Chile después del referéndum: entre la crisis política y la llegada de un comunista al poder PDF Imprimir E-mail
Imperio - Latinoamérica
Escrito por Jaime Bordel Gil / Daniel Vicente Guisado   
Martes, 27 de Octubre de 2020 19:29

De la composición del órgano constituyente dependerá el contenido de la futura carta magna. Ahora, el objetivo de la derecha es tener la fuerza suficiente para lograr la capacidad de veto y de redactar una nueva constitución lo más inmovilista posible.

 El resultado del plebiscito de este domingo en Chile no dejó duda alguna: la ciudadanía chilena optó por la redacción de una nueva Constitución y escogió la Convención Constitucional como órgano para dicho fin. Desde hacía meses, las encuestas ya auguraban el triunfo de ambas opciones, aunque el apoyo a la Convención ha sido superior al esperado. Así, Chile hará historia convirtiéndose en el primer país del mundo en redactar una constitución con un órgano completamente paritario.

La victoria del “Apruebo” apenas arrojaba dudas, sin embargo, la participación ha sido durante semanas el mayor quebradero de cabeza para los partidos que han hecho campaña por la nueva constitución. Desde el ala más dura de la derecha se insistía en la ilegitimidad del plebiscito si la participación era demasiado baja, lo que sumado a la crisis sanitaria, que también incitaba a la desmovilización de los más mayores, ha hecho que los resultados hayan sido recibidos con enorme alegría por las fuerzas opositoras. Un dato de participación absoluto histórico, con más de siete millones y medio de votantes –hay que remontarse a las elecciones de 1993 para encontrar una afluencia similar– pero que porcentualmente apenas ha superado el 50% del censo. Aquí, las estimaciones que anticipaban un récord histórico fallaron, y las cifras no se acercaron a la horquilla entre 8,1 y 9,3 millones que vaticinaban algunos sondeos. Unos datos, que a priori podrían levantar críticas e intentos de deslegitimación, pero que visto el ambiente general y la repercusión internacional del referéndum, seguramente lleven a la derecha –exceptuando a nostálgicos pinochetistas– a cambiar de estrategia de cara a futuro.

“Hoy la voz de todos los ciudadanos se ha escuchado con la misma fuerza, hoy ha triunfado la ciudadanía y la democracia, hoy ha prevalecido la unidad sobre la división, y la paz sobre la violencia. Esto es un triunfo de todos los chilenos y chilenas que amamos la democracia, la unidad y la paz”. Estas palabras, que por su contenido podrían ser las de cualquier integrante de la campaña del “Apruebo”, fueron pronunciadas ayer por el presidente Sebastián Piñera. Con una performance perfectamente medida enfrente del Palacio de La Moneda, el mandatario se dirigió anoche a todos los chilenos cuando los resultados eran ya un clamor. Casi un 80% de apoyos para el “Apruebo” y la Convención Constitucional que dejan muy tocados a quienes capitanearon la campaña por el “Rechazo”. Piñera, que se mantuvo de perfil durante toda la campaña y no llegó a desvelar su voto, ayer se apuntó al carro del “Apruebo” y de la fecha histórica; recalcó el éxito que supone la paridad del futuro órgano constituyente e hizo referencia en varias ocasiones a la tradición republicana de Chile, así como al triunfo del diálogo y la democracia.

Sin embargo, en este carro no entran todos, y anoche circularon en prime time algunos de los más firmes defensores del “Rechazo” que reconocieron la derrota sin ambages. Por su parte, la presidenta de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Jacqueline Van Rysselberghe, trató de evitar reconocer los daños y apeló a ese 22% de votantes del “Rechazo”, a los cuales la UDI aspira a representar. Es evidente que las aspiraciones del partido integrante de la coalición gobernante, van más allá de un 20%, algo que ya apuntó Van Rysselberghe, que señaló que darán batalla en las próximas citas electorales y que tratarán de ser la voz de quienes no quieren “partir de cero”.

