Diez principios del poder aéreo que no aprendí en la Fuerza Aérea PDF Imprimir E-mail
Imperio - Las Guerras USA
Escrito por William Astore   
Martes, 11 de Junio de 2019 04:10

El culto estadounidense a los bombardeos y guerras interminables

De Siria al Yemen en Oriente Medio, de Libia a Somalia en África, de Afganistán a Pakistán en el sur de Asia, una cortina aérea estadounidense no cesa de precipitarse sobre una inmensa franja del planeta. Su propósito declarado: combatir el terrorismo. Su método principal: vigilancia y bombardeos constantes; y más y más bombardeos. Su beneficio político: minimizar el número de “botas estadounidenses sobre el terreno” y, por tanto, de bajas estadounidenses en la interminable guerra contra el terrorismo, así como cualquier protesta pública frente a los numerosos conflictos de Washington.

Su beneficio económico: un montón de negocios muy lucrativos para los fabricantes de armas , para quienes el presidente puede declarar ahora y siempre que lo desee una emergencia de seguridad nacional, y así vender sus aviones de guerra y municiones a las dictaduras preferidas en Oriente Medio (sin necesitar de la aprobación del Congreso). Su realidad para varios pueblos extranjeros: una dieta constante de bombas y misiles “ Made in USA ” que explotan aquí, allá y en todas partes.

 Piensen en todo esto como un culto al bombardeo a escala global. Las guerras de Estados Unidos se libran cada vez más desde el aire, no sobre el terreno, una realidad que hace que la perspectiva de acabar con ellas sea cada vez más desalentadora. La pregunta es: ¿Qué está impulsando este proceso?

Para muchos de quienes toman las decisiones en Estados Unidos, el poder aéreo se ha convertido claramente en una especie de abstracción. Después de todo, a excepción de los ataques del 11-S por parte de esos cuatro aviones comerciales secuestrados, los estadounidenses no han sido blanco de tales ataques desde la II Guerra Mundial. En los campos de batalla de Washington en el Gran Oriente Medio y el norte de África, el poder aéreo es siempre, casi literalmente, una cuestión unilateral. No hay fuerzas aéreas enemigas ni defensas aéreas significativas. Los cielos son propiedad exclusiva de la Fuerza Aérea de Estados Unidos (y de las fuerzas aéreas aliadas), lo que significa que ya no estamos hablando de “guerra” en el sentido habitual. No es de extrañar que los legisladores y las autoridades militares de Washington consideren que ese es nuestro punto fuerte, nuestra ventaja asimétrica , nuestra forma de ajustar cuentas con los malhechores, reales e imaginados. 

¡Bombas fuera!

 De forma insólita, podría decirse incluso que el recuento de bombas y misiles en el siglo XXI ha reemplazado al recuento de cuerpos de la era de Vietnam como medida de progreso (falso). Utilizando los datos proporcionados por los militares estadounidenses, el Council on Foreign Relations estimó que EE. UU. había lanzado al menos 26.172 bombas en siete países en 2016, la mayoría de ellas sobre Iraq y Siria. Solo contra Raqqa, la “capital” del Daesh, EE. UU. y sus aliados lanzaron más de 20.000 bombas en 2017, reduciendo literalmente a escombros esa capital de provincia siria. Según Amnistía Internacional , combinado con el fuego de artillería, el bombardeo de Raqqa mató a más de 1.600 civiles.

 Mientras tanto, desde que Donald Trump se convirtió en presidente, y tras afirmar que nos libraría de nuestras diversas guerras interminables, los bombardeos estadounidenses se han disparado no solo contra el Daesh en Siria e Iraq, sino también sobre Afganistán . Además, el número de muertos civiles se ha incrementado allí porque a las “amistosas” fuerzas afganas se las confunde a veces con el enemigo y se las mata igualmente. Los ataques aéreos desde Somalia al Yemen han ido también en aumento con Trump, mientras que las bajas civiles causadas por los bombardeos estadounidenses continúan prácticamente sin aparecer en los medios estadounidenses y son minimizadas por la administración Trump.

