Entrevista a Fidel Castro tras cuatro años de enfermedad. PDF Imprimir E-mail
Imperio - Latinoamérica
Escrito por Carmen LIRA “La Jornada”   
Sábado, 04 de Septiembre de 2010 09:52

Fidel Castro

«Llegué a estar muerto, pero he resucitado». Fidel Castro Ruz (Birán, Holguín, 1926) es, sin duda, uno de los personajes más relevantes del siglo XX y el artífice de la liberación del pueblo cubano. Una grave enfermedad le ha mantenido apartado de la vida pública durante cuatro largos años, pero ha vuelto cargado de fuerza, tal y como se aprecia en esta entrevista ofrecida a la directora del diario mexicano “La Jornada”, Carmen Lira Saade, y que se ha publicado esta semana en una serie de dos capítulos.

 

 Estuvo cuatro años debatiéndose entre la vida y la muerte. En un entrar y salir del quirófano, entubado, recibiendo alimentos a través de venas y catéteres y con pérdidas frecuentes del conocimiento...

«Mi enfermedad no es ningún secreto de Estado», habría dicho poco antes de que ésta hiciera crisis y lo obligara «a hacer lo que tenía que hacer»: delegar sus funciones como presidente del Consejo de Estado y como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Cuba.

«No puedo seguir más», admitió entonces -según revela en ésta su primera entrevista con un medio impreso extranjero desde entonces-. Hizo el traspaso del mando, y se entregó a los médicos.

La conmoción sacudió a la nación entera, a los amigos de otras partes; hizo abrigar esperanzas revanchistas a sus detractores, y puso en alerta al poderoso vecino del Norte. Era el 31 de julio de 2006 cuando se dio a conocer, de manera oficial, la carta de renuncia del máximo líder de la Revolución cubana.

Lo que no consiguió en 50 años su enemigo más feroz (bloqueos, guerras, atentados) lo hizo una enfermedad sobre la que nada se sabía y se especulaba todo. Una enfermedad que al régimen, lo aceptara o no, iba a convertírsele en secreto de Estado.

Hace algo más de 40 días, reapareció en público de manera definitiva, al menos sin peligro aparente de recaída. En un clima distendido y cuando todo hace pensar que la tormenta ha pasado, el hombre más importante de la Revolución cubana luce rozagante y vital, aunque no domine del todo los movimientos de sus piernas.

Crisis de salud

Durante las cinco horas que dura la entrevista, Fidel aborda los más diversos temas, aunque se obsesione con algunos en particular. Permite que se le pregunte de todo -aunque quien más interrogue sea él- y repasa por primera vez, con dolorosa franqueza, algunos momentos de la crisis de salud que sufrió los últimos cuatro años.

«Llegué a estar muerto», revela con una tranquilidad pasmosa. No menciona por su nombre la divertículis que padeció ni se refiere a las hemorragias que llevaron a su equipo médico a intervenirlo en varias o muchas ocasiones, con riesgo de perder la vida en cada una de ellas.

Pero en lo que sí se explaya es en el relato del sufrimiento vivido, y no muestra inhibición en calificar esta dolorosa etapa como un «calvario».

«Yo ya no aspiraba a vivir, ni mucho menos... Me pregunté varias veces si esa gente [sus médicos] iba a dejarme vivir en esas condiciones o me iba a permitir morir... Luego sobreviví, pero en muy malas condiciones físicas. Llegué a pesar cincuenta y pico kilogramos». «Sesenta y seis kilogramos», precisa Dalia, su inseparable compañera que asiste a la charla. Sólo ella, dos de sus médicos y otros dos de sus más cercanos colaboradores están presentes.

-Imagínate: un tipo de mi estatura pesando 66 kilos. Hoy alcanzo ya entre 85 y 86 kilos, y esta mañana logré dar 600 pasos solo, sin bastón, sin ayuda.

«Estás ante una especie de resucitado», subraya con orgullo. Sabe que además del equipo médico que lo asistió, con el que se puso a prueba la calidad de la medicina cubana, ha contado su voluntad y esa disciplina de acero que se impone siempre que se empeña en algo.

Conoce muy bien las razones de sus accidentes y caídas, aunque insiste en que no necesariamente unas llevan a las otras. «La primera vez fue porque no hice el calentamiento debido, antes de jugar basketball». Luego vino lo de Santa Clara: Fidel bajaba de la estatua del Che, donde había presidido un homenaje, y cayó de cabeza. «Ahí influyó que los que lo cuidan a uno también se van poniendo viejos, pierden facultades y no se ocuparon», aclara.

Sigue la caída de Holguín, también cuan grande es. Todos estos accidentes antes de que la otra enfermedad hiciera crisis y lo dejara por largo tiempo en el hospital.

«Tendido en aquella cama, sólo miraba a mi alrededor, ignorante de todos esos aparatos. No sabía cuánto tiempo iba a durar ese tormento y de lo único que tenía esperanza es de que se parara el mundo», seguro para no perderse de nada. «Pero resucité», dice ufano.

-Y cuando resucitó, comandante, ¿con qué se encontró? -le pregunto.

-Con un mundo como de locos... Un mundo que aparece todos los días en la televisión, en los periódicos, y que no hay quien entienda, pero el que no me hubiera querido perder por nada del mundo -sonríe.

