Bruselas,
Estrasburgo. La residencia de los dioses
Patxi Igandekoa
ÍzaroNews
13 de Junio de 2009
En "El Oro
del Rhin", primer capítulo de su famosa Tetralogía, narra Richard Wagner
uno de los primeros pelotazos urbanísticos de la historia. Los dioses,
hartos de vagar por las cumbres y dormir al raso, habían encargado a dos
gigantes Fasolt y Fafner la construcción de un lujoso castillo -el
Valhalla- donde habrían de morar en compañía de las almas de los héroes
muertos en el campo de batalla -los terroristas suicida de la
antigüedad-. El problema era que las obras estaban a punto de concluir y
no había dinero para pagar a la constructora.
Entonces
Loki, dios del Fuego Mágico, convenció a Wotan, jefe de la divina
cuadrilla, para bajar a los infiernos y, mediante argucias tabernarias y
totalmente indignas de los Hijos de la Luz, ambos consiguieron
apoderarse de una cantidad de oro que después utilizarían para saldar su
deuda con Fasolt & Fafner S.L.
El oro
pertenecía en realidad a unas ninfas del Rhin. Cuando los dioses
entraban al Valhalla caminando por encima del arco iris, ellas se
quejaron tan amargamente como lo harían milenios después los estafados
de PSV o Afinsa: "el amor, la solidaridad y la decencia solo existen en
el abismo. En las altas cumbres no hay más que sinvergüencería y egos
inflados".
El genio de
Wagner logró escapar al radar de la censura de su tiempo. Viendo lo que
sucede hoy, se puede decir que este libreto viene que ni pintado para
llevar a cabo un buen análisis de las Elecciones al Parlamento Europeo,
que, precedidas por una gran expectación, al final solo han servido para
que una lista electoral de héroes quemados en la política local
asciendan a un dorado retiro en Bruselas y Estrasburgo, pasando por
encima de unas cuantas criaturas acuáticas que observan desde el
cenagal. "¡Pero si esos votos eran nuestros! ¿Es que nadie nos va a
besar y a convertir en príncipes o algo asi?"
Mucho se
quejan del euroescepticismo portavoces políticos, editorialistas,
líderes de opinión y demás ralea, por debajo y por encima del arco iris.
Unos dicen que los partidos no han sabido comunicar la importancia del
fenómeno europeo. Otros, que la culpa es de los estados nacionales por
no informar. Nadie, sin embargo, menciona el verdadero problema de
fondo, el que ya hace diez o quince años obligó a algunos pueblos
socialmente avanzados, como el de Dinamarca, a adquirir la díscola
costumbre de votar que nones en los sucesivos tratados de la Unión
Europea. No por casualidad los míticos acontecimientos que se relatan en
la ópera de Wagner tienen lugar en latitudes nórdicas.
En Bruselas
y Estrasburgo habita una casta de políticos profesionales que hacen y
deshacen a su conveniencia, sin que nadie sepa gran cosa de lo que se
traen entre manos y totalmente sustraídos al control de quienes los
eligen para desempeñar sus cargos. La verdadera causa del
euroescepticismo no es tanto la falta de información sobre los asuntos
del Parlamento y la Comisión como un ninguneo total de la ciudadanía
europea y la conciencia de que, debido a fallos estructurales en el
sistema representativo de las Comunidades, no existe posibilidad de
influir sobre la tecnocracia divina que nos gobierna.
Mientras no
exista más democracia directa en Europa -y me temo que va para largo el
asunto- nada podrá evitar que el partido de los abstencionistas siga
siendo el más votado.
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