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Narcotráfico e imperialismo

Alberto Piris

La Estrella Digital    21 de Octubre de 2009

   En una reciente conferencia, el original y siempre acertadamente incisivo Noam Chomsky, se refería a las bases militares que EEUU está instalando en Colombia, con el objetivo oficial de ayudar al Gobierno de Bogotá en la guerra contra el narcotráfico.

    Invitaba a considerar un caso análogo aunque con distintos protagonistas. Supóngase, decía, que la misma Colombia o China o cualquier otro país reclamasen su derecho a establecer bases militares en México, con el fin de fumigar y destruir las plantaciones de tabaco que EEUU tiene en Carolina del Norte o en Kentucky, tradicionales cultivadores de esta planta. El plan se completaría con el bloqueo de las zonas productoras, mediante la acción de las fuerzas navales y aéreas, y con el envío de inspectores que comprobasen la total eliminación de tales plantaciones. Con todo esto se pretendería impedir el tráfico de tabaco hacia los países que sufren sus efectos.

   Chomsky recuerda que el tabaquismo se ha revelado más letal que el alcoholismo, que a su vez es mas dañino que el uso de cocaína o de heroína, siendo éstas, por su parte, más perjudiciales que el cannabis. Si al número de muertes producidas por los productos nocivos aspirados por los fumadores se suman las causadas en los llamados fumadores "pasivos" -aunque el número de éstos sea difícil de determinar-, es casi seguro que el efecto letal global de la nicotiana tabacum supere al de todas las demás drogas, consideradas conjuntamente. Sería, pues, bastante lógico el perseguir con más ahínco a los cultivadores de tabaco que a los de coca.

     Es evidente que esta suposición no es verosímil en la realidad de hoy, y no sólo porque el tabaco, en la mayoría de los países, no es una sustancia prohibida y muchas drogas sí lo son. Sin embargo, ante su lógica irreprochable, lo que habría que preguntarse es por qué ocurre así. Por qué EEUU, que dice sentirse afectado negativamente por las drogas que le llegan desde el sur del río Grande, se atribuye con naturalidad el derecho a desplegar sus ejércitos en Colombia para combatir a los cultivadores de coca de la zona, y no es siquiera concebible que ningún otro país pudiera hacer nada parecido si afectara a sus intereses de forma similar.

      Para Chomsky, la respuesta es sencilla y tiene una base indiscutible: la mentalidad imperial que subsiste en EEUU, y que está tan enraizada en el pensamiento de esta nación que pasa inadvertida. Convendría añadir aquí que también subsiste, en menor escala, en muchos otros países occidentales, como es fácil observar en Europa.

   Sin embargo, los resultados hasta ahora obtenidos parecen no justificar el esfuerzo empeñado. La "guerra contra el narcotráfico" dura ya más de cuatro décadas en Colombia y se ha intensificado en los últimos diez años: ni el consumo ni el tráfico de drogas han disminuido. Las razones que ofrece Chomsky no dejan lugar a dudas. Varios estudios bien fundamentados muestran que la prevención y el tratamiento de la adicción a las drogas son mucho más eficaces que las medidas de fuerza utilizadas en esta guerra interminable. Y que el tratamiento preventivo o curativo de los drogadictos -los consumidores en este negocio- tiene un rendimiento coste/eficacia que mejora en más de 20 veces a los ataques efectuados contra los cultivadores -el lado proveedor- en la "guerra química" desencadenada para destruir los campos de cultivo de la droga.

   Según Chomsky, sólo hay dos hipótesis que permitirían explicar la situación actual: "O los dirigentes de EEUU han sido sistemáticamente insensatos durante 40 años, o la finalidad de la guerra contra el narcotráfico es muy distinta a la que se proclama". Excluida la hipótesis de la insensatez, sólo queda sospechar cuáles puedan ser las verdaderas razones de esa supuesta guerra.

      Dentro de EEUU, según Chomsky, busca dos efectos principales: la limpieza de la población socialmente menos útil (lo que ha llevado a EEUU al primer puesto mundial en el índice de población encarcelada) y, como sucede con la "guerra contra el terror", el sometimiento y sumisión de una población atemorizada por el peligro de las drogas, para impedir que muestre su irritada oposición a unas políticas económicas que han llevado a EEUU al mayor desequilibrio social que jamás ha sufrido.

   Por su parte, en el exterior, la guerra contra el narcotráfico es una forma de ocultar en Colombia -y en otros países- algunas de las más inicuas acciones antisubversivas. Es el segundo país del mundo (después de Sudán) con más población expulsada de sus hogares, mientras que las oligarquías locales y las multinacionales ocupan las tierras abandonadas por los campesinos y las dedican a explotaciones mineras, producciones agroindustriales, cría intensiva de ganado o infraestructuras para la industria, cuyos beneficios difícilmente llegarán a las poblaciones afectadas.

     Ahora llega el momento de preguntarse si seguirá Obama el tortuoso camino trazado y en ya parte recorrido por sus antecesores, y frente al que todavía no ha mostrado tanta indignación como la que exhibió ante el bochorno de Guantánamo, o si, por el contrario, dispondrá de apoyos, medios y voluntades suficientes para salir del empantanado problema que Chomsky nos expone con tanta claridad pero cuya resolución se ve difícil y compleja, pues no depende sólo de las decisiones que adopte la Casa Blanca, aunque éstas puedan señalar al mundo el inicio de un nuevo camino.

  

 

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