Desde los años treinta, cada vez que el capitalismo entra en crisis, el liberalismo se desprende de los ropajes democráticos y regresa a sus feudos. Engañan a los pueblos buscando a alguien que diga con palabras escogidas lo que los pueblos golpeados quieren escuchar. Cada ciclo histórico, como si fuera una condena, los pueblos vuelven a votar a sus verdugos. Pero no todos. Esa es la disputa en América Latina. A los poderosos, no les resulta tan sencillo regresar. Por eso, para asustar a los que no convencen, encarcelan a los que protestan. Especialmente a quienes tienen cabeza y corazón. Por ejemplo, a Milagro Sala. En esa pelea andamos a ambos lados del Atlántico. Los amigos y los adversarios cruzan océanos y se encuentran. Por eso, nosotros, aquí, en España, nos sentimos encarcelados con Milagro.