución Cum sacrosanta del II Concilio de Lyon, promulgada el 1 de noviembre de 1274. Por eso la Iglesia romana celebra anualmente la "conmemoración de los fieles difuntos" el día 2 de noviembre.

   Según el avispado Gregorio X, las almas que están sufriendo las penas de los sentidos en el purgatorio pueden ser aliviadas con el socorro de los vivos, siempre que entreguen limosnas a los clérigos para que rueguen por ellas y ofrezcan misas para que termine pronto su suplicio, y así volar al cielo. Porque las almas vuelan.

   Otro misterio nunca revelado por los teólogos romanistas es cómo se cuenta el tiempo en la eternidad, para saber en qué instante debe salir el alma del purgatorio y pasar al cielo. Ellos mismos argumentan que en la eternidad no transcurre el tiempo, sino que solamente existe un ahora interminable. Pues si es así, ¿cómo se miden los treinta años y un día, por ejemplo, de purgatorio a los que es condenada un alma que estuvo en un cuerpo pecador? ¿Quién controla lo que no existe?

   Además, de conformidad con esa teoría, en el purgatorio tiene que haber dos localidades diferentes: una para los ricos, que van a pasar muy poco rato de eternidad allí, porque sus parientes vivos darán muchas limosnas por ellos, y otra para los pobres, que por encontrarse desprovistos de parientes vivos ricos se van a pudrir allí hasta el día del juicio final, momento en el que, según atestiguaban los teólogos romanos, desaparecerá el purgatorio, y todas las almas de los fieles difuntos entrarán a gozar del paraíso. Tal era la doctrina oficial hasta ahora.

   Puesto que la Biblia no menciona el purgatorio, los teólogos romanistas se esforzaron en buscar un apoyo para justificar su existencia, y lo encontraron en el II libro de los Macabeos. Este libro no es aceptado por los judíos en el canon del Antiguo Testamento, y tampoco por los cristianos reformados. Solamente la Iglesia romana lo tiene por inspirado, y lo ha introducido en su canon, con el calificativo de deuterocanónico. Mientras todo el Antiguo testamento está escrito en hebreo, con algunos fragmentos en arameo, este libro fue redactado en griego, como resumen de cinco libros compuestos por Jasón de Cirene.

   Pues bien, en 12:40 se narra que unos judíos muertos en combate llevaban en sus ropas ídolos, abominación por la que Dios les hizo sucumbir ante sus enemigos. Judas Macabeo ordenó orar por ellos, y explica el versículo 44: "pues si no hubiera esperado que los muertos resucitarían, superfluo y vano era orar por ellos" (versión de Nácar y Colunga editada por la Biblioteca de Autores Cristianos). Aquí tampoco se menciona el purgatorio, pero es la única apoyatura encontrada por los teólogos romanos para justificar su existencia.

 

El comercio de las indulgencias papales

 

   El purgatorio sirve para que los clérigos exijan dinero a los incautos que los siguen. Los obispos de Roma aseguran ser los vicarios de Dios en la Tierra, con poderes para perdonar todos los pecados. Están dispuestos a conseguir que almas residentes en el purgatorio salgan enseguida de allí, pero a cambio de su indulgencia reclaman una compensación económica. El mismo Jesucristo ordenó a sus discípulos que hicieran milagros gratuitamente: "gratis recibisteis, dad gratis" (Evangelio según Mateo, 10:8). Los dictadores romanos cobran por sus recomendaciones.

   Este asunto fue el que provocó la división del cristianismo en 1517. El papa León X concedió indulgencia plenaria, es decir, que perdonaba totalmente todos los pecados, a quienes compraran bulas. El dinero lo destinaba a edificar la basílica de san Pedro en Roma, uno de los edificios más fastuosos del mundo. En el Sacro Imperio Romano Germánico, lo que hoy es Alemania, fue encargado de vender las bulas un obeso fraile dominico de vida depravada, Juan Tetzel. Pertenecía a la orden a la que estuvo encomendado el sanguinario Tribunal de la Inquisición. Entre los argumentos que exponía para vender su mercancía figuraban atrocidades como que incluso un violador de la Virgen María sería perdonado si adquiría la bula; no explicaba cómo podría realizar la violación. También aseguraba que el ruido que hacía la moneda al caer en la caja de las limosnas, era la señal para que el alma por la que se aplicaba saliese del purgatorio: ¡qué oído más fino deben de tener allí!

   La avidez del papa por el dinero de los pobres infelices crédulos le llevó a decir que con sus bulas perdonaba no sólo los pecados de los muertos, sino también los que hubieran cometido o cometieran en el futuro los vivos pagadores. Los campesinos se arruinaban para conseguir bulas, para ellos y sus familiares muertos. El banquero de Augsburgo Jakob Függer, también banquero del emperador Carlos V, rey de España como Carlos I, concedió un anticipo a cuenta de la suma total previsiblemente recaudada, con su interés correspondiente, claro está.

   Contra este comercio infame se levantó un fraile agustino, Martín Lutero, que expuso en 95 sentencias otros tantos rechazos a la doctrina de las indulgencias papales. Entre otros argumentos exponía que si el papa tiene realmente el poder de sacar del purgatorio a las almas, y es un padre amantísimo de los cristianos, debía usar su influencia para vaciar ese lugar, en vez de beneficiar sólo a los ricos.

   El Imperio Germánico primero y casi toda Europa después aceptaron las tesis de Lutero y rechazaron las papistas, y así se impulsó la Reforma de la Iglesia, salvo en los países sometidos a la dictadura papal, Italia y España principalmente. El dominico Tetzel era apedreado en todas las poblaciones, por lo que se retiró a un convento en Leipzig, en el que murió en 1519, cubierto de oprobio y desprecio.

   El Concilio de Trento en su 25ª sesión, el 4 de diciembre de 1563, confirmó la existencia del purgatorio como lugar de expiación de las almas, y declaró anatema al que lo niegue. ¿Qué pensará hacer Ratzinger? No se olvide que los concilios tienen más autoridad que los papas, puesto que los han nombrado y depuesto a lo largo de la historia. ¿Y cuándo dejarán de mantener a esta institución falaz y sanguinaria los crédulos ignorantes de todo el mundo, incluidos los presuntos socialistas españoles?

------------------

Arturo del Villar es Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio