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III República - III República
Escrito por Manuel Navas   
Lunes, 09 de Mayo de 2011 05:50

III RepúblicaEl posicionamiento favorable a la república o a la monarquía no deja de ser un reflejo de nuestro particular proceso de socialización. Por ejemplo, mi opción republicana viene marcada en gran medida por las aportaciones recibidas de mi familia y de ciudadanos/as anónimos/as que supieron transmitirme la importancia de una época de la historia que, por activa o por pasiva, tratan de robarnos quienes detentaron el poder (para justificar la transición) o lo tienen actualmente (en general, acólitos y parentelas del franquismo agrupados bajo el PP), empeñados los unos en esconder sus propias vergüenzas y los otros en rescribir la historia a su antojo.

 

Desde la sociología oficial, la explicación de las conductas desviadas (no actuar de acuerdo a lo que socialmente se espera de nosotros), haría referencia al fracaso del proceso socializador de determinados sectores y/o sobre determinadas cuestiones. Bajo el paraguas de conductas desviadas suelen incluirse comportamientos contrarios a la ideología que gobierna la globalización; críticos con el sistema patriarcal de dominación masculina; los que no aceptan que la «indisoluble unidad de la patria» sea Derecho Natural; quienes rechazan una democracia basada en un bipartidismo asfixiante; los que consideran que la República es un modelo de Estado más democrático, etcétera. Se trata de posiciones que tienen un denominador común: oponerse al funcionalismo obsceno consagrado como guía espiritual de la sociedad y cuestionar lo evidente.

La transición obvió que un modelo de Estado, un jefe de Estado, no puede imponerse mediante decreto, por mucho que se someta a votación (Constitución Española de 1978). Una consulta que metió en la misma canasta peras con manzanas y que, a la postre, sirvió para escamotear el público debate sobre temas claves: monarquía/república; la depura- ción de responsabilidades franquistas; el tratamiento a la configuración territorial del Estado, entre otros, no puede pretender quedar libre de sospecha.

El gran engaño, que sirvió a la vez de chantaje, fue incluir en el paquete las libertades sociales y políticas. Así las cosas, no pocas personas, por muy republicanas que se precia- sen, se enfrentaron a la disyuntiva casi inhumana de tener que optar entre sus convicciones y el compromiso de votar «sí» a una Constitución monárquica ante la eventualidad de favorecer la conquista de las libertades tras cuarenta años de dictadura. Resulta difícil creer que quienes amañaron la transición (derecha franquista, post-franquista y nacionalista, socialistas y eurocomunistas) no calibrasen en su momento esa circunstancia para sacar provecho.

Pero qué decir de quienes, con su actuación política, favorecieron que en el Congreso, Senado, parlamentos autonómicos, ayuntamientos, tribunales, Fuerzas Armadas, etcétera, campen a sus anchas franquistas y neofranquistas, o que la Constitución carezca de vías democráticas para solucionar el endémico problema de las nacionalidades. «Aquellos lodos trajeron estos barros», por eso tenemos un presidente llamado Aznar, por eso carecemos del derecho a la autodeterminación, por eso es un reino y no una república, etcétera, etcétera.

En fin, más allá de las opiniones que merezca el hecho de que un jefe de Estado sea fruto de la madre que lo parió o de una elección democrática, van asomando datos significativos sobre su labor. El papel desempeñado en el tejerazo del 23-F, apareciendo de madrugada en TV, para rechazar el golpe (cuando estaba controlado) acabó alimentando razonables dudas sobre su real voluntad.

El tardío y ambiguo posicionamiento ante el belicismo de Aznar, cuando la Constitución Española consagra al rey como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, hace inverosímil aceptar (y más aún por el simbolismo que para la derecha española representa la monarquía ­nombrado sucesor en la jefatura del Estado por Franco­) que Aznar haya actuado en esta cruzada «por libre», cuanto menos sin su aquiescencia.

No pocos y pocas esperaban un posicionamiento sin paliativos que no llegó. Cuanto menos, que se sumase al clamor de las Naciones Unidas que tildó el ataque de contrario al Derecho Internacional e ilegítimo. Ni con ésas. La falta de sintonía con la mayoría social de sus súbditos posiblemente deba buscarse en que el monarca tiene el origen que tiene y representa lo que representa. Como ciudadanos y ciudadanas, es una razón más para cuestionar lo que se nos vende como evidente y seguir apostado por la III República. Los vasallos quedan excusados del esfuerzo.

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Manuel Navas es Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas

Artículo publicado en Gara y en UCR en Agosto de 2003