El
pasado 19 de mayo, Estados Unidos y Rusia iniciaron en Moscú las
negociaciones sobre reducción de armamento nuclear estratégico.
Al frente de sus delegaciones se hallaban Rose Gottemoeller,
secretaria de Estado adjunta norteamericana, y Anatoli Antonov,
responsable de Seguridad y Desarme en el Ministerio de Asuntos
Exteriores ruso. El mismo día, Obama se reunía en Washington con
George Schultz, Henry Kissinger, ambos antiguos secretarios de
Estado, y con el senador Sam Nunn y el exsecretario de Defensa
William Perry, para asesorarse sobre cuestiones de desarme
estratégico y proliferación nuclear. Todos los asistentes a la
reunión de la Casa Blanca consideraron adecuada la visión de
Obama. También el general Colin Powell (secretario de Estado de
Bush, que defendió la invasión de Iraq) ha manifestado su apoyo
a la política de seguridad de Obama. A juzgar por el nuevo
lenguaje del gobierno norteamericano y por las palabras de su
presidente, debería concluirse que Washington está dando un giro
y apuesta decididamente por el desarme nuclear.
Tras su toma de posesión, el nuevo presidente norteamericano
aseguró que la reducción de armas nucleares iba a ser el
principal objetivo de su gobierno, y, en abril, durante su
visita a Praga, anunció que trabajaría por un mundo sin armas
nucleares y que se proponía el objetivo de reducir los arsenales
a mil cabezas nucleares para cada superpotencia, al tiempo que
se declaró dispuesto a trabajar para que el Congreso
norteamericano apruebe el tratado de prohibición de pruebas
nucleares (en inglés, Comprehensive Nuclear Test Ban Treaty,
CTBT). El tratado, que fue firmado en 1996, y que ha sido
suscrito por ciento ochenta países, no ha entrado todavía en
vigor: además de Estados Unidos (el Senado norteamericano
rechazó el tratado en 1999) e Israel, tampoco China e Irán lo
han ratificado, a diferencia de Rusia, Francia y Gran Bretaña. Y
la India y Pakistán ni siquiera han firmado el tratado. De
manera que las palabras lanzadas al mundo por Obama parecían
señalar el inicio de tiempos mejores para el desarme y la paz.
Incluso el embajador de paz de la ONU, el actor Michael
Douglas, proclamaba esta primavera su esperanza de que Estados
Unidos ratifique el CTBT “en los próximos dos años”.
Sin
embargo, las cosas no son tan sencillas. En la jungla de los
diferentes tratados internacionales sobre desarme, ¿qué es lo
que debe negociarse?: un nuevo tratado START, aunque se le
otorgue una nueva denominación. El Tratado de reducción de
armamento estratégico, bautizado como START-I (por las iniciales
de su nombre en inglés, STrategic Arms Reduction Treaty), fue
firmado en 1991 por Reagan y Gorbachov, y entró en vigor a
partir de 1994, con una duración de quince años, que terminan
este año 2009 a no ser que se prorrogue con otros contenidos. En
2005, a cuatro años vista del fin de la vigencia del tratado,
Rusia propuso reiniciar las negociaciones, para contar con
tiempo suficiente para alcanzar un nuevo acuerdo, pero se topó
con la negativa de Bush, cuyos planes estratégicos estaban
orientados a destruir todos los convenios de desarme nuclear que
se habían acumulado en las dos décadas anteriores. Según el
acuerdo de 1991, Rusia y Estados Unidos debían tener cada uno,
como máximo, 1.600 misiles balísticos intercontinentales (tanto
en silos terrestres, como en bombarderos y submarinos). En
cuanto al número de cabezas nucleares, debía limitarse a un
máximo de 6.000 por país: en diciembre de 2001 se cumplieron los
objetivos: Rusia contaba en ese momento con 1.136 instrumentos
portadores y 5.518 cabezas nucleares, mientras que Estados
Unidos tenía 1.237 y 5.948, respectivamente.
En
1993, George Bush y Boris Yeltsin firmaron una actualización del
tratado START-I, puesta al día que pasó a denominarse START-II,
y que contemplaba la prohibición de los misiles
intercontinentales dotados de múltiples cabezas nucleares. En
2001, George W. Bush y Vladimir Putin suscribieron el tratado
SORT que limita a 2.200 ojivas nucleares el arsenal de cada
superpotencia nuclear. El Departamento de Estado norteamericano
hizo público que, en enero de 2009, Rusia contaba con 814
instrumentos portadores y 3.909 cabezas nucleares, mientras que
Estados Unidos posee 1.198 y 5.576, respectivamente. Las
misiones de verificación de las dos partes han sido constantes
en los últimos años. El aparente desequilibrio se compensa por
el mayor poder destructor de las cabezas nucleares rusas, aunque
Moscú es muy consciente de que ni sus ICBM Tópol ni los Bulavá
instalados en submarinos son comparables a la última generación
de misiles balísticos norteamericanos: de hecho, se constata la
ventaja norteamericana, que, además, domina en el terreno de las
armas convencionales más modernas. Los compromisos asumidos
contemplan que los dos países limiten el número de ojivas a una
horquilla de entre 1.700 y 2.200 unidades a finales de 2012.
Es
obvio que los cambios políticos y estratégicos que se han
desarrollado en los últimos años, los problemas de verificación
de los acuerdos (que dependen de los mecanismos suscritos en el
START-I y están sujetos a problemas de interpretación), la
agresiva dinámica impulsada por George W. Bush y sus belicosos
neocons rompiendo el acuerdo ABM, han creado un nuevo
escenario estratégico en el mundo. El tratado ABM, que fue
firmado por la Unión Soviética y Estados Unidos en 1972 y
prohíbe el desarrollo de sistemas antimisiles, era de hecho el
principal elemento de la arquitectura de desarme que,
trabajosamente, se había construido en las últimas décadas.
Forzaba a que ningún país estuviese completamente seguro, y, de
ese modo, no tuviese la tentación de asestar el primer golpe
nuclear. En uno de los actos más graves e irresponsables de toda
la historia de la política exterior norteamericana, Estados
Unidos, de la mano de George W. Bush, se retiró unilateralmente
del tratado en junio de 2002, lo que llevó a Moscú a retirarse
del START-II. No era la primera vez que Estados Unidos hacía
algo semejante, porque ya se había retirado de los acuerdos
SALT-II en 1986, pero sí es la más grave.
Al
abandonar el ABM, entre los objetivos de Bush se escondía el
propósito de consolidar el predominio norteamericano en
armamento nuclear, que ya había pasado a ser dominante tras la
crisis y desaparición de la Unión Soviética, y, además, el de
construir escudos antimisiles ante Rusia —con instalaciones en
Polonia y Chequia (con el problema añadido de que el parlamento
checo se ha pronunciado contra el plan)— y junto a China,
asegurando también su predominio en el espacio, negándose a
negociar ningún tratado que limitase la carrera de armamentos en
él, con la perspectiva de desplegar armamento nuclear en el
cosmos: un sueño turbio para el siglo americano que habían
diseñado los neocons. Pese a todo, el complicado proceso
de desarme y desnuclearización ha dado algunos resultados, como
los territorios desnuclearizados del sur del Pacífico, de
América Latina, África, Asia central y sureste asiático, pero,
junto a las diferencias entre Moscú y Washington, persisten
serios problemas: las armas nucleares israelíes, que le otorgan
un monopolio atómico en Oriente Medio; la presencia de armamento
nuclear norteamericano en la península de Corea (que explica la
política norcoreana de dotarse de bombas atómicas), los planes
de Irán, y el polvorín de la región del Indo con Delhi e
Islamabad apuntándose mutuamente con sus bombas atómicas.
Hay
que recordar que la firma por Gorbachov y Reagan del tratado
INF, en 1987, por el que Moscú y Washington eliminaban los
misiles balísticos de alcance medio (de entre 500 y 5.500
kilómetros), supuso un mayor esfuerzo y sacrificio por parte de
Moscú, que destruyó 1.846 misiles, más del doble de los que
desactivó Washington, que sólo llegaron a los 846. En abril de
2008, Putin, entonces presidente ruso, y Bush, alcanzaron un
principio de acuerdo en Sochi, en la costa del Mar Negro, pero
la inestabilidad en el Cáucaso, con la aventurera política de
Saakasvili, y la insistencia de Washington en desplegar el
escudo antimisiles en Europa, complicaron el desarrollo del
principio de acuerdo. Así, a pocos meses vista del fin del
tratado START-I, con la amenaza del calendario, Medvedev y Obama
se reunieron en abril en Londres, acordando el inicio de
negociaciones para firmar un nuevo tratado que reemplace al
START-I, con el objetivo añadido de reducir aún más el total de
cabezas nucleares en poder de ambas superpotencias. No hay que
olvidar que son armas estratégicas ofensivas, y que ese tratado
es hoy la pieza principal de la política de desarme mundial.
Sin
embargo, la situación no es sencilla, pese al optimismo mostrado
por Washington y Moscú. Primero, porque Obama permanece preso de
muchas de las decisiones de George W. Bush, y, segundo, porque
la redefinición de los planes y de la doctrina nuclear
estratégica norteamericana es una cuestión que está siendo
abordada por el nuevo gobierno de Obama, precisamente durante
los meses en que debe negociarse el nuevo tratado. Por eso, las
presiones son muchas. En abril, el diario ruso Kommersant
se hacía eco de la propuesta lanzada por la Federation of
American Scientists (FAS, que tiene entre sus miembros a casi
setenta Premios Nobel, fue fundada por los físicos
norteamericanos que desarrollaron en el proyecto Manhattan las
primeras bombas atómicas, y asesora al Pentágono y a la Casa
Blanca), propuesta que ha hecho llegar a Obama, para ayudarle a
formular la nueva doctrina nuclear norteamericana. Entre
las recomendaciones de la FAS, además de avalar la propuesta de
Obama de impulsar la reducción del número de cabezas nucleares,
figura la definición de nuevos objetivos militares en Rusia.
Según las cifras que maneja, la FAS cree que las 5.200 bombas
nucleares que posee Estados Unidos (de las que 2.700 están
desplegadas) son demasiadas, y que el país deben apostar por una
disuasión mínima, suficiente para evitar cualquier tentación de
ataque por parte de sus enemigos. No hay que olvidar tampoco los
serios problemas económicos y presupuestarios que tiene Estados
Unidos. La propuesta de la FAS, que identifica como “enemigos
potenciales” a China y Rusia (y, en segundo plano, a Irán, Corea
del Norte y Siria), postula que los misiles balísticos
norteamericanos dejen de apuntar a las principales ciudades
rusas y sean dirigidos hacia objetivos civiles y centros
industriales, en la seguridad de que su hipotética destrucción
paralizaría por completo la industria rusa y su capacidad de
respuesta. Aunque una parte de su arsenal ha pasado a señalar
China, Rusia es el país que toman como ejemplo obvio, y hacia
donde Estados Unidos apunta, como objetivo de sus misiles
intercontinentales, a casi doscientas ciudades. La FAS
identifica doce objetivos en Rusia: las refinerías de Omsk (que
pertenece a la petrolera Gazpromneft), de Angarsk (que pertenece
a Rosneft), y de Kirishi (propiedad de Surgutneftegaz); junto a
las plantas metalúrgicas de Magnitogorsk (de MMK); de
Cherepovéts (de Severstal); de Nizhny Taguil (propiedad de
Evraz); de Norilsk (que pertenece a Nornickel); de Bratsk y de
Novokuznetsk, ambas propiedad de Rusal; además de las centrales
hidroeléctricas de Surgut (de Gazprom), y Sredneuralsk y
Berezovo, que cuentan entre sus accionistas a compañías como la
Enel italiana (que controla la Endesa española) y la E.ON
alemana. Para la FAS, la ventaja de apuntar hacia esos objetivos
es que se “reduciría la mortandad” (aunque reconocen que, pese a
todo, morirían ¡un millón de rusos!) y paralizaría por completo
la economía rusa, impidiéndole seguir luchando. Es una apuesta
estratégica que cambiaría el plan de ataque norteamericano, pero
que sigue especulando con la hipótesis de una guerra nuclear.
En
las negociaciones, Moscú persigue dos principios: una seguridad
equivalente para Rusia y Estados Unidos, y paridad estratégica
entre los dos países. Es obvio que, para conseguirlo, no basta
con alcanzar un acuerdo en la limitación de misiles balísticos
(basados en tierra o alojados en submarinos y bombarderos), sino
que también debe contemplarse la cuestión de los escudos
antimisiles, del armamento desplegado en el espacio y, además,
de las armas convencionales y del tamaño de los ejércitos
respectivos. Todas las piezas deben encajar, porque un grave
desequilibrio en una de esas cuestiones haría peligrar el
conjunto, aunque es cierto que algunos sectores del poder
norteamericano es precisamente eso lo que persiguen. Además,
Rusia pretende que el nuevo tratado START contemple la cuestión
del escudo antimisiles norteamericano a desarrollar en Polonia y
Chequia (aunque no está claro para todos los estrategas
militares rusos que a Moscú le interese vincular el escudo
antimisiles con las negociaciones de reducción de armamento
nuclear), y tiene muy en cuenta los enormes costes de
mantenimiento de los arsenales nucleares, que suponen un lastre
para su economía. Moscú teme, además, que lo que denomina “armas
de quinta y sexta generación”, desarrolladas por Washington y
basadas en las posibilidades que ofrecen la miniaturización y
aplicación de la informática, disminuyan el poder disuasorio de
su armamento nuclear.
La
desinformación también juega un papel importante en todo el
proceso, sobre todo para justificar nuevos planes de rearme en
otros aspectos del complejo laberinto militar. La prensa
occidental, desde el Wall Street Journal , pasando por el
Washington Post y Le Figaro francés y acabando por
la prensa sensacionalista como el Washington Times , han
agitado en los últimos meses los supuestos planes informáticos
chinos (un sistema denominado Kylin) para hacer invulnerables
sus defensas, circunstancia que, a su juicio, requiere una
rápida y eficaz respuesta norteamericana. Por su parte,
olisqueando un negocio de grandes dimensiones, la Aerospace
Industries Association, AIA, declaró, en el momento de la toma
de posesión de Obama, que Estados Unidos podía perder su
primacía en el espacio, e incluso su seguridad, «que ya no está
garantizada», debido a la existencia de «peligrosos rivales» que
están aumentando su poder en el espacio. No citaba a ningún
país, pero era obvio que apuntaba a China y Rusia. Marion
Blakey, la presidenta de la AIA, actuaba de hecho como portavoz
del lobby de las doscientas ochenta empresas
aeroespaciales que componen la asociación para reclamar a Obama
un nuevo organismo que centralice las cuestiones espaciales.
Blakey no habló de la necesidad de nuevas partidas
presupuestarias, pero estaba implícito en sus palabras. Y hace
poco más de un año, después de que Rusia y China presentasen en
Ginebra el texto para negociar un acuerdo que prohibiese la
militarización del espacio, Wayne Allard, presidente del grupo
que sigue las cuestiones espaciales en el Senado norteamericano,
declaraba en la reunión de Colorado Springs del National Space
Symposium que Estados Unidos debe situar satélites dotados de
misiles interceptores en el espacio, y que era imperativo
hacerlo por «la seguridad estratégica» del país. El Senado
aceptó estudiar una propuesta para dotar de recursos a la Space
Test Bed, una plataforma espacial experimental.
Todos esos movimientos son preocupantes. El general ruso Anatoli
Kulikov alertaba recientemente sobre el concepto de “golpe
global rápido” con el que juegan los estrategas del Pentágono.
De hecho, el Pentágono tiene previsto crear una fuerza especial
para la guerra cibernética, en Maryland, de la mano de la
Agencia Nacional de Seguridad, NSA. El general Keith Alexander,
uno de los principales expertos en guerra cibernética del
Pentágono, aseguró recientemente ante el Senado norteamericano
que Estados Unidos debe aumentar los recursos en ese terreno
“para disuadir o derrotar a los enemigos”. Obama ha anunciado
también la revisión de los planes de seguridad cibernética de
Estados Unidos, y ello es una cuestión sumamente preocupante
para Moscú, y, también, para China. Por eso, el general Anatoli
Nogovitsin, jefe adjunto de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas
rusas, declaró en febrero de 2009 que, en un plazo de dos o tres
años, tal vez Rusia se vería involucrada en una guerra
informática a gran escala cuyo objetivo sería bloquear los
principales centros administrativos, industriales y militares
del país.
Hay
varias cuestiones que pueden complicar las negociaciones:
primera, el hecho de que Estados Unidos se retirase del ABM,
porque la combinación de la reducción del arsenal nuclear ruso y
el desarrollo de los sistemas antimisiles norteamericanos,
destruyen buena parte de la capacidad disuasoria de Moscú.
Segunda, porque debe reducirse el número de cabezas nucleares
pero también el de misiles portadores, algo que Washington no ve
con buenos ojos. Tercera, porque Estados Unidos se muestra
reticente a negociar los depósitos de armas nucleares, y
prefiere centrar las negociaciones en las armas desplegadas y
listas para su lanzamiento. Cuarta, porque Moscú postula
prohibir el establecimiento de misiles nucleares fuera del
territorio de cada superpotencia nuclear, pero Washington se
niega a aceptarlo. Quinta, el asunto crucial de la
desmilitarización del espacio, que Moscú desea integrar en las
negociaciones, mientras que Estados Unidos prefiere mantener sus
manos libres en ese terreno: precisamente, a consecuencia de la
constante negativa norteamericana para negociar las cuestiones
relacionadas con el cosmos y su intención de desplegar satélites
interceptores, en línea con su retirada del tratado ABM que
prohibía ese tipo de material bélico, Moscú está impulsando un
programa de armas antisatélite, según reconoció en marzo
Vladimir Popovkin, viceministro ruso de Defensa. La verificación
y el control de la destrucción de arsenales es otro asunto
complicado, porque no hay acuerdo entre las partes. No es una
cuestión menor. Fidel Castro recordaba recientemente que Estados
Unidos tiene “534 misiles balísticos intercontinentales (ICBM)
Minuteman III y Peacekeeper; 432 de lanzamiento submarino
(SLBM) Trident C-4 y D-5 instalados en 17 submarinos del tipo
Ohio, [que estaban dotados con 24 misiles Trident-1 y un
total de 192 cabezas nucleares, sustituidos después por los
Trident-2, con ojivas de mayor poder destructivo] y alrededor de
200 bombarderos nucleares de largo alcance que pueden ser
abastecidos en el aire, entre ellos 16 invisibles B-2”. Cabe
añadir que cada misil tiene varias cabezas nucleares. Castro
estimaba que Estados Unidos tiene desplegadas entre cinco mil y
diez mil cabezas nucleares. Por su parte, añadiendo un matiz
importante a esas cifras, China estima que Washington cuenta con
5.400 cabezas nucleares desplegadas, y que las otras cinco mil,
aproximadamente, han sido retiradas pero no destruidas: están
almacenadas y podrían ser reactivadas. No por casualidad, el
ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, insistió en
mayo, durante su reunión con Obama y Clinton en la Casa Blanca,
en la importancia vital de contabilizar todas las cabezas
nucleares que siguen guardadas en depósitos.
Moscú y Washington parecen estar de acuerdo en caminar hacia un
límite de 1.000 cabezas nucleares por país, objetivo que pone
sobre la mesa la cuestión de los arsenales de China, Francia,
Gran Bretaña, India, Pakistán e Israel, puesto que la
tradicional distancia entre el poder atómico de Moscú y
Washington y del resto de potencias nucleares se reduciría
considerablemente, y, por otra parte, esa reducción complica la
cuestión del control de la no proliferación nuclear,
asunto que preocupa especialmente a ambas superpotencias:
Washington, con su obsesión por Irán y Corea del Norte; Moscú,
porque la existencia de un Estado precario como Pakistán, dotado
de armamento nuclear y enfrentado con otro Estado nuclear,
India, incrementa la inestabilidad estratégica de su frontera
sur, por no citar su preocupación por el poder atómico de
Israel, cuya agresiva política hacia sus vecinos puede incendiar
todo Oriente Medio e incluso, en la hipótesis más peligrosa,
iniciar una guerra nuclear. La prueba nuclear realizada por
Corea del Norte en mayo y la incorporación de Corea del Sur a la
PSI, violando los términos del armisticio de 1953, ha supuesto,
además, que Pyongyang declare que ya no se siente vinculada por
la suspensión de hostilidades. La PSI, Iniciativa de Seguridad
contra la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva fue
anunciada por Bush y el presidente polaco Kwasniewski el 31 de
mayo de 2003, en Cracovia, y es mantenida por Obama, con la
colaboración, entre otros países, de España. La iniciativa, que
fue constituida con rapidez en Madrid, en junio de 2003, por
Alemania, Australia, España, Francia, Gran Bretaña, Holanda,
Italia, Japón, Polonia, Portugal y Estados Unidos, se ha
ampliado: Washington ha conseguido imponerla hoy a noventa
países. La PSI se otorga el derecho a realizar inspecciones
en barcos de cualquier bandera, en clara violación del derecho
internacional y de la Convención del Mar, y es, de hecho, un
intento norteamericano de controlar los océanos del planeta.
Rusia está seriamente interesada en la limitación del armamento
estratégico, pero algunos círculos del poder en Washington
especulan con la posibilidad de incrementar la parcial ventaja
conseguida desde la desaparición de la Unión Soviética. Uno de
los escollos importantes es que Estados Unidos pretende que las
bombas nucleares que se hallan guardadas en depósitos no entren
en la contabilización, y apuesta porque la reducción se haga
exclusivamente sobre las armas desplegadas. Además, la
pretensión norteamericana de reconvertir una parte de los
misiles balísticos intercontinentales, ICBM, para dotarlos con
explosivos convencionales (supuestamente para atacar a bases
terroristas), crea serios problemas, puesto que esos misiles
reconvertidos podrían ser dotados con rapidez de las
cabezas nucleares guardadas en depósitos, desequilibrando así la
estructura de seguridad mundial. Tampoco hay unanimidad en los
círculos que elaboran el pensamiento estratégico ruso: frente a
quienes consideran que Moscú debe aprovechar la oportunidad que
ofrece Obama para reducir el armamento nuclear, convencidos de
que, si no es así, la ventaja norteamericana aumentará, otros
consideran que una reducción significativa de los arsenales
rusos limitaría su poder disuasorio si Washington continúa con
los planes del escudo antimisiles. En otras palabras: estos
últimos creen que la única forma de hacer que el escudo
norteamericano sea ineficaz es contar con un arsenal suficiente
que le impidiese interceptar el lanzamiento masivo de los
misiles rusos. Moscú ha propuesto en diferentes ocasiones
negociar los términos de ese escudo: ofreciendo incluso a
Washington la utilización de estaciones de seguimiento de
misiles en el sur del país, o proponiendo que, si como afirman
los norteamericanos su construcción es para impedir un ataque
iraní, el escudo se instale en Turquía o incluso más al sur.
Washington se ha negado hasta ahora, poniendo así de manifiesto
que el propósito real de la construcción del escudo antimisiles
en Polonia y Chequia no es defenderse de Irán, sino acosar a
Rusia.
Según algunos analistas rusos, Moscú debe insistir en la
limitación nuclear con máximos (para evitar una nueva carrera
armamentista) y con mínimos (para que sea posible convertir en
ineficaz el escudo antimisiles); también, persistir en el
control de los depósitos nucleares, para evitar que vuelvan a
ser operativas muchas cabezas nucleares que no se han destruido;
arrancar limitaciones al desarrollo de los escudos antimisiles,
aunque posibilitando la defensa contra los misiles de corto y
medio alcance; y negociar los misiles con cargas convencionales
de gran poder destructivo que, por su gran precisión, puedan
convertirse en instrumentos de ataque contra objetivos
nucleares. Serguei Lavrov, ministro ruso de Asuntos Exteriores,
ha reclamado también que el nuevo tratado prohíba el despliegue
de armamento nuclear fuera de las fronteras de los dos países,
algo que, aunque sería un gran avance en el desarme mundial, es
muy dudoso que Estados Unidos vaya a aceptar.
Obama anunció en Praga el sueño de un mundo libre de armas
nucleares, pero, para hacerlo factible, Washington debe dar
pasos concretos. Es probable que Obama tenga intención de
impulsar el desarme, pero las dificultades y las reticencias
entre los militares norteamericanos son muchas. Recuérdese que,
hace poco más de un año, cinco antiguos altos mandos de la OTAN
lanzaron un llamamiento (que fue entregado al Pentágono y a la
OTAN) a favor de la estrategia de “lanzar el primer golpe
nuclear”. Eran el general John Shalikashvili, expresidente de la
junta de jefes de Estado mayor norteamericano, el general Henk
van den Breemen, exjefe del estado mayor holandés, el general
Klaus Naumann, expresidente del comité militar de la OTAN; Peter
Anthony Inge, exjefe de estado mayor británico, y el almirante
Jacques Lanxade, exjefe del estado mayor francés.TAN
El
nuevo gobierno de Obama mantiene el principio de la reducción de
armamento atómico, pero debe completar el diseño de la nueva
doctrina nuclear norteamericana mientras en el
establishment norteamericano persisten las contradicciones:
el secretario de Defensa, Robert Gates (que fue nombrado por
Bush y confirmado por Obama), ha anunciado su intención de
desarrollar nuevas armas nucleares para fortalecer la
disuasión estratégica y su decisión de solicitar al Congreso
nuevos fondos para ese fin, y los círculos dominantes del
Pentágono, de la Fuerza Aérea y de la Marina, apuestan también
por la renovación de los arsenales atómicos. Para ellos, aceptar
la reducción hasta el nivel de las mil cabezas nucleares
complica el escenario estratégico: Washington debería
reestructurar sus fuerzas nucleares (los misiles basados en
tierra, transportados en submarinos y en bombarderos), y,
probablemente, eliminar uno de los tres componentes, algo que
confunde su actual esquema militar.