Una máxima que parece tener opciones de convertirse en la nueva consigna de la formación, que además tendrá que tratar de reconciliar a sus facciones enfrentadas los últimos meses por las posturas respecto al plebiscito. La reconversión del rechazo absoluto al plebiscito, a la competición por asientos en el órgano constituyente puede ser difícil de digerir para la población, y en la UDI, los disidentes que apostaron por el “Apruebo”, pueden ser más útiles que nunca de cara a unas elecciones a la Convención Constitucional que marcarán el signo de la nueva constitución.

Objetivo: Poder de veto

El primer encuentro con las urnas ha supuesto un jarro de agua fría para buena parte de la derecha chilena, aunque como se dice popularmente, se ha perdido una batalla, pero no la guerra. Las palabras de Van Rysselberghe lo muestran a la perfección, y la presidenta de la UDI quitó hierro a la derrota y señaló que comenzarán a trabajar para poder defender sus ideas desde la asamblea constituyente. A pesar de la contundencia de los resultados, aún queda mucho camino por recorrer.

No debemos olvidar que El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, que fija los plazos y las reglas del plebiscito, impone un quórum de dos tercios para aprobar las normas y el reglamento que rija la cámara. Una cifra muy elevada, y que podría dar a las fuerzas inmovilistas la capacidad de frenar cualquier cambio sustancial en el texto. Quienes apostaron por el “Rechazo”, son conscientes de ello, y saben que aún está todo por decidir. De la composición del órgano constituyente dependerá el contenido de la futura carta magna, por lo que el objetivo una vez perdido el primer envite es tener la fuerza suficiente para tener capacidad de veto y tratar de redactar una nueva constitución lo más inmovilista posible.

A pesar de las palabras bonitas de estos días, la derecha chilena no tiene ni ha tenido nunca interés en cambiar la constitución de Pinochet. Ya se vio con el Acuerdo para la Nueva Constitución, donde consiguieron imponer el quórum de dos tercios, uno de los “cerrojos” de la constitución de 1980 que la hacían irreformable. La huella de Pinochet no es tan fácil de borrar, y después de los dos tercios, ahora, el sector duro de la derecha pretende de cara a la redacción del texto “cambiar sin partir de cero”, según Van Rysselberghe. En otras palabras, conservar todo lo que se pueda del legado de la constitución que ha regido Chile desde la dictadura.

Una constitución para una crisis política

El plebiscito ha puesto de relieve los profundos surcos sociales e ideológicos del país andino, con la capital como ejemplo paradigmático. En Santiago, únicamente en Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea ha vencido el “Rechazo” y la Convención Mixta –50% de constituyentes nuevos y 50% ya electos en las actuales instituciones–. Tres comunas de ingresos elevados y feudos tradicionales de la derecha. Para que nos hagamos una idea, en Las Condes el ingreso medio por habitante es de 900.000 pesos, mientras que, en Puente Alto, al sur de la capital y donde el “Apruebo” ha vencido con el 88%, es de 136.000, casi ocho veces menos. Una fotografía que nos muestra que el Rechazo únicamente ha sido mayoritario entre aquellos sectores que ven peligrar sus privilegios con el proceso constituyente.

A pesar del rechazo de ciertas élites, el referéndum era una necesidad imperiosa, fruto de una crisis sin precedentes; un hecho que paulatinamente toda la clase política ha sabido ver en mayor o menor medida. Las protestas que comenzaron hace justo un año en Chile fueron el catalizador de esta crisis social, política e institucional. En tan solo seis años el porcentaje de población que consideraba que la democracia funcionaba mal o muy mal se triplicó –del 17% en 2013 al 47% en 2019–, y en solo dos años la confianza en todas las instituciones cayó en picado, con solo un 2% de personas que confían en los partidos políticos, un 3% en el Congreso, un 5% en el Gobierno o un 8% en los tribunales de justicia, con los cuerpos de seguridad como los órganos que más han empeorado en los últimos años.

La abismal crisis política, unida a las desigualdades estructurales que atravesaban el país fruto de décadas de neoliberalismo, han traído consigo una enorme ventana de oportunidad que rápidamente han tratado de aprovechar las organizaciones y partidos de izquierdas para vincular la nueva Constitución con sus demandas. Algo que despertó los nervios de buena parte del establishment chileno con los partidos conservadores a la cabeza. Algunos optaron por rechazar cualquier medida que oliera a progreso, pero otros fueron un poco más allá. La cuestión ya no era defender la Constitución heredada por Pinochet, sino disputar el sentido de una inevitable nueva Constitución. Un ejemplo de esto último es que buena parte de los políticos de la derecha han abogado por el “Apruebo” desde el primer momento, tratando de disputarle este sentido a la izquierda.