Las campañas aéreas estadounidenses de hoy en día, por mortales que sean, palidecen en comparación con las del pasado, como la bomba incendiaria de Tokio de 1945, en la que murieron más de 100.000 civiles; los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki posteriores en ese año (aproximadamente 250.000); el número de muertos entre los civiles alemanes en la II Guerra Mundial (al menos 600.000); o los civiles en la guerra de Vietnam (las estimaciones varían, pero cuando el napalm y los efectos a largo plazo de las municiones en racimo y los defoliantes, como el Agente Naranja , se agregan a las bombas altamente explosivas convencionales, la cifra de muertos en el sudeste asiático puede haber superado el millón). Los ataques aéreos de hoy son más limitados que en aquellas campañas anteriores y puede que sean más precisos, pero nunca confundan una bomba de 250 kilos con el bisturí de un cirujano, ni siquiera retóricamente. Cuando se aplica el método “ quirúrgico ” al bombardeo en la era actual de láseres, GPS y otras tecnologías de precisión guiada, solo se está intentando ocultar la verdadera carnicería humana que producen todas estas bombas y misiles de fabricación estadounidense.

La tendencia de este país a creer que su capacidad para escupir fuego del infierno desde el cielo proporciona una metodología ganadora para sus guerras ha demostrado ser una fantasía de nuestra era. Ya sea en Corea a principios de la década de 1950, Vietnam en la década de 1960, o más recientemente en Afganistán, Iraq y Siria, EE. UU. puede controlar el aire, pero ese dominio no le ha conducido al éxito final. En el caso de Afganistán, armas como la Madre de Todas las Bombas, o MOAB (por sus siglas en inglés, la bomba no nuclear más poderosa en el arsenal militar de los Estados Unidos), se han considerado como cambios radicales a pesar de no cambiar nada. (De hecho, los talibanes son cada vez más fuertes , al igual que la rama del Daesh en Afganistán). Como suele ser el caso cuando se trata del poder aéreo estadounidense, toda esa destrucción no conduce a la victoria ni a cierre de ningún tipo; solo a más destrucción aún.

Tales resultados son contrarios a los fundamentos del poder aéreo que absorbí en la carrera profesional en la Fuerza Aérea de EE. UU. (me retiré en 2005). Los principios fundamentales del poder aéreo que aprendí, que todavía se enseñan hoy, hablan de capacidad de decisión. Prometen que el poder aéreo, definido como “flexible y versátil”, tendrá “efectos sinérgicos” con otras operaciones militares. Cuando el bombardeo es “concentrado”, “persistente” y correctamente “ejecutado” (es decir, cuando no está excesivamente controlado por políticos ignorantes), el poder aéreo debe ser fundamental para la victoria final. Como solíamos insistir, poner bombas sobre el objetivo es realmente de lo que se trata. Fin de la historia, y del pensamiento.

Dada la banalidad y vacuidad de esos principios oficiales de la Fuerza Aérea, dada la historia del poder aéreo del siglo XX de ida y vuelta del infierno, y basándome en mi propia experiencia en la enseñanza de la historia y la estrategia dentro y fuera del ejército, me gustaría ofrecer algunos principios de poder aéreo propios. Estos son los que la Fuerza Aérea no me enseñó, pero que nuestros líderes podrían considerar antes de lanzar su próxima campaña aérea “decisiva”.

Diez principios cautelares sobre el poder aéreo

1. El hecho de que los aviones de combate y los aviones no tripulados de EE. UU. puedan atacar casi cualquier parte del mundo con relativa impunidad no significa que deban hacerlo. Teniendo en cuenta la historia del poder aéreo desde la II Guerra Mundial, la facilidad de acceso nunca debe confundirse con resultados eficaces.

2. Limitarse solo a bombardear nunca será la clave de la victoria. Si eso fuera cierto, EE. UU. habría ganado fácilmente en Corea y Vietnam, así como en Afganistán e Iraq. El poder aéreo estadounidense pulverizó tanto a Corea del Norte como a Vietnam (por no hablar de los vecinos Laos y Camboya ), sin embargo, la guerra de Corea terminó en un punto muerto y la guerra de Vietnam acabó en derrota. (Esto le dice al mundo qué tipo de pensamiento exponen los entusiastas del poder aéreo cuando, al reconsiderar la debacle de Vietnam, tienden a argumentar que EE. UU. debería haber bombardeado más aún, mucho más ). A pesar de la supremacía aérea total, la reciente guerra de Iraq fue un desastre, mientras que la guerra de Afganistán va ya por su 18º año catastrófico.