Para ser creíble, Obama debería reintegrar a Estados Unidos en
el ABM, renunciando al despliegue de escudos antimisiles.
Recuérdese que una de las llaves de la seguridad nuclear mundial
fue precisamente la prohibición que establecía el ABM de
desarrollar sistemas antimisiles: si una superpotencia lo hacía,
y, así, se sentía segura, invulnerable, podía estar tentada de
asestar el primer golpe atómico; en cambio, sin sistemas
antimisiles, una superpotencia podía atacar, pero la respuesta
inmediata de la otra superpotencia dejaría sin efecto la ventaja
inicial, de manera que el temor a la llamada destrucción
mutua asegurada dejaba a todos sin salvoconducto para la
guerra y mantenía la paz atómica. También podría Obama
dar el paso que dieron en su momento Moscú y Pekín: renunciar a
ser el primer país en utilizar el armamento nuclear. Pese a las
palabras de Obama en Praga, comprometiéndose a que su país
ratificará el CTBT, hasta hoy Estados Unidos no lo ha hecho y
tampoco se ha comprometido a renunciar a ser el primer país en
utilizar armas atómicas.
Estados Unidos, según ha declarado Leon Panetta (director de la
CIA nombrado por Obama y que ya trabajó en el gobierno Clinton),
es “una nación en guerra”, y, aunque utilice el señuelo de Al
Qaeda para justificarlo, lo cierto es que Washington tiene
planes de guerra abierta en Iraq, Afganistán y Pakistán,
operaciones encubiertas en otros muchos países y programas de
acoso a Moscú y Pekín. Y, sin embargo, Obama no puede renunciar
a proseguir el desarme, que también interesa a su país. Además,
el tiempo apremia, y también corre contra Estados Unidos: no hay
que olvidar que además de la lacerante crisis abierta que tiene
el país, su retroceso en muchos ámbitos es evidente, hasta el
punto de que el sociólogo noruego Johan Galtung, uno de los más
relevantes mediadores de paz del planeta, ha pronosticado que
“Estados Unidos desaparecerá como imperio hacia 2020”. Es
indudable que Washington no va a renunciar a su actual ventaja
estratégica, aunque su visible decadencia puede forzarle a
realizar ajustes en sus fuerzas armadas: no en vano sigue siendo
el país más endeudado de la Tierra, pero creer en su buena
disposición negociadora suscita, además, algunos problemas: en
abril, en Praga, Obama proclamó estar dispuesto a trabajar para
la desaparición del armamento nuclear, pero no mencionó la
utilización del espacio con fines militares, y declaró también
que hasta que no sean liquidados todos los arsenales atómicos
del planeta Estados Unidos conservará el suyo, lo que plantea un
serio problema al resto de los países del club atómico: ¿deben,
por lo tanto, desarmarse antes que Washington, y fiarse de la
palabra de los Estados Unidos, el país que inició la carrera
atómica y el único de la historia que ha utilizado esas bombas
contra la población civil?
Información adicional:
http://www.un.org/spanish/Depts/dda/
http://www.gov.ru/
http://www.diplomaticnet.com/es/act/act32.html
http://livableworld.org/
http://www.state.gov/www/global/arms/treaties/abmpage.html
http://www.ctbto.org/
http://www.fas.org/
http://www.aia-aerospace.org/
http://www.nationalspacesymposium.org/
http://www.cdi.org/