¿Nuevo golpe
en Centroamérica?
Carlos Tena
Insdurgente
22 de Octubre de 2009
Sorprende en extremo que, cuando a pocos
kilómetros de Managua se mantiene una dictadura como la de
Micheletti en Honduras, la gran parte de los medios de
comunicación masiva nicaragüense (propiedad de unas pocas familias
millonarias) arremetan desde hace años contra el gobierno
constitucional de Daniel Ortega. La ferocidad, periodicidad y
manipulación de la realidad que se orquesta en prensa, emisoras de
radio y canales de TV, recuerda a las campañas que padeció el
presidente de Venezuela, Hugo Chávez, previas y
posteriores al Carmonazo, que en Nicaragua no han cesado
aún desde que Ortega asumiera la presidencia del gobierno en 2006, o
para ser más exactos, el 10 de enero de 2007.
Las continuas
descalificaciones e insultos por parte del entramado mediático
(en el que únicamente Radio Primerísima y Radio Ya compensan los
ataques), se han acelerado en fondo y forma en estos días,
cuando la Corte Suprema de Justicia ha dictaminado la validez de
los argumentos del líder sandinista, para poder presentarse a
las próximas elecciones. No olvidemos, que el presidente
hondureño Zelaya fue derrocado violentamente
por el ejército y sus adversarios políticos, que justificaron la
asonada en base a una pretensión similar, hace tan sólo unas
semanas (28 de Junio de 2009), por parte del mandatario
constitucional.
El
dato obliga a los analistas a deducir, sin temor a equívoco,
que América Latina se encuentra ante una situación de
golpes antidemocráticos blandos, menos sangrientos que
los que asolaron el continente desde comienzos del siglo XX
hasta mediados los años 80, dirigidos y orquestados, como es
habitual, desde el empresariado más ultraliberal (para el
que los medios de difusión masiva resultan imprescindibles),
donde hoy cuentan con la comprensión de negociantes del
ramo, como el archimillonario mexicano Carlos Slim
(íntimo amigo del Señor X, o sea, Felipe
González), su colega español Juan Luis
Cebrián, intelectuales de extrema derecha como el
peruano-hispano-británico Mario Vargas Llosa
o primeros ministros expertos en prostitución de lujo, como
el italiano Silvio Berlusconi.
Ello es consecuencia directa de la actual dulzura con
que distingue la Casa Blanca al dictador hondureño, que
se desprende fácilmente por el doble discurso que
utiliza el presidente Barak Obama y su
flamante Secretaria de Estado, Hillary Clinton,
o la tibieza de la propia OEA para con este tipo de
rebeliones militares, en las que tan sólo hay
que lamentar la muerte de unos pocos ciudadanos (según
El País, provocadores
violentos), que clamaban en las calles de Honduras por
el regreso de la democracia, pero lejos de las miles de
detenciones y asesinatos en masa que sufrieron durante
decenios la poblaciones del continente, cometidas con la
venia de los diferentes gobiernos USA y sus ejércitos,
cuya participación y asesoramiento militar (tortura
incluida) aún se palpa en países como El Salvador,
Chile, Paraguay, Colombia, Perú, Panamá, Guatemala y
otros.
Parece que Micheletti agrada en
Washington, en el FBI, en la CIA, en la sede de
Prisa y hasta en el Vaticano (epicentros de
diferente, pero notoria influencia social), con
todos los matices que se quiera presuponer. Y lo más
curioso es que, cuando se descubren los lazos entre
golpismo y delincuencia común, sale a relucir el
asilo político en EEUU para con todos ellos, como en
los caso del ex alcalde de Maracaibo Manuel
Rosales, en Venezuela, directamente
implicado en una tentativa de magnicidio contra
Chávez; o Luis Posada
Carriles, responsable de la voladura de un
avión de Cubana de Aviación que costó la vida a 176
personas, y que hoy se pasea tranquilamente por
Florida; el de Patricia Poleo,
periodista en una cadena de TV en Caracas, acusada
del asesinato del fiscal Danilo Anderson.
Espero que en el caso de directivos de
periódicos tan conocidos en Nicaragua como
Nuevo Diario o
La Prensa, Danilo
Aguirre y Jaime Chamorro,
respectivamente, que han sido o son procesados y
condenados por injurias, o por estafa
millonaria, no suceda algo parecido. Hoy,
arropados por sus correligionarios de la llamada
prensa independiente, claman por su
inocencia, en tanto desarrollan su estrategia de
acoso y derribo mediático del presidente
Daniel Ortega,
telefoneando a sus socios españoles, mexicanos,
chilenos, argentinos o franceses, para que les
echen una mano en la estrategia de acoso y
derribo del enemigo socialista, si es posible
sin derramamiento de sangre inocente. Las
primeras planas de esas gacetas lucen titulares
donde reza el dictador Ortega, con la
misma alegría con la que sus homólogos españoles
llamaban presidente a José María Aznar.
Olvidan, al parecer, que un verdadero
sátrapa hubiera clausurado de un plumazo
esos periódicos, radios y estaciones de
televisión, desde donde aún continúan su
sarta de insultos y desafíos, llegando al
colmo de la paranoia mediática cuando, como
esta semana, el objetivo ya no es el propio
Ortega, sino los magistrados que integran la
Corte de Justicia Suprema del país.
No es aventurado afirmar que ambos
ejecutivos están alentando a la
población, o al menos creando un
peligroso caldo de cultivo, para hacer
creíble e inevitable un golpe a la
Micheletti, contando con la obligada
bendición y aquiescencia de la Iglesia
Católica nicaragüense (como en
Honduras), que no con la del ejército, a
distancia de sus colegas hondureños,
aunque bastante lejos del ejemplo de los
militares venezolanos, bolivianos,
ecuatorianos o cubanos, cuya defensa de
la voluntad popular es admirable, si la
comparamos con otras fuerzas armadas,
incluido el mismo continente europeo.
Tranquilizan, en cierta medida, las
palabras de un taxista de Managua a
quien firma estas líneas: “Aquí, lo
que se hizo con Zelaya no se puede hacer
con Ortega. Seriamos miles los
ciudadanos, las compañeras, los
trabajadores que además tenemos una
buena formación militar, y
saldríamos a la calle en defensa de la
democracia, para detener, como en
Caracas, un posible
golpe”.
¿Quiénes están interesados en que se
repita la historia reciente? ¿Se
hallan los medios de comunicación
neoliberales, la propia OEA, la Casa
Blanca o la Comunidad Europea,
dispuestos a condenar un nuevo golpe
de estado en Centroamérica, por
incruento que fuera, esgrimiendo un
inexistente respeto por las
legalidad internacional, el
cumplimiento de las normativas
propias de sus organizaciones
respectivas en lo que se refiere a
defensa de la democracia, sabiendo
que, en el caso de la OEA, jamás se
osó expulsar de su seno a regímenes
genocidas como los que masacraron
Uruguay, Brasil, Argentina, Chile,
Paraguay, Guatemala, El Salvador,
etc. y que en pleno siglo XXI tan
sólo sirven para organizar y
apadrinar conversaciones entre
las partes enfrentadas? ¿Es
posible que alguien crea o confíe,
en que se puede llegar a un acuerdo
entre partidarios de una dictadura y
demócratas convencidos, sin que
sufran los segundos una espectacular
derrota?
Tal vez sí. España lo demostró
en 1977, y así nos luce el pelo.
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