Juan Carlos García-Funes: "España aún ignora que aquí hubo campos de concentración y trabajos forzados" Imprimir
Nuestra Memoria - Campos de concentración
Escrito por José María Sadia   
Lunes, 20 de Febrero de 2017 00:00

“Muchos ayuntamientos homenajean a las víctimas del Holocausto, pero olvidan el frío, hambre y sometimiento que sufrieron miles de personas en nuestro país”

La pasada semana, el historiador segoviano Juan Carlos García-Funes presentó su primer libro “”A recoger bombas”: Batallones de trabajo forzado en Castilla y León (1937-1942)” (Foro por la Memoria de Segovia y editorial Atrapasueños), en un acto organizado por el Foro por la Memoria de Zamora en el Colegio Universitario. Su investigación, llena de dificultades en torno a la consulta de documentos del franquismo, aporta luz sobre una realidad tan dura como desconocida en la actualidad: los campos de concentración en nuestro país y las decenas de miles de reclusos que fueron sometidos a trabajos forzados, prólogo de los tanto o más terribles campos alemanes y rusos en Europa.

-¿Cuándo impulsó el general Franco los campos de trabajo en España?

-No había campos de trabajo como tales. En mi libro abordo los trabajos forzados que se desarrollaron en los campos de concentración, que sí los hubo. A raíz de la guerra, sobre todo a partir de 1937, el problema de los prisioneros creció de tal manera que se crearon estos espacios, cuya función principal consistía en hacer clasificaciones para decidir quienes eran “recuperables” para las filas franquistas y quienes desafectos al “glorioso movimiento nacional”. Estos últimos eran encuadrados en batallones de trabajadores.

-¿Por qué conocemos tan bien los campos de concentración de Alemania o Rusia e ignoramos que esa misma realidad se dio en España?

-Precisamente, uno de los objetivos de mi libro es ayudar a terminar con ese desconocimiento. El cine ha sido un motor de conocimiento muy efectivo, esa es la razón de que liguemos esta realidad al nazismo o incluso a los “gulag” soviéticos. En España hubo cientos de estos recintos y quizá los hemos ignorado porque se ha querido ver el franquismo como algo diferente al nazismo en Europa, aunque es cierto que la lógica de los campos españoles era distinta: la gente podía morir trabajando, pero aquí no había cámaras de gas. Cualquiera puede ver una durísima película sobre Auschwitz sin saber que al lado de su casa pudieron ocurrir los mismos horrores.

-¿Dónde estaban esos recintos en Castilla y León?

-Conocemos muy bien algunos, pero debemos seguir investigando. Sabemos, por ejemplo, que hubo uno en Zamora, pero no conseguimos emplazando. El que hubo en Toro comprendía los edificios del Hospital de Convalecencia, el Asilo de la Marquesa de Valparaíso y el Hospital de la Cruz. Se habilitó en febrero de 1939 y llegó a albergar casi 1.800 prisioneros.

-En nuestra comunidad siempre escuchamos hablar de Miranda de Ebro?

-Fue uno de los principales y el de más larga duración, porque funcionó también para brigadistas internacionales. He incluido un mapa en mi libro que nos ayuda a emplazarlos en Astorga, Salamanca, Arévalo, San Bernardo, Medina de Rioseco o Palencia. Burgos y Soria tuvieron una concentración enorme de estos lugares. Aunque Castilla y León no albergó una guerra como tal, pues no hubo frentes, sí tuvo un papel importante en la retaguardia para la gestión de la inmensa cantidad de prisioneros de la guerra del norte. Esto dio lugar a los batallones de trabajadores, que no siempre eran destinados a los campos de sus lugares de origen. Así pues los campos eran una especie de “agencia de colocación” que clasificaba a los reos, al margen de por su ideología política, por la cualificación que tenían. Por ejemplo, si el franquismo necesitaba edificar fortificaciones, precisaba de peones y estos tenían que ser previamente identificados.

-¿Qué proporción de reclusos eran finalmente seleccionados para trabajos forzados?

-Depende del tiempo en el que se hiciera la clasificación, porque las necesidades variaban durante la guerra. A finales de 1937, por poner un ejemplo muy puntual, de 106.000 prisioneros, fueron clasificados como desafectos algo más de 2.000 y como afectos dudosos, más de 50.000. Ambas categorías eran destinadas a trabajos forzados.

-Es decir, que la mayoría acababan trabajando?

-En este momento que cito, más del 50% de las personas formaba parte de la selección. Realizar esta tarea de clasificación conllevaba pedir informes de los prisioneros a las autoridades de las poblaciones de origen, a los alcaldes y a los curas. Con esta información decidían si eran aptos para empuñar las armas con Franco o, por el contrario, eran destinados a trabajar.

-¿Una especie de “conversos”?

-Sí. En teoría incluso se anunció que iban a recibir proclamas y cursos para convertirse en el “buen español”, aunque luego la realidad es que en estos lugares lo único que había era hambre y frío.

-Cuando se nos viene a la cabeza la imagen de trabajos forzados, pensamos en unas condiciones penosísimas. ¿Era esta la realidad española?

-Absolutamente. La particularidad de Castilla y León es que los trabajos forzados eran muy del tiempo de guerra, aunque la actividad llegó hasta 1942 según mi estudio. Predominaban las condiciones de hambre, enfermedades, el castigo o la violencia. Por ejemplo, se ejecutaba a un recluso bajo el palo de una bandera en presencia de miles de prisioneros.

-No eran campos de exterminio, pero sí había muertes.

-La mortalidad era fruto de una situación de extrema necesidad y violencia. Los reos estaban desamparados y a expensas de las autoridades de los campos. El convenio de Ginebra solo se aplicó a los prisioneros internacionales, pero no a los españoles. La violencia que aquí se vivió fue una especie de aperitivo de lo que luego se experimentó en la II Guerra Mundial.

