Las huelgas suponen siempre la eclosión de una crisis y, por lo tanto, son un momento para el cine, siempre ávido de historias asimétricas en las que una parte que se reconoce subordinada a otra decide rebelarse. Las varillas de este paraguas alcanzan, desde luego, el tremendo dramatismo de Hunger, pero también la tragicomedia de Los camaradas (I compagni, Mario Monicelli, 1963), enésima muestra de un cine italiano por aquel entonces en permanente estado de gracia.