El punto medio: la única salida posible para el desastre del Brexit Imprimir
Imperio - Unión Europea
Escrito por Owen Jones   
Domingo, 17 de Marzo de 2019 05:30

El Brexit es un acertijo que solo se resolverá buscando un punto intermedio. No en vano, una pequeña mayoría fue la que otorgó la victoria a los que votaron por dejar la Unión Europea. Desde aquel referéndum de 2016, el tejido democrático y social del Reino Unido se ha visto profundamente alterado. Ninguna persona digna de crédito considera que se puede lograr una ruptura dura con la Unión Europea sin sufrir importantes perjuicios económicos.

Lo lógico sería buscar un término medio que unifique al país cuanto sea posible, que minimice el daño económico y que cambie la conversación para empezar a hablar de las "injusticias acuciantes" que han desfigurado a la sociedad británica, en palabras de Theresa May (una de las personas que contribuyó a agrandar esas injusticias). El problema es que las dos partes han torpedeado, a propósito, la posibilidad de hacer las concesiones necesarias para un acuerdo.

El papel de la derecha británica y sus aliados de los medios de comunicación ha sido clave. Los medios conservadores y la jerarquía tory (David Cameron, también) se pasaron años demonizando a los inmigrantes. Eran el chivo expiatorio de males sociales causados por los poderosos, como el estancamiento de los salarios o la crisis de la vivienda. La ideológica austeridad de George Osborne fracasó como proyecto.

La campaña de los conservadores a favor del Brexit combinaba promesas imposibles con ataques hacia los inmigrantes absolutamente inaceptables. Cuando quedó en evidencia que sus promesas eran irrealizables, recurrieron a dos mensajes: el de la traición (la gloriosa revolución del Brexit ha sido interrumpida por una conspiradora élite política), y el de la debilidad y la incapacidad de enfrentarse a la UE. La prensa tory se dedicó a amplificar el mantra que May repetía de forma robótica ("no tener acuerdo es mejor que un mal acuerdo"), así como sus demagógicas y, al fin vacías, diatribas contra la UE. ¿De qué sirvió? Una gran parte de los votantes están hoy más enfadados y desencantados que nunca, y más de un tercio de los británicos apoya una pesadilla autoinfligida: una salida sin acuerdo.

Pero miren también lo que pasa al otro lado: la campaña por la Unión Europea sigue sin saber ganarse a los partidarios del Brexit y es que, con honrosas excepciones, no lo han intentado seriamente. De forma consciente o no, en ocasiones han pintado a los 'Brexiters' como una masa de tontos ignorantes, fanáticos de escasa formación. Lo que sí han logrado es enfurecer aún más a los partidarios de quedarse en la UE, al centrar el debate en la falta de legitimidad del referéndum (y no en las crisis sociales que lo provocaron), culpando una y otra vez al gobierno de Rusia, ese titiritero que al parecer mueve los hilos en todos los fenómenos políticos indeseables.

Los manejos del empresario Arron Banks [investigado por fraude de campaña] han demostrado la necesidad de una reforma a la ley de campañas políticas, pero el caso se ha usado para sugerir que el resultado del referéndum de 2016 es nulo y no debería tener efecto. Todos los Brexits posibles, por suaves que sean, son presentados por los defensores de la permanencia como la ruina económica y el primer paso de la austeridad masiva. Con ese argumento se asume la austeridad como una necesidad económica antes que opción política. El problema es que así aligeran la responsabilidad de los conservadores que apliquen recortes en una Gran Bretaña post Brexit.

Para un partidario de quedarse en la UE como yo, ningún Brexit es bueno. Pero eso no quita que vea el abismo gigantesco que hay entre un Brexit suave, económicamente manejable, y el shock económico de un Brexit sin acuerdo.

