“En Irán veo personas muy esperanzadas y
comprometidas con la democracia, que ahora se sienten traicionadas”
-Barack Obama, presidente
de Estados Unidos-
Con
tanto iranólogo sobrevenido como abunda estos días, y yo sin
enterarme de lo que pasa allí. Estos días me leo todo lo que se
publica, y busco información en prensa extranjera y sitios web. Y
nada. Por más que lo intento, no consigo averiguar quiénes son los
nuestros.
A
primera vista, todo invita a hacerse partidario de Musavi,
presentado como líder de una revuelta democrática, frente a
Ahmadineyad, malo malísimo de la política internacional desde hace
años. Pero a poco que rascas, empiezan las dudas.
De
entrada, estamos escarmentado de revoluciones de terciopelo,
naranjas o verdes que parecen espontáneas y populares hasta que nos
enteramos de quién paga el invento. Por otro lado, la demonización
mediática de Ahmadineyad es tan excesiva que recuerda a otros
diablos cuya caricaturización ocultaba intereses inconfesables. Pero
es que encima el tal Musavi no es precisamente un campeón de la
democracia, tiene un oscuro pasado represivo, y no deja de ser un
hombre del régimen, con pocas diferencias de fondo con el actual
presidente.
Para
rematar la complicación, Irán es el punto del planeta sobre el que
hoy se cruzan más intereses geoestratégicos y económicos, rodeado
por Irak, Afganistán, Pakistán y el Golfo Pérsico, y dueño de
grandes reservas petrolíferas y gasísticas.
Ni
siquiera nos sirve el viejo automatismo fácil que tantas veces hemos
usado, ése de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, pues el
enfrentamiento de Irán con EEUU me ha parecido siempre sospechoso, y
parece que a los halcones les viene mejor que siga Ahmadineyad y su
matraca nuclear. Sólo estoy convencido de algo: lo de menos son la
democracia y los derechos humanos de los iraníes.