Con una energía sorprendente en un ser humano que viene levantándose de la tumba -como él dice- y con la mismísima curiosidad intelectual de antes, Fidel Castro se pone al día.

Dicen, quienes lo conocen, que no hay un proyecto, colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con pasión encarnizada y que en especial lo hace si tiene que enfrentarse a la adversidad, como había sido y era el caso.

Su tarea de acumulación informativa comienza desde que despierta. A una velocidad de lectura que nadie sabe con qué método consigue, devora libros; lee entre 200 y 300 teletipos informativos por día; está al corriente de las nuevas tecnologías; se fascina con Wikileaks, «la garganta profunda de internet», famosa por la filtración de más de 90.000 documentos sobre Afganistán, en los que este nuevo navegante está trabajando.

-¿Te das cuenta, compañera, de lo que esto significa? -me dice-. Internet ha puesto en manos de nosotros la posibilidad de comunicarnos con el mundo -comenta, mientras se deleita seleccionando textos bajados de la red, que tiene sobre el escritorio: un pequeño mueble, demasiado pequeño para la talla (aun disminuida por la enfermedad) de su ocupante.

Antiestadounidense

-Muchas veces se ha señalado a Cuba, y en particular a usted, de mantener una posición antiestadounidense, y hasta han llegado a acusarlo de guardar odio hacia esa nación -le digo.

-Nada de eso -aclara-. ¿Por qué odiar a Estados Unidos, si es sólo un producto de la Historia?

Pero, en efecto: hace apenas como 40 días, cuando todavía no había terminado de resucitar, se ocupó -para variar-, en sus nuevas Reflexiones, de su poderoso vecino.

«Empecé a ver bien clarito los problemas de la tiranía mundial creciente...» -y se le presentó, a la luz de toda la información que manejaba, la inminencia de un ataque nuclear.

«Todavía no podía salir a hablar, a hacer lo que está haciendo ahora», indica. Apenas podía escribir con fluidez, pues no sólo tuvo que aprender a caminar, sino también, a sus 84 años, debió volver a aprender a escribir.

«Salí del hospital, fui para la casa, pero caminé, me excedí. Luego tuve que hacer rehabilitación de los pies. Para entonces ya lograba comenzar de nuevo a escribir».

«El salto cualitativo se dio cuando pude dominar todos los elementos que me permitían hacer posible todo lo que estoy haciendo ahora. Pero puedo y debo mejorar... Puedo llegar a caminar bien. Hoy, ya te dije, caminé 600 pasos solo, sin bastón, y esto lo debo conciliar con lo que subo y bajo, con las horas que duermo, con el trabajo».

-¿Qué hay detrás de este frenesí en el trabajo, que más que a una rehabilitación puede conducirlo a una recaída?

Fidel se concentra, cierra los ojos como para empezar un sueño, pero no... vuelve a la carga:

«No quiero estar ausente en estos días. El mundo está en la fase más interesante y peligrosa de su existencia y yo estoy comprometido con lo que vaya a pasar. Tengo cosas que hacer todavía».

«Soy el responsable de la persecución a los homosexuales que se dio en Cuba»
Aunque no hay nada que denote en él malestar alguno, creo que a Fidel no le va a gustar lo que voy a decirle:

–Comandante, todo el encanto de la Revolución, el reconocimiento, los logros del pueblo frente al bloqueo... Todo se fue al traste por causa de la persecución a homosexuales en Cuba.

Fidel no rehuye el tema. Ni niega ni rechaza la aseveración. Sólo pide tiempo para recordar, dice, cómo se desató el prejuicio en las filas revolucionarias.

Hace cinco décadas, se marginó a los homosexuales en Cuba y a muchos se les envió a campos de trabajo, acusándolos de contrarrevolucionarios.

–Sí –recuerda–, fueron momentos de una gran injusticia, ¡una gran injusticia! –repite enfático–, la haya hecho quien sea. Si la hicimos nosotros, nosotros… Trato de delimitar mi responsabilidad porque yo no tengo ese tipo de prejuicios.

Se sabe que entre sus mejores y más antiguos amigos hay homosexuales.
–Pero, entonces, ¿cómo se conformó ese odio al diferente?

Él piensa que todo se fue produciendo como una reacción espontánea en las filas revolucionarias, que venía de las tradiciones. En la Cuba anterior no sólo se discriminaba a los negros: también se discriminaba a las mujeres y, desde luego, a los homosexuales…

–¿Quién fue el responsable, directo o indirecto, de que no se pusiera un alto a lo que estaba sucediendo en la sociedad cubana? ¿El Partido? Porque ésta es la hora en que el PCC no explicita en sus estatutos la prohibición a discriminar por orientación sexual.

–No –dice Fidel–. Si alguien es responsable, soy yo…

«Es cierto que en esos momentos no me podía ocupar de ese asunto… Me encontraba inmerso, principalmente, de la guerra, de las cuestiones políticas…».

–Pero esto se convirtió en un serio y grave problema político, comandante.

–Comprendo, comprendo... Nosotros no lo supimos valorar... sabotajes sistemáticos, ataques armados, se sucedían todo el tiempo: teníamos tantos y tan terribles problemas, problemas de vida o muerte, ¿sabes?, que no le prestamos suficiente atención.

–Después, se hizo muy difícil la defensa de la Revolución en el exterior…

–Comprendo –repite–: era justo...
Sólo lamenta no haber rectificado entonces.