-¿Cómo podemos entender que se hayan reiterado los homenajes a las víctimas del exterminio nazi y los campos europeos y, al mismo tiempo, nada se diga de lo que ocurrió en nuestro país?

-Por un lado, debemos atender a la comparación con Alemania. Allí la sociedad germana ha realizado un reconocimiento expreso de la violencia y del terror desplegados por sus propios compatriotas. Se hizo justicia y hubo reparaciones económicas hacia los prisioneros a través de las empresas implicadas en esas labores. En España, todavía estamos trabajando en investigar el asesinato directo, así que aún es más complicado poner el foco sobre los trabajos forzados. Incluso todavía hoy se escucha decir que Franco hizo muchos pantanos con ayuda de los presos porque “no iban a estar parados”.

-Incluso se está empezando a reconocer la traumática situación de los más de 10.000 españoles que pasaron por el campo austriaco de Mauthausen, aunque sin tener en cuenta a los que malvivieron mucho antes en España?

-El 27 de enero es el día mundial de reconocimiento de las víctimas del Holocausto. Numerosos ayuntamientos españoles se suman a este homenaje, apelando a la población judía, aunque hubo otras etnias afectadas. Y la pregunta es: ¿por qué las instituciones españolas recuerdan a estas víctimas -hay que decir, justamente- y prefiere echar un manto de arena sobre los campos de concentración españoles y el trabajo forzado? La clave está en que el nazismo fue derrotado en Europa, mientras que el franquismo perduró cuarenta años. El Estado español sigue sin reconocer el estatus de víctimas para estas personas. Las reivindicaciones de las asociaciones memorialistas no son escuchadas por el momento.

-Hace dos años, cuando se cumplió el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz pudimos escuchar testimonios de los últimos supervivientes de Mauthausen, entre ellos, el recientemente fallecido José Alcubierre. ¿Hay testimonios actuales de víctimas o sus familiares en el caso de los campos españoles?

-Existen esas demandas por parte de los familiares, aunque no están presentes en la sociedad. Tenemos un problema de decenas de miles de fosas comunes en España y al final eso es lo que más impacta. El caso de los trabajos forzados queda en segundo plano. Hay exigencias sobre todo tipo de horrores: robo de bebés, torturas policiales? Y una de ellas es la reparación de las víctimas de estos campos.

-¿Le ha sido complicado acceder a los archivos donde se guarda toda esta información?

-Gran parte de la información obtenida para este libro ha sido gracias a que el historiador Francisco Espinosa consiguió, con abogados de por medio, la apertura del archivo del Tribunal de Cuentas. El Centro Documental de Salamanca tiene ahora una copia de los papeles económicos de esa institución. Si Espinosa no llega a reclamarlo y exige que sea de consulta pública, investigadores como yo no hubiéramos podido acceder a los datos.

-¿Se imagina qué volumen de personas pudo pasar por estos recintos en todo el país?

-Seguimos teniendo problemas para acceder a los datos. El Gobierno de Zapatero estaba a punto de desclasificar miles de documentos, solo faltaba una firma, pero el cambio de presidente hizo que no se llegaran a hacer públicos. A mí me han llegado a decir que, para ver una carpeta con documentación, tenía que pedir que se reuniera el Consejo de Ministros? Es algo inconcebible en los tiempos actuales. Somos una anomalía completa en Europa. Sí que he podido reunir algunos datos puntuales de Castilla y León. Por ejemplo, entre 1937 y 1942 hubo, al menos, 46.401 personas en los campos. Es decir, el trabajo que se hizo implicaba ese número de reclusos, aunque pudieron ser muchos más.

-¿A qué se dedicaron fundamentalmente los prisioneros?

-Debemos diferenciar el trabajo que se hizo en los campos de concentración y el de redención de penas. En este último caso, el preso podía reducir su condena. En cambio, en los campos los reos no tenían ninguna condena ni la podían reducir. En Zamora yo no he encontrado trabajos forzados en campos, pero sí de redención de penas: hicieron el canal Toro-Zamora, el ferrocarril Zamora-Orense, la Azucarera del Duero? En Castilla y León, sí que he podido clasificar los trabajos y los he dividido entre los que son propiamente militares y aquellos de proyección civil. Entre los primeros, fortificaciones, recuperación de vehículos de guerra, cualquier labor vinculada al ejército. Los segundos pudieron hacerse con el mismo objetivo, pero perduraron y hoy podemos verlos: carreteras, pistas en montes, infraestructuras de ferrocarril, obra urbana o aeropuertos como el de Villanubla en Valladolid.

-Por cierto, cuando llega alguien y le dice eso de: “si eran presos, mejor que hicieran algo?”, ¿usted qué les dice?

-Entiendo que se diga, pero no lo comparto. Los trabajos forzados existen desde hace siglos. En nuestro caso, se recuperaron en la guerra y la dictadura por personas de mente medieval que quisieron llevar a España a una situación de sometimiento absoluto. Cuando se habla de la necesidad de tener empatía, hay que preguntarle a esas personas si les gustaría sufrir cautividad, enfermedad, látigo o tener que levantar construcciones en nombre de un dictador. Hay que tener un sentimiento de justicia. Y en todo caso, fue importantísimo el flujo económico generado para la España de la posguerra todos los trabajos que se hicieron con esta mano forzada. Si hubiera sido trabajo pagado, no sabemos cuánto le hubiera costado al Estado. Puede que así entendiéramos mejor el llamado milagro de los sesenta y la llegada del Seiscientos.

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Fuente: La opinión de Zamora