3. No importa cuánto se anuncie un bombardeo como algo “preciso”, “discriminado” y "medido", (o el uso de misiles como el Tomahawk ) porque rara vez lo es. Las muertes de inocentes están garantizadas. El poder aéreo y esas muertes son uña y carne y esos asesinatos solo generan rabia y represalias, prolongando así guerras que deben terminar.

Consideren, por ejemplo, los ataques de “decapitación” lanzados contra el autócrata iraquí Saddam Hussein y sus altos funcionarios en los primeros momentos de la invasión de la administración Bush en 2003. A pesar del autobombo de que se trataba del inicio de la campaña aérea más precisa de toda la historia, 50 de esos ataques, supuestamente basados ​​ en la mejor informaci ó n de inteligencia, no lograron acabar con Saddam ni con uno solo de sus oficiales seleccionados. Sin embargo, sí causaron “docenas” de muertos civiles. Piensen en ello como una repetición monstruosa de los ataques aéreos de precisión lanzados en Belgrado en 1999 contra Slobodan Milosevic y su régimen que afectaron en cambio a la embajada china , matando a tres periodistas.

Aquí va entonces la pregunta del día: ¿Por qué, a pesar de toda la “precisión” de que se habla al respecto, el poder aéreo demuestra ser, de forma muy regular, un instrumento contundente de destrucción? Para empezar, la inteligencia suele ser defectuosa. Después, las bombas y los misiles, incluso los “inteligentes”, se desvían. Y hasta cuando las fuerzas estadounidenses matan realmente a objetivos de alto valor (HVT, por sus siglas en inglés), siempre hay más HVT por ahí. Tras casi 18 años de guerra contra el terror, surge una paradoja: la imprecisión del poder aéreo solo conduce a ciclos repetitivos de violencia e incluso cuando los ataques aéreos son precisos, siempre hay nuevos blancos, nuevos terroristas, nuevos insurgentes que atacar.

4. Utilizar el poder aéreo para enviar mensajes políticos sobre resolución o seriedad rara vez funciona. Si lo hiciera, EE. UU. habría logrado la victoria en Vietnam. En la presidencia de Lyndon Johnson, por ejemplo, la Operación Rolling Thunder (1965-1968), una campaña escalonada de bombardeos, tenía como objetivo convencer a los norvietnamitas de que renunciaran a su objetivo de expulsar a los invasores extranjeros –nosotros- de Vietnam del Sur, pero no consiguió nada. Avancen rápidamente hasta nuestra época y consideren las recientes señales enviadas a Corea del Norte e Irán por la administración Trump a través de los despliegues de bombarderos B-52, entre otros “mensajes” militares. No hay pruebas de que ninguno de los países haya modificado su comportamiento significativamente ante la amenaza de esos aviones de la era del baby boom .

5. El poder aéreo es enormemente caro. El gasto en aviones, helicópteros y sus municiones representó aproximadamente la mitad del coste de la guerra de Vietnam. De manera similar, en el momento presente, hacer operativo y después mantener el despilfarro del avión de combate de la Lockheed Martin, el F-35, se espera que cueste al menos 1,45 billones de dólares durante su vida útil. El nuevo bombardero furtivo B-21 costará, solo su compra, más de 100.000 millones de dólares. Mantener y operar las alas aéreas navales que van en los portaaviones cuestan miles de millones cada año. En estos días, cuando no hay límites para el presupuesto del Pentágono, esos costes son apenas tolerables. Sin embargo, cuando el dinero finalmente comience a agotarse, es probable que los militares sufran una fuerte resaca por sus gastos salvajemente extravagantes en el poder aéreo.

