Perfumes (fúnebres) de Arabia Imprimir
Imperio - Palestina, Israel y Mundo árabe
Escrito por Higinio Polo /UCR   
Jueves, 18 de Octubre de 2018 00:00

Rupert Colville, portavoz del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, ha anunciado en nombre de Michelle Bachelet que, en su opinión, la inmunidad de los funcionarios de sedes consulares y la inviolabilidad de las residencias diplomáticas, que fueron reguladas por la Convención de Viena de 1963, debe ser eliminada en el caso del consulado turco de Estambul. El portavoz de Bachelet hacía públicas esas palabras a la vista de la conmoción mundial por el presunto asesinato del periodista del Washington Post, Yamal Jashogi, en ese consulado árabe en Turquía, convertido por orden de Mohámed bin Salmán en una siniestra cárcel y cámara de torturas.



La declaración de la ONU es, sin duda, un paso en la buena dirección, aunque la comunidad internacional debería ir más lejos, porque los hechos son de suma gravedad y Arabia se comporta desde hace mucho tiempo como un Estado delincuente, a semejanza de Israel o de los propios Estados Unidos. Ahora, con la posibilidad de que Arabia cambie su versión inicial sobre el presunto asesinato de Jashogi, Riad haría un implícito e involuntario reconocimiento de su recurso a la tortura, lo que implica mostrar ante el mundo su desprecio por el derecho internacional y por la propia Carta de la ONU, que prohíbe explícitamente el uso de la tortura y el secuestro en sedes diplomáticas. No es su único problema: además, Arabia apoya a grupos terroristas en Siria y otros países de Oriente Medio; interviene militarmente en la región, como en Bahréin o en Yemen; y bombardea con frecuencia a la población civil yemenita, causando frecuentes asesinatos masivos, sin olvidar su constante recurso a la represión contra sus propios ciudadanos.

Aunque es indudable que la declaración de Bachelet es relevante, hay que preguntarse si la ONU se atreverá a ir más lejos, o si Estados Unidos utilizará sus recursos en el Consejo de Seguridad para defender a su aliado, convirtiéndose en cómplice de un ignominioso asesinato. Por su parte, ¿impondrá la Unión Europea sanciones contra Arabia, como se ha apresurado a hacer en otras ocasiones con otros gobiernos? ¿Mostrará la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, la indignación que exhibe con otros países? ¿Será Estados Unidos tan severo con Arabia como con los gobiernos que no son de su agrado?

Según las informaciones disponibles, Turquía dispone de pruebas del asesinato de Jashogi, y es una evidencia que el periodista árabe ha desaparecido. Hasta ahora se han barajado tres hipótesis sobre su destino: primero, la posibilidad de que fuese secuestrado por los servicios secretos saudíes y trasladado a Riad, pero no hay duda de que, en ese caso, el gobierno saudita habría ofrecido pruebas de que se encontraba con vida, para acallar las críticas internacionales. Segundo, que Jashogi fue asesinado y descuartizado, y sus restos sacados en maletas desde el consulado de Estambul. Tercero, que el periodista fue asesinado y su cadáver disuelto en ácido. Todas las hipótesis son tenebrosas.

De lo que no hay duda es de que Arabia, primero, mintió: sus portavoces afirmaron que el periodista había salido por su propio pie de la sede diplomática, aunque, ahora, según fuentes de la CNN, el gobierno de Riad considera la posibilidad de admitir que Jashogi murió en el curso de un interrogatorio en el consulado (lo que implica admitir la tortura, aunque los sauditas no citen ese extremo) como expediente para exculpar al príncipe heredero Mohámed bin Salmán (de quien dependen los servicios secretos) y por el procedimiento de afirmar que esos servicios “actuaron sin autorización”, algo completamente inverosímil en un régimen feroz y sumamente centralista como Arabia.

Arabia no tiene ninguna credibilidad, y un asesinato de esa gravedad, en una sede diplomática, debe encender las alarmas de la diplomacia mundial y hacer que la comunidad internacional actúe con contundencia, por mucho que el mendaz presidente norteamericano haya llegado a elaborar una increíble teoría de que la desaparición de Jashogi habría sido protagonizada por “asesinos solitarios”. Turquía, convertida en escenario de la crisis, no tiene intención de sufrir daños por hechos en los que no tiene responsabilidad, y juega sus cartas ante Riad, Washington y Teherán, aunque mantiene lazos, que no quiere romper, en su inquietante triángulo de intereses con Israel y Arabia, pese a sus diferencias con el gobierno saudita por su ayuda a Qatar para romper el bloqueo de Arabia. Los asuntos que preocupan al gobierno turco son la cuestión kurda, el desenlace de la guerra en Siria, las diferencias entre Armenia y Azerbeiján, y la situación en Iraq, sin que ello le impida lanzar algunos guiños a Teherán, más allá de la crisis catarí. Por su parte, Arabia, cazada en su propio laberinto de torturas y mentiras, intenta salvar la responsabilidad de su gobierno y de Mohámed bin Salmán, abandonando a su suerte a algunos de los sicarios que envió para perpetrar el asesinato de Jashogi, mientras espera que pase el vendaval, como ocurrió con la última matanza de civiles causada por sus bombardeos en el Yemen. A su vez, Estados Unidos, temeroso de encontrarse con nuevas dificultades en Oriente Medio, metaboliza su retroceso en Siria, y envía a Mike Pompeo a Riad y Ankara para limitar los daños entre aliados, mientras todo Washington y el mentiroso Trump aspiran los reiterados perfumes fúnebres que llegan de Arabia.