A pesar de ello, la encuesta post-electoral de CADEM confirma el nítido matiz progresista que contiene la opción por el “apruebo”. Entre aquellos que votaron a favor de la nueva Carta Magna, el 69% lo hace para garantizar derechos sociales como la educación, la sanidad y las pensiones. El 36% para acabar con la Constitución de Pinochet, el 23% para mejorar los sueldos y la calidad de vida, y el 18% para cambiar el modelo neoliberal. Lo mismo ocurre con el plano ideológico. Del total de los auto-ubicados en la derecha, solo el 32% votó a favor de la nueva Constitución. Y el 44% entre aquellos que votaron por Piñera, actual Presidente de Chile, en 2017.

Un presidente… ¿comunista?

Este sentido constitucional lleva meses percibiéndose en las encuestas que se van publicando de cara a las presidenciales del año que viene, en las que Daniel Jadue, candidato por el Partido Comunista de Chile, está entre las primeras posiciones. Jadue es una rara avis entre sus homólogos en la región y en Europa. Utiliza la etiqueta comunista sin pudor, reivindica la gestión municipal –es alcalde de Recoleta– como herramienta para mejorar la vida y no se le caen los anillos a la hora de criticar las los gobiernos progresistas en América Latina por “caudillistas” y por no ser contundentes contra la corrupción.

El alcalde se ha convertido en una de las figuras políticas mejor valoradas de la política chilena. Un hombre del pueblo, con vocación de servicio público, y que saltó a la fama gracias a su capacidad de poner medidas municipales en la agenda nacional. A través de las farmacias populares, las ópticas populares, una librería municipal o la universidad abierta de Recoleta, Jadue y su equipo mejoraron la vida de los vecinos a la par que desnudaban las carencias de un orden político, social y económico, incapaz de atender las necesidades de sus ciudadanos.

A pesar de su creciente popularidad, el alcalde comunista de origen palestino tiene un serio competidor en las encuestas, Joaquín Lavín. Lavín, alcalde de Las Condes y militante de la UDI, no es ningún outsider y ya se presentó incluso como candidato presidencial. Sin embargo, en los últimos tiempos, este viejo político ha sabido leer a la perfección los vientos que venían con el plebiscito. De los primeros en desmarcarse del rechazo, Lavín sabe que sin reformas sociales, es muy probable que la derecha acabe condenada a la marginalidad, como ya vio este domingo en las urnas. Hace menos de un mes se definió en antena como socialdemócrata y ésta va a ser probablemente una de sus banderas si se decide a emprender la carrera presidencial: Chile debe dejar de ser Chicago y tiene que parecerse a un estado de bienestar europeo.

Con un país en plena efervescencia social, quien quiera gobernar tendrá que ofrecer algo nuevo, y a día de hoy, Lavín parece ser quien tiene más claro este proyecto de presentarse como garante de un cambio sin extremismos. Su estrategia radica en enfriar la coyuntura, superar a la izquierda por el centro y actuar de cortafuegos para el movimiento popular chileno y su expresión en las urnas, que en este caso sería Jadue. En una situación polarizada las opciones radicales cobran vida, pero en una competición centrífuga estas se ahogan rápidamente. Lavín lo sabe.

Ya ha terminado el plebiscito, y ahora comienza un proceso constituyente que abarcará lo que resta de año y todo el año 2021. Entre abril y mayo del 2021 tendrán lugar las elecciones municipales, regionales y constituyentes. Estas últimas con nueve meses de plazo, ampliable a un año para redactar la nueva Constitución. En julio se iniciará oficialmente la carrera presidencial con las primarias, continuará con las legislativas y la primera vuelta en noviembre, y terminará con una segunda vuelta presidencial que dejará un nuevo presidente antes de que termine 2021. Si en Europa nos acercamos a un otoño caliente, Chile se prepara para un año sísmico.

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FUENTE: CTXT