En el relato del ala dura de los defensores de la UE también hay traidores. El Partido Laborista, dicen, comparte la responsabilidad de esta caída en picado del país (por más que solo tenga el 38% de los escaños). Por supuesto que hay que criticar a los laboristas, especialmente por su traición al argumento a favor de la inmigración (no es que los altos cargos del laborismo consideren que terminar con la libertad de movimientos sea algo bueno, pero han terminado por resignarse). Pero decir que el Partido Laborista no ha resistido es una mentira malvada. La oposición ha sido consistente en el voto contra los programas de Brexit propuestos por los conservadores (entre ellos, el de la enmienda con opción de referéndum). Cuando el laborismo no ha conseguido tumbarlos ha sido porque los llamados rebeldes tories, Anna Soubry entre ellos, se negaron a acompañarles con su voto.

Lo que pasa es que el Laborismo votó a favor del Artículo 50, dicen. Es cierto, pero una gran mayoría de los diputados consideraba que tenía que hacerlo para aceptar el resultado del referéndum. "Oponerse a la decisión del país sería profundizar las divisiones en el laborismo y en el país", escribió en ese momento un diputado laborista. ¿Saben quién? Chuka Umunna [que ahora ha abandonado el partido para pasar a formar parte del Grupo Independiente, el cual defiende un segundo referéndum]. Y es que si bien hay muchos diputados laboristas dedicados a la causa, para algunos se ha convertido en una forma de derrotar a unos líderes que desprecian, algo que solo pueden lograr avivando la rabia de los partidarios de la Unión Europea.

Así es como han crecido hasta niveles inéditos el enfado y la determinación de los partidarios por irse y de los que prefieren quedarse. El único resultado posible de unos es detener el Brexit. El de los otros, un Brexit sin acuerdo. Son las voces más fuertes en los dos bandos, donde los disidentes son percibidos como traidores o como idiotas útiles para los rivales.

El Partido Laborista no ha sabido comunicar bien algunas de sus propuestas, con sus diputados haciendo equilibrios sobre una cuerda cada vez más tensa. Pero la polarización entre los que quieren quedarse y los partidarios de irse ha socavado terriblemente el intento del laborismo de llegar a un punto medio de encuentro entre las partes.

A los que acusan al Partido Laborista de no hacer oposición, lo que de verdad les molesta es que el laborismo no dé marcha atrás con el resultado del referéndum. Como si fuera posible ignorar que una mayoría de los diputados se opondría a un nuevo referéndum, cuente o no con el respaldo de la dirección laborista. O ignorar que una mayoría de votantes desaprobó que el laborismo pida un nuevo referéndum. O ignorar que las encuestas del laborismo hayan caído en favor de Ukip y del Partido Conservador desde que se comprometió a eso mismo. Qué demonios, habría que ignorar por completo toda la realidad política.

Puede parecer desconcertante que una persona de izquierdas como yo esté predicando las virtudes del término medio. Pero todos tenemos nuestras líneas rojas en política, más allá de las cuales estamos dispuestos a hacer concesiones.

Por supuesto que podemos seguir alimentando la rabia de los que quieren quedarse y la de los que quieren irse a partes iguales. Claro que podemos avivar aún más las llamas de la guerra cultural y seguir distrayendo una atención que debería estar sobre "injusticias acuciantes" como el estancamiento del nivel de vida, la escasez de viviendas asequibles y la lucha por los servicios públicos.

Pero también podríamos pedir al 52% y al 48% del referéndum de 2016 que hagan concesiones y acabar por fin con unas divisiones falsas y cada vez más irreconciliables por nuestra relación con un bloque comercial. May podría aceptar un acuerdo con el laborismo, pero eso pondría en riesgo la ruptura de su partido y eso, para ella, prima sobre el futuro de la nación.

Por razones cínicas y contraproducentes, las posibilidades de llegar a un término medio han sido terriblemente debilitadas en los dos bandos. No hay duda de que sigue siendo la mejor esperanza para sacar a Gran Bretaña del abismo.

Traducido por Francisco de Zárate

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Fuente: El Diario