Irán, dividido como
nunca antes entre reformistas y conservadores
Robert Fisk
La Jornada
23 de Junio de
2009
Teherán, 21 de junio. Ahora que el líder supremo iraní, el ayatola Alí
Jamenei, se ha colocado hombro con hombro con su nuevo presidente
oficialmente electo, Mahmud Ahmadinejad, la existencia misma de un
régimen islámico podría verse abiertamente cuestionada en una nación que
está dividida como nunca antes entre reformistas y quienes insisten en
mantener la integridad de la revolución de 1979.
Si
Jamenei hubiera elegido mantenerse en un justo medio y hacer pequeñas
concesiones a los incontables millones que se opusieron a Ahmadinejad en
la elección y quienes sienten que no fueron tomados en cuenta, el
ayatola aún sería una figura paterna neutral.
Mirhosein Musavi y sus seguidores se habrían negado religiosamente –en
el sentido más literal de la palabra– a criticar tanto al líder supremo
como a la república islámica durante las manifestaciones de la semana
pasada.
Pero al reaccionar como todos los revolucionarios lo hacen aún décadas
después de llegar al poder, porque el espectro de una contrarrevolución
los persigue hasta la muerte, Jamenei eligió retratar a los opositores
políticos de Ahmadinejad como mercenarios potenciales, espías y agentes
de los poderes extranjeros. La traición a la república islámica, desde
luego, es castigada con la muerte. Pero la alianza política de Jamenei
con este extraño y alucinado presidente pudo haber surgido del miedo y
la ira, en partes iguales.
Durante el rezo de los viernes en la Universidad de Teherán, el líder
supremo mencionó los peligros de una revolución de terciopelo. Está
claro que el régimen tiene profunda preocupación ante el derrocamiento
de gobiernos en el este europeo y el occidente asiático desde la caída
de la Unión Soviética. El poder del pueblo, mismo que le dio el triunfo
a la revolución de 1979, es un arma devastadora. Podría decirse que la
única, en el arsenal de una oposición política seria y sin armamento.
En
lo que siguió al triunfo de Ahmadinejad en las urnas, sus simpatizantes
conservadores se han dado a la tarea de repartir panfletos en los cuales
se condenan las revoluciones laicas de Europa del Este y su contenido
habla mucho de los temores del liderazgo clerical iraní.
Uno de esos pasquines se titula “El sistema al intentar derrocar una
república islámica con una ‘revolución de terciopelo’”. En éste se
describe la manera en que Polonia, Checoslovaquia, Ucrania y otras
naciones ganaron su libertad.
“Las ‘revoluciones de terciopelo’ o ‘coloridas’ son métodos de
intercambio de poder en tiempos de descontento social. Las revoluciones
coloridas siempre han comenzado durante una elección y los métodos que
sigue son:
“1. Existe una completa desesperación en la gente cuando tiene la
certeza de que perderá la votación.
2.
Se elige un color particular, con el único fin de que los medios
occidentales identifiquen (para su público o lectores) a los opositores.
Musavi usó el verde como color de campaña y sus partidarios aún utilizan
este color en sus brazaletes, mascadas y pañoletas.
“3. Se anuncia que con anticipación se arregló la elección y este
mensaje se repite sin cesar, lo cual permite que los medios
occidentales, sobre todo los estadunidenses, exageren los hechos.
“4. Se escriben cartas a funcionarios del gobierno para denunciar un
fraude electoral. Es interesante notar que en estos proyectos
‘coloridos’, por ejemplo en Georgia, Ucrania y Kirguistán, los
movimientos apoyados por occidente han advertido del fraude antes de las
elecciones en cartas escritas a los gobiernos involucrados. En el Irán
islámico estas cartas fueron dirigidas al líder supremo.”
Otro volante cita un estudio –evidentemente hecho por asesores de
Jamenei, y muy poco riguroso– que vaticinó que el fraude electoral se
denunciaría el mismo día de la elección, que la oposición anunciaría su
victoria horas antes de que concluyera el recuento y se difundiera su
derrota.
Por ello los resultados electorales tendrán ya desde el principio un
contexto de fraude, según el documento.
“En las etapas finales del proceso, los opositores se reúnen frente a
las oficinas gubernamentales; llevan banderas coloridas en protesta por
el fraude en el conteo. Esta fase de la manifestación –continúa el
panfleto– está a cargo de los medios extranjeros, que se alían con el
movimiento opositor con el fin de sacar buenas fotografías y engañar a
la opinión pública internacional.”
Todo esto demuestra que existe una singular y obsesiva preocupación
entre los discípulos del líder supremo ante la popularidad que ha
cobrado la campaña poselectoral de Musavi. La suspensión de todas las
comunicaciones móviles y satelitales –lo que en una sociedad tan
desarrollada como Irán debe haber costado millones de dólares– no
impidió que se convocara a marchas que siempre se celebraron a la misma
hora y en el mismo lugar.
Lo
que ahora vemos es un régimen que está mucho más preocupado de lo que
sugirió el líder supremo cuando el viernes amenazó tan descaradamente a
la oposición. Tras haber rechazado cualquier diálogo político con Musavi
y sus correligionarios –unos cuantos recuentos de votos en algunos
distritos no tendrán efecto en los resultados–, lo que tenemos es un
régimen iraní encabezado por un líder supremo que está asustado y un
presidente que habla como un niño. Esta autoridad está ahora a cargo de
controlar las batallas en las calles de Irán.
Se
trata de un conflicto que necesitará un milagro para resolverse. Uno de
esos milagros con los que Jamenei y Ahmadinejad creen que se podrá
evitar la violencia.
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Robert Fisk es el corresponsal del diario británico The Independent en Oriente
Medio.