Ilustres racistas Imprimir
Derechos y Libertades - Derechos Humanos
Escrito por Víctor Moreno   
Viernes, 19 de Septiembre de 2014 06:56

El ser humano no es un dechado virtuoso a tiempo completo. No hay cráneo privilegiado que se libre de hacerla en algún momento. De palabra, de pensamiento y de obra, como decía la pedestre teología del catecismo del P. Ripalda. Si estamos abonados al cultivo coyuntural de la estupidez, no hay razón hegeliana suficiente para desechar que, también, seamos racistas, como producto natural de esa estupidez. Una estupidez que es resultado a partes iguales de la dotación genética que tenemos, sea como sujetos pertenecientes a una especie depredadora y/o como producto de la cultura inoculada en nuestra variopinta escolarización institucional y social.

 

Recordemos que en los tiempos gloriosos del marxismo se hablaba de «socialismo o barbarie». Después, de «cultura o barbarie». Y, finalmente, de «cultura y barbarie», ya que, como dijera de forma hiperbólica W. Benjamin, «no hay documento de cultura que no lo sea de barbarie». ¿Por qué? Porque la cultura es en muchos sentidos barbarie, violencia y crueldad. O subsiste gracias a ellas. Y a la sangre. ¿Y al racismo? No lo sé, pero sí sé que muchas personas, con unos lóbulos cerebrales dignos de figurar en formol en cualquier estantería de museo, fueron racistas. De palabra, al menos. Lo que ignoramos es que si serlo al modo verbal conllevó serlo de un modo pragmático social. Probablemente.

La literatura del racismo es contundente al respecto. Filósofos, intelectuales y escritores de fama liberal y progresista han sido alguna vez racistas y cultivadores de un etnocentrismo tan sobresaliente como apestoso. Lo fueron Pío Baroja, Sabino Arana y una buena porción de escritores y filósofos. Y ya no digamos, antisemitas, que lo fue Europa entera.

Las bases de este racismo se han depurado a lo largo de la historia. Al principio, su origen falaz estuvo en el clima y en el marco geográfico. Luego, intervino la teología, la ilustración, la razón y la craneología y, finalmente, la economía.

En Aristóteles este racismo se justificaba apoyándose en un determinismo geográfico-climático. Así, en su libro de «Política» dice: «Los que habitan en lugares fríos, y especialmente los de Europa, están llenos de brío, pero faltos de inteligencia y técnicas, y por eso viven en cierta libertad, pero sin organización política e incapacitados para gobernar. Los que habitan en Asia son inteligentes y de espíritu técnico, pero faltos de brío, y por tanto llevan una vida de sometimiento y servidumbre. La raza griega, así como ocupa localmente una posición intermedia, participa de las características de ambos grupos y es a la vez briosa e inteligente; por eso no solo vive libre sino que es la que mejor se gobierna y la más capacitada para gobernar a todos los demás».

Si las afirmaciones del filósofo griego producen cierta hilaridad, estoy convencido que las pertenecientes a un personaje como Abraham Lincoln nos la cortará de cuajo. Lincoln, conocido en la historia como Gran Emancipador, en su famoso discurso en Charleston, Illinois, el 18 de septiembre de 1858, diría ante un público enfervorizado: «Diré que no estoy, ni nunca he estado, a favor de ningún modo de la igualdad social y política entre las razas blanca y negra (aplausos), que no estoy ni he estado jamás a favor de los negros votantes o miembros de un jurado, ni de cualificarlos para que tengan un oficio, ni de su matrimonio con gente blanca, y añadiré que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra que pienso que prohibirá por siempre que las dos razas convivan en términos de igualdad política y social. Y en la medida en que no puede vivir así, en tanto que permanezcan juntas debe haber la posición superior y la inferior, y yo tanto como cualquier otro hombre estoy a favor de que la posición superior se asigne a la raza blanca».

La opinión del escritor Charles Dickens, aunque pasaba por ser un firme defensor de la abolición de la esclavitud y ser muy amigo de los niños huérfanos y pobres, no era muy diferente a la de Lincoln. A veces, afloraba el conservador que anidaba en su intimidad. Apoyó al Sur en la Guerra Civil y en 1868 declaró que «otorgar a los negros derecho al voto era absurdo». Lo mismo opinaba de los habitantes de las colonias inglesas. En una carta a una amiga, escribió: «Ojalá fuese el comandante en jefe en la India. Haría todo lo posible por exterminar a esa raza y borrarla de la faz de la tierra».

Si Aristóteles habló de la superioridad técnica y política -no olvidemos que en su pensamiento la política incluía la ética-, el racismo de otro ilustre, Charles Darwin, se basará en la superioridad intelectual de los civilizados. En «El origen del hombre», escribió: «En la actualidad, las naciones civilizadas se han sobrepuesto en todas partes a las bárbaras, a excepción de aquellos climas que, como mortales barreras, las detienen, siendo el principal instrumento de su triunfo, aunque no único, el desarrollo de las artes que, como se sabe, radica en las facultades intelectuales».

Y en cuanto al futuro, Darwin se mostraría así de optimista selectivo: «Llegará un día, por cierto no muy distante, que de aquí allá se cuenten por miles los años en que las razas humanas civilizadas habrán exterminado y reemplazado a todas las salvajes por el mundo esparcidas. Para ese mismo día habrán también ya dejado de existir, según observa el profesor Schaaffhausen, los monos antropomorfos, y entonces la laguna será aún más considerable, porque no existirán eslabones intermedios entre la raza humana que prepondera en civilización, a saber: las razas caucásicas, y una especie de mono inferior, por ejemplo, el papión; en tanto que en la actualidad la laguna solo existe entre el negro y el gorila».

Sorprende que dicho texto esté firmado por un autor con fama de progresista, al que Marx dedicó «El Capital» -aunque nunca lo leyera-, y cuyo apoyo a la causa abolicionista en la Guerra de Secesión norteamericana fue público. Paradójico.

Ya que citamos a Marx, recordemos que cuando California fue anexionada por EEUU, luego de la guerra que enfrentó a este país con México, el autor de «El Capital» escribió: «Es una desgracia que la espléndida California fuera arrebatada a los vagos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella». En una carta, que dirigió en julio de 1862 a Engels, Marx se refería a su rival político Ferdinand Lassalle, asimismo socialista, en los siguientes términos: «Para mí está completamente claro ahora, como lo prueban la forma de su cráneo y su pelo, que desciende de los negros de Egipto, suponiendo que su madre o su abuela no se mezclaran con la negrada. Esta unión de judaísmo y germanismo sobre una base negra tiene que producir un producto peculiar. La protuberancia del colega es, asimismo, la propia de la negrada».

El racismo no es flor de un día. Sigue agazapado en el corazón humano. Estará mal visto el determinismo en cualquiera de sus interpretaciones, pero el ser humano suele «darse razones» (?) para usarlo contra aquello que no controla. Cada época utiliza distintas «razones» para justificar sus desvaríos de barbarie.

Sería estupendo que la reflexión de Gellner, recogida en su libro «El arado, la espada y el libro» calase de verdad en el cerebro y en el corazón humano, especialmente en el de quienes tienen algún poder. La reflexión es esta: fue un «afortunado azar» el que hizo que nuestros modos de producción, cognición y coerción resultasen superiores a los del resto de las culturas. Y que es, mutatis mutandis, lo que decía el poeta griego Píndaro (518 a.C.): «Todo al hombre, Pericles, se lo dan el Azar y el Destino».

A lo que la razón moderna podría interpelar: ¿somos lo que somos por azar?

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Fuente: Gara