6. La vigilancia aérea (como la ejercida con los drones), aunque es útil, también puede ser engañosa. El mando de las grandes alturas no es sinónimo de tener “ conciencia total de la situación” semejante a la de un dios. En cambio, puede ser una especie de engaño, mientras que la guerra practicada en su espíritu a menudo se convierte en poco más que un ejercicio de destrucción. Sencillamente no puedes negociar una tregua o tomar prisioneros o fomentar otras opciones cuando estás por encima de un potencial campo de batalla y tu principal recurso es hacer estallar a las personas y las cosas.

7. El poder aéreo es inherentemente ofensivo. Eso significa que es más consistente con la proyección del poder imperial que con la defensa nacional. Como tal, alimenta las empresas imperiales al tiempo que fomenta el tipo de pensamiento de “ alcance global, poder global ” que en estos años tuvo entre sus garras a los generales de la Fuerza Aérea.

8. A pesar de las fantasías de quienes envían los aviones, el poder aéreo a menudo alarga las guerras en lugar de acortarlas. Consideren de nuevo Vietnam. A principios de la década de 1960, la Fuerza Aérea argumentó que solo podía resolverse ese conflicto al coste más bajo (principalmente de cuerpos estadounidenses). Con suficientes bombas, napalm y defoliantes, la victoria era algo seguro y las tropas de tierra estadounidenses fueron una especie de pensamiento tardío. (Al principio se enviaban sobre todo para proteger los aeródromos desde donde despegaban esos aviones). Pero los bombardeos no resolvieron nada y luego el ejército y los marines decidieron que, si la Fuerza Aérea no podía ganar, seguramente podrían conseguirlo ellos. El resultado fue una escalada y un desastre que arrastraron por el polvo la visión original de una guerra barata ganada rápidamente debido a la supremacía aérea estadounidense.

9. El poder aéreo, incluso el de la variedad conmoción y pavor , pierde su impacto con el tiempo. Sin embargo, el enemigo, al carecer de él, aprende a adaptarse desarrollando contramedidas tanto activas (misiles) como pasivas (camuflaje y dispersión), incluso quienes están siendo bombardeados se vuelven más resistentes y resueltos.

10. Machacar a los campesinos desde tres kilómetros de altura no es exactamente una forma ideal de ostentar autoridad moral en una guerra.

El camino a la perdición

Si tuviera que reducir estos principios a una sola máxima, sería esta: toda esa charla alegre acerca de las maravillas tecnológicas del poder aéreo moderno oculta sus facetas más oscuras, especialmente su capacidad para encerrar a Estados Unidos en lo que son efectivamente guerras unidireccionales con resultados que no ofrecen salida alguna.

Por esta razón, la guerra de precisión es verdaderamente un oxímoron. La guerra no es precisa. Es repugnante, sangrienta y asesina. La naturaleza inherente de la guerra -su imprevisibilidad, sus horrores y su tendencia a ampliar y alargar sus causas y objetivos originales- no se modifica cuando las bombas y los misiles son guiados por GPS. Además, los enemigos de Washington en su guerra contra el terrorismo han aprendido a adaptarse al poder aéreo de una manera crudamente darwiniana y tienen la ventaja de luchar en su propio territorio.

¿Quién no conoce el viejo acertijo: si un árbol cae en el bosque y no hay nadie allí para escucharlo, hace ruido? Aquí hay una variante sobre el poder aéreo del siglo XXI: Si los niños extranjeros mueren a causa de las bombas estadounidenses pero nuestros medios de comunicación no informan de esas muertes, ¿se lamentará alguien? Muy a menudo, la respuesta aquí, en Estados Unidos, es NO, por tanto, nuestras guerras continúan hacia un futuro infinito de destrucción global.

En realidad, este país podría hacer algo bueno haciendo aterrizar a sus muchos aviones de combate, bombarderos y aviones no tripulados. Paradójicamente, en lugar de ganar los cielos, nos han metido por un camino de perdición.

 

William J. Astore es teniente coronel retirado de la Fuerza Aérea de EE. UU. (USAF) y profesor de historia. Colaborador habitual de TomDispatch , su blog personal es Bracing Views .

 

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

 

Fuente:  TomDispatch 

 

Fuente: Rebelión